No, lógicamente no quiero 1000 trabajos, pero tú ya me entiendes.Si has llegado hasta aquí, podrás imaginarte que esta entrada tiene como objetivo una diatriba (acción conocida como "poner a parir" en la forma coloquial) a los exámenes. Ergo, te toca aguantar a una post-universitaria quejarse por la "cuesta de enero" particular que los estudiantes sufrimos, de la que no se habla tanto en los telediarios. Porque a estas alturas, después de haber terminado una carrera no sin tropezones, decepciones y alegrías, y estar cursando un máster en el que afortunadamente solo tengo una prueba escrita, puedo afirmar con total seguridad que los exámenes, de forma general, no sirven para (casi) nada.
He aprendido más con los trabajos de investigación o redacción que me han mandado hasta ahora que los tropecientos mil exámenes a los que me he presentado en toda mi vida.
Y es que cuando se trata de aplanar el culo en una silla, prefiero hacerlo mientras tecleo y me devano los sesos redactando y escribiendo para elaborar un comentario crítico, describir una teoría o parafrasear los párrafos de la Wikipedia -no intentéis esto en casa, niños y niñas-, en lugar de estar mirando pasmada las nebulosas cósmicas que me provoca el aburrimiento de tener que chaparme a rajatabla una serie de conceptos que solo memorizaré para un examen. En lo que escriba el punto y final en el papel, todo quedará relegado al miserable olvido del ¿y esto cuándo lo estudié yo?
Sí, es la vieja historia de nuestro sistema educativo y de esta manía que le han cogido a hacer que se nos atragante el Roscón de Reyes con los apuntes de física cuántica, phrasal verbs, derecho romano o la Teoría de la Madre que los parió.
Insisto en que no solo aprendo más con trabajos, sino que hasta me lo paso mejor.Bueno, tampoco te creas que monto una fiesta, pero lo que sí es verdad es que no hay nada como ver que, antes o después, el papel se va llenado de letritas, que vas progresando gracias al esfuerzo de ir sacando tus propias ideas y de buscar argumentos para respaldarlas. Y sí, mira que hay trabajos tostonazo, poco guays, y puede que con algunos tampoco aprendas nada de provecho.
Pero, aún así, los prefiero a esa frustración que experimentas cuando llevas tres días atascada en esa página tan difícil de memorizar que hasta empiezas a dudar de si no serás en realidad un burro redomado al que todo este tiempo han aprobado por suerte o pena.
Porque, básicamente, un examen parece estar destinado a hacerte pensar así, a convertirte en un burro experto en recitar palabrería inútil que solo te servirá para el momento y el lugar de la prueba. Y luego, a otra cosa mariposa, hasta la próxima temporada de enclaustramiento donde las bibliotecas se convierten en los sitios más parecidos a un manicomio que te puedas imaginar.
Me retiro ya, que tengo que guardar fuerzas neuronales para aprenderme un montón de cosas que olvidar.