En mi nostalgia por concederle segundas oportunidades a las segundas caras de papeles usados de apuntes olvidados a lo largo de los años-sí, venga, respira ahora y vuélvalo a leer, ¡te pongo una coma!-, suelo (o más bien solía) guardarlas para posibles futuros usos. Ni qué decir tiene que esa buena obra fue solo eso, buena. Rara vez me acuerdo del cajón y menos de los papeles condenados a la eternidad.
Hoy no ha sido una de esas raras veces, ya te digo que son raras-las-veces, pero sí que es verdad que los azares de la vida me llevaron a abrir EL cajón. Y a coger un papel cualquiera de la pila de folios, con agujeros de archivador y letras enormes (de esas de power points que daban tanto coraje gastarse tanto dinero al comprar… y al estudiar).
Estaba intentado enseñar al pupilo de mi sucesor cómo eran mis tiempos, igualarme a su ajetreo examenístico y blasfemar de las épocas de exámenes y demás torturas del estudiante. Cuál fue mi sorpresa cuando, extrayendo de la pila antes mencionada un folio cualquiera para enseñarle como eran mis apuntes, se echó a reír. Y me dice “¡esto tienes que colgarlo en la pared!”. No sabía a qué se refería, hasta que lo vi.
Y me entró algo raro; no diría nostalgia, pero sí algo -raro- parecido.
Qué curioso, oye. Si ya sabía yo que iba a (no) echar de menos los powers points algún día,con tantas críticas que se llevaron en su tiempo.
Esta tarde, con la distancia de los días y los cursos, mi mente intenta encontrar una justificación a las letras tamaño 41,34 que nos obligaban a estudiar. Seguramente habría tanta verdad en esos powers points que los profes, con el mejor de sus deseos, los mandaban tal cual a la copistería del 3 para que así, y después de esperar la larga cola de gente y pelearnos con quien se atreviera a colarse, consiguiéramos nuestro tochazo (no sin antes sufrir algún que otro chiste por parte del copistero de turno) y pudiéramos estudiarlo mucho mejor, más clarito, con esas 245 páginas que bien podían resumirse en 24,5 con un poquito de reducción…
Vamos, que a lo que me estoy refiriendo con esto es que es mi primer enero sin exámenes desde hace mucho tiempo. Que tampoco los quiero, que no se me (mal) interprete, pero que tampoco estaban tan tan tan mal. Sobre todo la parafernalia que lo rodeaba, las risas, las preguntas previas y las horas de estudio con risas y cotilleos. Las colas en la copistería suspirando por futuros mejores, las tardes de frío y de nocturnidad tras las ventanas y los cafelitos de la máquina….
Mi pequeño homenaje a todos los que tienen algo por lo que ser preguntados en estas fechas.
Confiad en vosotros, porque, al fin y al cabo, eso es lo que hay.
Suerte.