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¡PreVARicación!

Publicado el 21 enero 2020 por Trescuatrotres @tres4tres

Solamente una palabra, un concepto, separa a un estamento tan tenebroso como lo es el arbitral de ser una banda organizada. Así de directo. No caben medias tintas. Los árbitros, en cuanto a estamento organizado, pueden hacer lo que quieran, han leído bien, lo que quieran, porque el fútbol, por desgracia, no es una res publica y no está sometido a fiscalización administrativa.

Precisamente es el carácter privado del fútbol el que evita que podamos denunciar los hechos, objetivos (que aquí no andamos con milongas ni mandangas) que, en caso de haber sido cometidos por un funcionario público, hubiesen constituido un claro delito de prevaricación.

Prevaricar, acudamos a la Real Academia de la Lengua, es cometer el delito de prevaricación. Exacto, un delito. Volvamos a la RAE y averigüemos en qué consiste exactamente: delito consistente en que una autoridad, un juez o un funcionario dicte a sabiendas una resolución injusta.

Sin embargo, claro, la Liga de Fútbol Profesional, ese ente presidido por el públicamente orgulloso madridista Javier Tebas, es una asociación de clubes y sociedades anónimas deportivas que sabe nadar entre lo privado y recoger prebendas de lo público pero que, tengámoslo claro, se las arreglan para que los árbitros sean jueces fuera del ámbito público, autoridades de una asociación de entidades con intereses privados y, por lo tanto, no son denunciables desde el punto de vista de la prevaricación. Imagínense que ustedes, en su calidad de socios minoritarios en su empresa, son juzgados por alguien a quien paga su socio más poderoso, justo aquél que lucha por lo mismo que ustedes... Para encontrar limpieza en el balompié, nunca miren a los árbitros, y mucho menos si lo que quieren es justicia.

¡PreVARicación!
Histórica revisión de un penalti en el VAR durante a final del Mundial de Rusia de 2018 (fuente: elperiodico.com)

Qué es un árbitro, pues. Una herramienta, muy efectiva, para que las cosas se queden como se deben quedar. Han estado cien años escondidos detrás del error humano. Ése que hacía que muchos aficionados defendiesen a capa y espada la limpieza de un espectáculo que está lejos de ser deportivo y muy apegado al nauseabundo poder económico. Unan las palabras nauseabundo, poder y fútbol. Sumen ¿Qué les sale? Pues ya han perdido la cómoda excusa del error de la apreciación en directo porque, en éstas, llegó el VAR.

Su aplicación en el Mundial de Rusia, a este menda, le pareció una panacea, el súmum de la justicia, la ansiada erradicación del tráfico de influencias. Vi la luz, una esperanza dentro de tanta oscuridad ¡Iluso! Para esto tengo un amigo que lo supo ver desde el principio. - Cambiado será nada- joven padawan. Y yo, hervidero de emociones, ciego.

Pero ya el año pasado me di cuenta de que algo no iba a ir bien en el traspaso de la tecnología VAR a la liga doméstica. Hay equipos que son masacrados sistemáticamente. En ocasiones por rachas. Otros salen beneficiados siempre. - Estamos adaptándonos al nuevo sistema- nos decían, mientras trazaban las líneas de los fuera de juego eliminando de la ecuación la perspectiva o el punto de fuga. - El VAR acierta el noventa y nueve coma nueve período por ciento- sale el infame Velasco Carballo, ex árbitro de los malos, que ha dejado de ser árbitro para seguir siendo malo, a recordarnos lo maravillosas que son las actuaciones de sus secuaces cada ciertos meses con unos informes propios de la CIA levantando la alfombra para esconder la suciedad. Pero en torpe, a lo mesetario.

Cuando se les acaban las excusas se inventan el, ojo, protocolo VAR ¿en qué consiste? Pues depende del medio de comunicación que se escuche ya que cada uno de los expertos peritos arbitrales con generosos sueldos explica, poco más o menos, lo que les da la gana. Si el protocolo dice que una jugada que es interpretable no debe ser revisada por el VAR, ya habrá algún maestro que nos indique que eso es así en todos los campos, excepto en dos, en los dos de toda la vida. Y lo peor, hay gente, cuyo voto vale lo mismo que el tuyo, que comprendes lo que escribo, que les cree a pies juntillas. Borregos para estos pastores.

