Desde la resonancia del poema de Woodsworth, "Aunque mis ojos ya no/ puedan ver ese puro destello/ que en mi juventud me deslumbraba./ Aunque ya nada pueda devolver/ la hora del esplendor en la hierba,/ de la gloria en las flores,/ no hay que afligirse,/ porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo", la directora francesa Claire Simon, con "Premiéres solitudes" desmonta cualquier visión utópica o de felicidad infantil en la adolescencia.
Demasiado jóvenes para ser adultos y demasiado adultos para ser niños, los personajes de este documental (más o menos teledirigido hacia un objetivo desmitificador) se sinceran demostrando menos pudor y reserva de la que sus propias palabras o actos quieren hacernos creer.
Acompañamos, como mirones introducidos en su intimidad, a los alumnos del instituto Romain Rolland de Ivry sur Seine, en los alrededores de París, mientras conversan entre ellos. Es el mismo instituto en el que Gabriel Périot rodó el mismo año "Nos défaites", y no muy diferentes a aquellos otros adolescentes que Oliver Babinet tomó como protagonistas de su excelente documental "Swagger". Dos señales se advierten en esta coincidencia, un interés por la juventud como única posibilidad de torcer el rumbo catastrófico de nuestro futuro, y un modelo de sistema educativo que toma al cine como arma de formación y no como mero entretenimiento.
Que las obras de Simon y Périot obedezcan a la iniciativa del propio centro educativo a través de su departamento audiovisual y con la colaboración de los alumnos en cometidos técnicos demuestra la importancia que para Francia tiene la preservación de su semillero cinéfilo. Ojalá dentro de diez años alguno de estos chicos y chicas haya sido capaz de crear, por si mismos, su primera obra, y podamos disfrutar de su instinto creativo. Ahora son mero objeto de estudio sociológico; se transforman, indirectamente, en seres escuchados y entendidos ante nuestros ojos, eso que, desde su punto de vista en formación, tan complicado resulta para los adultos, cuando no incomprensible.
Simon graba las conversaciones aparentemente espontáneas de esta decena de mujeres y algún hombre, conversaciones en las que el miedo se convierte en el leit motiv de sus angustias. Un miedo no a una persona concreta, o a una situación violenta, sino un miedo a crecer y a reproducir los comportamientos que han visto en sus domicilios, o que no han visto, porque esas primeras soledades a las que se refiere el título no son tanto las derivadas de ese encierro y mutismo tan común en la adolescencia, donde los progenitores dejan de ser amigos y referentes y a los que se deja de contar la vida diaria, sino las soledades propias de la ausencia de un padre, de una madre, o de los dos.
Oímos confesiones de chicos sensibles, muy afectados en lo interior por el divorcio de unos padres, por la falta de comunicación dentro de casa, por el odio que se mantiene después del divorcio, por la enfermedad mental que ha separado a una madre de una hija, por la imposibilidad de un padre de asumir el rol de los dos ante una relación rota, por la razón que motivó su adopción y no la de otro niño.
Esa frecuencia en la ruptura familiar como detonante de sus soledades no oculta otras realidades que les preocupan; el primer amor o su ausencia, la durabilidad de sus relaciones, la inestabilidad psicológica, el miedo a fallar, el miedo a crecer.
El espacio donde los jóvenes hablan ante la cámara suele ser neutral, dentro del colegio pero fuera de las aulas, o con ocasión de la entrada o salida del centro. Apenas hay escapadas, incluida una al propio París, objetivo para unos y decepción para otros. La terraza desde la que pueden contemplar la ciudad dormitorio en la que viven les devuelve las raíces en las que están asentados, un espacio de escasas oportunidades y átono en su estructura urbana, con una mezcla de culturas que, a la vez, enriquece pero puede seguir fomentando la creación de guettos para el futuro.
Las razas se mezclan como las culturas y las religiones, no hay conflicto entre los jóvenes por su procedencia ni su base cultural, de ellos emana respeto y consideración hacia los compañeros, y mucha empatía hacia sus problemas, unos muy reales y presentes, otros magnificados por la propia depresión adolescente.
Afortunadamente la película no juzga ni pretende dar soluciones, es un espejo, una ventana hacia un mundo que puede escapársenos por la diferencia generacional.
Estos jóvenes no hablan de política, ni de economía, no hablan casi ni de su formación, aunque resulta esperanzador que hablen bien del profesorado, con sus excepciones, destacando a quien les escucha, les orienta, les motiva para mejorar. Hablan de ellos y de sus problemas personales, mucho más acuciantes y reales, y como objetivo mantienen viva la esperanza por ser felices, por disfrutar de la vida, por no quedar solos y aislados en medio de ciudades despersonalizadas.
Hay un anhelo por sentirse querido, por encontrar a ese alguien con el que estar cada vez más unido. Su conclusión de futuro es conservadora, confiados en una institución que a la mayor parte de ellos les ha fallado, como es la familia. Quieren mantener ese modelo con la esperanza de mejorar su experiencia, o repetirla quienes la viven de manera tranquila y nada problemática. Pocos han llegado, a esa edad temprana, a la conclusión de que basta con encontrar pareja y olvidarse de tener hijos, porque nada garantiza que seamos capaces de mejorar lo que otros no hicieron cuando les tocó su turno.
Sorprende esa coda final, ese anhelo por la maternidad múltiple en mujeres que no han alcanzado la mayoría de edad, cuando el relato previo de abandono, adopción, enfermedad mental, ausencia, muerte, nos ofrece, desde sus palabras, una visión completamente negativa del mundo adulto y de la incapacidad para enfrentarse a las responsabilidades de los propios actos.
La película de Simon destila verdad y franqueza en la palabra y la mirada de esta decena de chicos que todavía no han llegado a la mayoría de edad.
PREMIÉRES SOLITUDES. Título internacional: Young Solitude. Francia. 2018. Duración: 100 min. Dirección y guión: Claire Simon. Montaje: Claire Simon, Léa Masson, Luc Forveille. Fotografía: Claire Simon . Música: Club Cheval, Stromae. Producción: Michel Zana, Sophie Dulac. Intérpretes: Los alumnos de 11º del Lycée-Romain Rolland. Compañía productora: Sophie Dulac Productions . Compañía distribuidora: Wide House