Occidente, entusiasmado con la Primavera Árabe, está ahora desconcertado tras el triunfo de los Hermanos Musulmanes y los salafistas más radicales en Egipto.
Occidente debería reflexionar: al grito de ¡Muerte a Israel! llegan al poder los mismos fanáticos que asesinaron en atentado hace treinta años y un mes al presidente Anwar el-Sadat, precisamente por firmar la paz con ese país.
Los políticos y los medios informativos israelíes están alarmándose ante esa explosión de libertad islamista y antijudaísmo que empezó en Túnez y fue extendiéndose, con la simpatía europea y estadounidense, por el norte de África, por Libia –con ayuda militar occidental--, Egipto, incluso Siria.
Y, muy alarmante para España, por Marruecos con el triunfo electoral del fundamentalismo mezclado con nacionalismo.
Desde la cercanía, el deseo de hegemonía de Turquía, un país que comienza a mostrar un crecientemente oculto y novedoso antisemitismo y antijudaísmo.
Aparte de la voluntad de imponer la ley islámica, la sharia, a menor o mayor plazo, lo que une a los triunfadores de las elecciones en el norte africano es ese antijudaísmo y el odio a Israel.
Los imanes se han radicalizado. Algunos llaman no sólo la guerra santa, sino que predican la inhumanidad judía: los judíos, por un milagro de Alá, ahora son monos, no humanos, como ha proclamado en un sermón televisado a todo el mundo musulmán el jeque kuwaití Nayef Hajjaj Al-Ajami.
Las amenazas sobre Israel se acrecentan desde todos sus flancos, y casi nadie acepta el derecho de ese país a su existencia: se dictamina que debe desaparecer, de acuerdo con la doctrina de las organizaciones terroristas palestinas Hamás, que controla Gaza, y Hezbolá, en el Líbano.
Súmese el creciente antisemitismo occidental, que detesta a los judíos europeos y defiende toda agresión a Israel alegando el supuesto apoyo a los palestinos.
Vienen malos, muy malos tiempos, para Israel y para los judíos de muchos otros lugares.
----------
SALAS