¡PreVARicación!
Martínez Munuera consultando el VAR (Fuente: elperiodico.com)

¿Qué sucede cuando alguien con ambición, ideas diferentes y descaro les hace frente? ¡Ay, Monchi! Ahora es cuando intervienen todos los muertos de hambre, becarios con cargo, inútiles de teclado, fantoches de feria, sabandijas vendidas y demás escoria concentrada en varias de las redacciones más pestilentes del universo fútbol.

La prensa es la herramienta más perversa porque es la que manipula a las masas ¿Sabemos quién maneja a la prensa? Seguro que sí. Ellos son los verdaderos generadores de odio desde que la implantación de las multicámaras de Canal Plus lograse que todos pudiéramos asistir a Lo que el ojo no ve y la mentira fuese desenmascarada. Monchi no eligió el escenario donde levantar la voz de forma casual. Es perro viejo y ha buscado el núcleo del tinglado para zarandear el árbol de las manzanas putrefactas. Y viendo el resultado, algo se ha hecho bien en Nervión para que los cachorritos más fieros de la prensa del régimen ladren con tanta rabia.

Monchi, como podrían haber sido Haro y Catalán, Anil Murthy, Aitor Elizegi, Jokin Aperribay, de Trocóniz, Francisco Catalán, Amaia Gorostiza, Fernando Roig o cualquier otro, expresó lo que la mayoría hemos sentido allí. No una sensación de derrota. No. Lo que se experimenta es el robo. El abuso. La pérdida, de nuevo, ante el poder establecido. Por eso, las palabras de Monchi no deberían haber caído en saco roto. Por eso no debemos dejar que eso suceda. Hay, como mínimo, dieciocho damnificados. Cuarenta si unimos a los clubes de segunda.

No pierdan la oportunidad. Sean valientes. Únanse. Luchen contra la injusticia, el escarnio y la vergüenza. Hagan algo para que España deje de ser el cortijo de dos corrientes capaces de generar tanta estulticia. Impidan este sainete repetido hasta la saciedad. Revoluciónense. Derroquen a los caciques. Qué tiembles los cimientos de sus rascacielos con pies de barro.

Toda novela de aventuras necesita un grupo de héroes. Toda revolución histórica tuvo unos líderes inquietos e inconformistas. Cuando los reyes por la gracia de Dios son incapaces de ver la infelicidad de la burguesía y ésta conecta con el pueblo cualquier cosa puede ocurrir. Es hora de cambiar las cosas. Es hora de que devuelvan lo robado, de que se hundan en su indignidad y sean superados. Es hora de que ellos y la necedad que les acompaña sean conscientes de que no son nada. No dan miedo. Ya no.

¡PreVARicación!
La Libertad guiando al pueblo, de Delacroix (fuente: lavanguardia.com)

Y esa es la gran bondad del VAR. Nos ha enseñado que nada de lo que ha sucedido hasta hoy tiene valor. Nada. Si se han atrevido a enseñar sus artimañas para perpetuar los marcadores que requieren sin el más mínimo pudor, qué no habrán hecho en los tiempos pasados vestidos de ocres y naftalina. Les da igual. Mitigan la actual inmundicia generando corrientes de opinión lideradas por hooligans con traje y corbata de escaso bagaje cultural y menos capacidad intelectual. Sólo actúan con la lealtad a sus dueños, ausentes de criterio e independencia. Pero no todo el mundo que les lee, escucha o sigue es idiota. No todos.

No sé si el enfado de Monchi y sus palabras en el postpartido de Madrid podrán haber encendido cualquier llama que ayude al cambio. Falta que hacían. Pero a mi me representan. Y me hubiesen representado también si su protagonista hubiese sido Ángel Haro, por poner un ejemplo alejado de mi querer. Vaya que sí.

Sin embargo, lastimosamente, después me despierto y, al mirar alrededor, el reino de Taifas sigue con sus pequeñas rencillas protagonizadas por mentes pequeñas que guerrean mientras luchan por el migajón de pan que escupen los de siempre. Y eso les viene bien, muy bien. La desunión de los demás es el principal poder del poder. Citaremos con resignación a Victor Hugo: Cuando la dictadura es un hecho, la revolución se vuelve un derecho. A lo que me atrevo a añadir: Y un deber, queridos amigos, y un deber... ¡A ver cuando nos damos cuenta!


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