Revista Opinión

Presidente Suárez

Publicado el 24 marzo 2014 por Jrobertogonzalez

Suárez

 

Me decía esta mañana el amigo Matías –de los pocos que quedan sin haber abandonado el centrismo político desde el CDS- que ayer domingo acabó apagando la televisión porque no soportaba tanta hipocresía de periodistas y políticos. Un clásico de nuestra cultura es esperar a la muerte de las personas para reconocer su valía y en el caso del fallecimiento de Adolfo Suárez no sólo tenía que ser así por tradición sino por la altura política y valía personal del personaje, además del probable remordimiento nacional por no reconocerle en vida sus méritos y haber sido destinatario de las artimañas políticas más sangrientas de las que no supo defenderse, quizás porque el inframundo de esa política no era su territorio natural y ahí no valía para sobrevivir el arte de la política como vocación a los demás sin pensar en uno.

Entre todos fueron acabando con el Suárez político. A la vez que recibía las diatribas de Guerra o González, los colegas de la UCD abrían vías de agua. Después vino Aznar con toda la prensa amiga para ejecutar una operación muy sencilla: acabar con la organización del centro político era vital para lograr que la derecha desbancara a los socialistas de la Moncloa. Así, huérfano el centro político de un partido fuerte, cabría hasta la autodenominación de centroderecha. Formalmente hasta se encargaron de extinguir el proyecto CDS con su fusión e incorporación al Partido Popular. Y en aquel proceso la figura de Suárez era golosa. Ignoro si por convencimiento o por pura mercadotecnia política, ficharon al hijo de Suárez para ser candidato a la Junta de Castilla La Mancha, operación que se saldó en fracaso para ambas partes y que deja uno de los momentos más desconcertantes del Presidente: interviniendo en un mitin de su hijo, con las gaviotas empapeladas en el fondo y Aznar en primera fila, liándose con los folios y repitiendo lo que ya había leído. El momento en que públicamente se probó que algo pasaba en su salud. Aznar, el mismo que después de visitar el velatorio en la clínica Cemtro se ha ido al palco del Bernabeu con la alcaldesa de Madrid a ver el Madrid-Barsa, a pesar de ser expresidente del gobierno, como el colega difunto, y haberse decretado tres días de luto oficial. Muy estético todo. Al fin y al cabo viendo los invitados de la boda de su hija encarcelados a posteriori tampoco hay de que sorprenderse.

Lastimosamente la muerte intelectual de Suárez se ha venido produciendo desde hace más de una década, tiempo en el que esta sociedad ha quedado huérfana sin poder saber qué soluciones, recomendaciones o críticas daría a su realidad, aunque siempre hay viles como el ministro Margallo que dice que Suárez hubiera hecho como Rajoy con el problema separatista catalán –me niego a decir problema catalán, porque Cataluña es mucho más que Más, y no es un problema en si misma-.

La figura de Suárez se ha agigantado –dice Alfonso Guerra- en buena medida – digo yo- por el nivel político de quienes le han sucedido, cada vez menor en la misma proporción que el tiempo nos aleja de aquellos años. Comparemos la hoja de servicio al Estado de uno y otros como ZP o Rajoy. No ceo que ni el paso de una centuria agigante la figura de éstos.

Igual que se ha venido identificando parte de la sociedad no monárquica como juancarlista, en mi familia –incluida la política-, como en muchas otras creo, se era de Suárez, personalidad que estaba por encima de siglas. En mi memoria está su dimisión como presidente del gobierno y su dimisión como presidente de CDS, especialmente emocionante la segunda porque ya había razón y convicción personal. El cuerpo electoral acabó dando la espalda a ese político que trajo la democracia, la misma que le dijo que su tiempo había acabado, que España ya no necesitaba de él. Como siempre pasa lo echaremos en falta una vez muerto.

Ahora ya es historia, y como con toda la historia, que se haga con él historia, no política.


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