Hay películas que encuentran su definición en una sola escena y su justificación en una sola imagen. Son piezas raras, normalmente inconclusas, llenas de ideas descolocadas que a través de esos fogonazos tocan por un momento la lucidez y logran explicarse con claridad.
La invención de Hugo está condensada en apenas tres o cuatro minutos. Entre que Hugo e Isabelle abren el libro sobre la historia del cine y aparece Rene Tabard, el autor del mismo interpretado por Michael Stulhbarg, la película y Scorsese se explican. Es un lapso de tiempo comprimido, el resumen de otra cosa, la síntesis acelerada y sin embargo cristalina de un mensaje, una reflexión, un estilo y un experimento.
En él los diferentes Martin Scorsese post-Gangs of New York aparecen armonizados en uno solo dando cuerpo y significado dentro de un artefacto de ficción a su obsesión por la conservación, recreación y divulgación del hecho cinematográfico como taumaturgia.
Desde aquella epopeya frustrada en la cual el cineasta exorcizó unos demonios que ya no volverán Scorsese pasó a convertirse en otro, concentrado sus esfuerzos en el cine y solo en él, trasladando su labor documentalista al cuerpo de la ficción. Hugo llega más lejos que ninguna otra al ocultar su naturaleza como documental celebrativo tras su intrincado dispositivo polirreferencial y a una alambicada fachada de ficción familiar situada en algún difuso lugar entre la línea clara de un Jean-Pierre Jeunet y las obsesiones paternofiliales de un Spielberg, todo armonizado bajo una estética luminosa, acariciante y más cercana a la BD que a cualquier otra cosa, incluido el propio Martin Scorsese.
Pero este fragmento al que me refiero es diferente. Su agresivo montaje, puramente scorsesiano y a la vez cercano a la expresividad del silente, ya lo revela. La voz en off, lacónica y exacta, se asemeja hasta en la cadencia y la dicción a la que utiliza Scorsese, la suya propia, en sus documentales. La historia primitiva del cine como invento mágico está destilada en estos momentos, que una imagen poderosa, única, dan sentido hasta ala la decisión de rodar en 3D: el tren de los Lumiere avanzando hacia la cámara provoca en el espectador de 1895, reproducido dentro de la
película, la misma reacción que su visión tridimensional produce en el espectador presente en la sala en 2011: apartarse, asombrase, creer la ilusión de la realidad, llegar a la hiperrealidad.La imagen de la imagen de la imagen, los espectadores del pasado, los espectadores dentro de la película los espectadores fuera de la película, tres tipos simultáneos, históricos, imaginarios, reales… una yuxtaposición mágica, un hechizo logrado a través de la idea de la realidad, de su recreación prodigiosa. Un eco de sensaciones y asombros capturado y proyectado por una ingenio mecánico reverberando desde el principio de los tiempos del cinematógrafo. Es mucho tiempo para una misma voz. En ella Scorsese iguala el prodigio de la técnica primigenio al prodigio de la técnica actual, legitimando con ello la decisión de rodar Hugo mediante técnicas digitales y tridimensionales.
La invención de Hugo está más cerca de películas como Holy Motors o Tabú, incluso The Artist, de lo que pueda parecer, separados claro por los diferentes modelos de producción a los cuales pertenecen. Todas pertenecen a un grupo de películas del presente, y de cineastas del presente, que frente a la situación actual del medio y del estado de las cosas, ofrecen un repliegue sobre si mismos, la búsqueda de una cierta verdad primordial en el origen del lenguaje del cine. Aunque es cierto que Scorsese plantea aquí una dialéctica de interés entre los medios primitivos y los medios digitales, dejándose contaminar por la nueva continuidad estético/narrativa que ofrece la textura digital como probable paradigma siguiente del
medio, ya dentro de un proceso de sustitución cultural contra el cual una serie de películas/cineastas reaccionan -contra- o dialogan -con- (Y de todo esto hablaré en un inminente artículo para la web Miradas de Cine).Las mejores escenas y momentos del resto de La invención de Hugo son aquellas que, de una u otra manera, riman con esta pieza breve, recreando de manera simbólica sus significados y echos reales o ficcionales. Además percibimos como el propio Martin Scorsese divide su personalidad entre los diferentes personajes que de ella emergen, ya definidos, formando un retablo tan íntimo y autobiográfico como pueda ser el de Malas Calles: el artesano que crea, el niño que descubre, la niña que lo narra, el hombre que lo estudia, lo conserva y lo divulga…