Revista Cultura y Ocio

Presidentes de comunidad: esa raza

Publicado el 25 junio 2014 por Javier De Lara @FValentis

Presidentes de comunidad esa razaHay pocas figuras más inquietantes que la del presidente de comunidad por vocación. Normalmente ser elegido para el cargo debería ser un marrón de narices: al fin y al cabo es trabajar a cambio de nada y tener que soportar quejas y súplicas del resto de los vecinos, que no suelen ser pocas. Y aún así, hay gente que no sólo se ofrece para el cargo, sino que lo desea con toda su alma.
Si normalmente se debe desconfiar de las personas que ansían el poder, en este caso en particular hay que desconfiar doblemente ya que hay que ser muy pobre de espíritu para que tus metas sean tan bajas. Normalmente sólo los mediocres o los tontos sueñan con tan poco y esta combinación de cualidades es completamente explosiva. 
A pesar de todo, no es raro encontrarse con este tipo de personas. Seguro que muchos conocéis o habéis conocido en algún momento a un presidente de comunidad por vocación. Y seguro que más de una vez habéis tenido que sufrir en vuestras carnes su megalomanía u os habréis reído con sus tropelías. 
Las razones por las que una persona con evidentes desequilibrios mentales consigue alcanzar el puesto deben buscarse en su increíble persistencia y en su empeño en lograr su objetivo. Las reuniones de vecinos suelen ser una tortura que intentan evitarse de cualquier forma y a las que sólo se acude para evitar que el administrador de fincas y el presidente cometan demasiados desfalcos, por lo que es normal que la gente acabe escogiendo a aquellos que se postulan insistentemente para poder terminar lo antes posible. Poco después de ser escogidos, tratarán de mantener a un lobby suficientemente representativo para perpetuarse en el poder todo lo posible: los viejos cascarrabias y otros locos ansiosos por lograr algo de notoriedad suelen ser los escogidos para ser sus secuaces. 
Presidentes de comunidad esa razaA partir del momento en el que empiecen a desarrollar sus funciones, se hace evidente que un déspota está al cargo. Suele comenzar el reinado con unos pocos carteles pegados en el espejo del ascensor que anuncian nuevas prohibiciones para actos que el presidente considere inoportunos, como por ejemplo, jugar al balón en el césped, subirse al tobogán con más de seis años de edad o el uso de cualquier instalación comunitaria más allá de las ocho de la tarde.
En mi vida tengo recuerdos de dos casas y en las dos he tenido dos presidentes por convicción. El actual tiene la costumbre de bajar a la piscina (en la que esta prohibido TODO) embutido en un mínimo bañador negro fardahuevos y adopta pose de Superman (brazos en jarras, apoyando los puños cerrados sobre la cintura) para supervisar que todo está en orden. Si un niño alza la voz más de lo normal le lanza una mirada reprobatoria o a sus padres o al propio niño y después se lanza a la piscina, donde se pone a hacer largos por el centro, para así ocuparla por completo y que nadie se interponga en su ejercicio diario. El último incidente que ha tenido que afrontar en su mandato ha sido con un vengador silencioso y misterioso que se dedica a rayar los carteles de "prohibido fumar" de los ascensores y grabar en ellos injuriosos mensajes del tipo "el presidente es un calbo". Las faltas de ortografía y lo fácil del insulto (que, por otra parte, es completamente cierto) me indica que este enmascarado es bastante jovencito, pero desde luego tiene mi apoyo en su cruzada. A pesar de que los carteles se sustituyen regularmente, con lo que esto supone en gasto para la comunidad, y se están colgando avisos donde se solicita la colaboración de los vecinos para localizar y apresar a este rebelde, nadie ha podido o querido localizarlo. Desde este blog, si me está leyendo, quiero que sepa que muchos estamos con él.
Presidentes de comunidad esa razaEn cuanto al anterior presidente, recuerdo que era especialmente sensible al sonido de los tacones. Emboscado en su casa, aguardaba a que cualquier mujer pasadas las diez de la noche llegara de la calle con los tacones y éstos se escucharan en el rellano o en el piso superior. Al día siguiente, te realizaba una visita para quejarse del "jaleo con los tacones" que le había despertado. También era propenso a dejar notitas por debajo de las puertas para expresar sus quejas a los diversos vecinos colindantes, por cosas como ducharse a horas que él  no consideraba adecuadas o por haber realizado fiestas imaginarias que nunca habían ocurrido. El apoyo de unos propietarios que no vivían allí y dos o tres ancianos que formaban parte de su guardia pretoriana conseguía que saliera elegido como presidente una y otra vez. Al igual que muchos en su especie, era aficionado a colgar sus delirantes bandos en los ascensores y en el recibidor y a los más variados chanchullos, como solicitar una derrama para pintar las paredes de la escalera y acabar pintándola él para llevarse el dinero. Por suerte para mí, abandoné aquella casa hace ya unos cuantos años y ahora veo sus locuras con la distancia suficiente como para considerarlas entrañables y divertidas.
En fin, espero que entre los lectores no se encuentre ningún presidente de comunidad por devoción. Y si lo hay, seguro que es por amor a la raza humana y no por un irrefrenable deseo de amasar una pequeña cuota de poder en la vida.
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