Últimamente la ciencia solo genera malas noticias en España. Parece que la crisis va a conseguir engullir todos los planes de ID que tenemos. Sin embargo en este clima de desmotivación, fuga de cerebros y recortes, siempre hay situaciones que te llenan de esperanza y quería compartir con vosotros una experiencia que me ha brindado la investigación estas últimas semanas. Antes de nada quería agradecer a Lucas que me haya dejado utilizar la tribuna que es Sonicando para hacerlo.
Trabajo en el Centro de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC), en Madrid, realizando mi tesis doctoral. Entre otras cosas, en mi grupo hemos establecido un modelo de ratón de una cardiomiopatía que hasta el momento está relativamente poco estudiada y sobre cuya etiología se sabe bien poco. Este ratón, creemos, permitirá avanzar a partir de ahora la investigación de esta enfermedad, además de ayudar al diagnostico temprano de la misma, algo de suma importancia para el tratamiento de los pacientes y el desarrollo de cualquier enfermedad.
El estudio genético que ha permitido establecer esta relación entre el ratón transgénico y la enfermedad, ha sido, en gran parte, posible gracias a la participación desinteresada de pacientes voluntarios que han donado muestras de sangre. Lo que yo quiero contar es la experiencia personal que he tenido con estas personas. En este marco de total pesimismo en torno a la investigación donde, por las duras políticas de recorte que esta llevando a cabo el Gobierno, parece que los científicos predicamos en el desierto y que tanto la ciencia como la investigación no son importantes para la sociedad, o por lo menos no tanto como parece que es la prima de riesgo; realmente le importamos a alguien.
Al laboratorio vinieron los padres de dos personas que han sido diagnosticadas con la cardiomiopatía en cuestión. Ambos padres son portadores de la mutación que causa la enfermedad y vinieron a realizarse una resonancia magnética y una ecocardiografía que completara el estudio genético que hemos realizado en sus familias. Ambos padres comieron conmigo en el centro y me relataron las historias de sus hijos, qué circunstancias los habían llevado a un fallo cardiaco y en caso de uno de ellos a un transplante de corazón. Fueron días de conversaciones duras que con el tiempo dieron un giro muy positivo y acabaron siendo conversaciones de esperanza. Esperanza que, como el pesimismo, también se contagia.
Los miembros de las dos familias sabían que venir a Madrid no iba a curar a sus hijos y que tampoco iba a curarles a ellos mismos, portadores de la mutación. Sin embargo, tenían muy claro que algo podría cambiar en el futuro, ya no el de sus hijos, pero sí de otras personas. De otras familias que se encontrarían en su misma situación, pero quizás con médicos mejor preparados que podrían diagnosticar con mayor velocidad y seguridad lo que le estaría pasando a estas personas.
Esta semana me ha parecido que no predicamos en el desierto. Que existe una parte de la sociedad que sí es consciente de la importancia de la investigación. Personas comprometidas que sí ven que hacemos cosas potencialmente útiles.
Ahora solo queda decirlo bien alto, esperando que también los que mandan se den cuenta antes de que sea demasiado tarde, porque si no la investigación en España se habrá convertido en un erial. Un erial en el que alguna vez hubo esperanza.
Guillermo de Luxán, investigador predoctoral en el Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC)
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