Capitulo 1
Nuevo León, México, 14 de junio del 2011Cinco años después.
Elisa Hamilton despertó dando un bostezo mientras intentabaen contrar el botón de apagado del despertador. Su madre,Begonia Hamilton, una mujer que mostraba un rostrodelgado y alegre y un cabello castaño, sonreía mientasentraba en la habitación. Su madre se deslizó en el bordede la cama y le pidió a su hija que cerrara los ojos. Lamujer contó hasta tres y Elisa abrió los ojos. Un paqueteenvuelto con papel de regalo, y con una tarjeta que llevabasu nombre, apareció ante ella.—¡Oh, mamá! ¡Gracias! —dijo Elisa, abrazando a Begonia.Su madre palmeó su espalda sonriendo alegremente.—¿Por qué no lo abres? —le preguntó.Elisa asintió, rompió la envoltura y abrió el paquete.Dentro de el, había una cajita diminuta, la tomó y levantóla tapa. Una cadena dorada de aspecto fino y elegante conun topacio colgando de ella se encontraba en el interior.Ella miró a su madre y la besó en la mejilla.—Es hermoso —dijo Elisa.—Lo sé —repuso ella—. Sabía que te iba a gustar.Elisa abrazó a su madre unas cuantas veces más. Desdeluego, el regalo que le había dado Begonia le pareció unhermoso detalle. No muchas veces Elisa recibía regaloscomo aquellos. Ya que costaban muy caros y eran muydelicados para traerlos colgados. Su madre se levantó dela cama y le dijo a su hija mientas besaba su frente “nosvemos en la cocina”. Ella se dirigió a la puerta y la cerrótras de sí. Elisa devolvió la cadena en la cajita y la dejósobre la mesita de noche. Se incorporó apresuradamenteen dirección al baño y cerró la puerta. Al salir, secó sumelena larga y se puso el uniforme de la escuela, que erauna blusa blanca con mangas largas y botones ajustados,una falda azul y calcetas blancas que le llegaban hasta lasrodillas.Cuando estuvo completamente vestida salió de la habitación,bajó las escaleras y entró en la cocina. Tomó unamanzana verde del canasto de frutas y le dio un gran mordisco.Su madre oyó el crujido de la manzana contra susdientes y se volvió de inmediato, entregándole un platode huevos revueltos con tocino y un vaso de jugo de naranja.Elisa los cogió y fue a desayunar en el comedor.Begonia puso un plato sobre la mesa y se sentó junta aella. Elisa sonrió a su madre e inmediatamente se acordóde su Tía Clara porque las dos se parecían mucho y teníanun hermoso rostro. Cuando sonreían sus rostros seiluminaban no solo porque eran gemelas se parecían, sinoporque ambas sonreían como dos angelitos inocentes. Misonrisa será así cuando crezca, se preguntó para sus adentros.Elisa llevó un pedazo de tocino a la boca mientras los ojos azules de su madre pestañeaban, recordando algo.—Elisa, ¿Cuándo es el último día de clases? —preguntósu madre, bebiendo un vaso de jugo de naranja.Elisa levantó la vista.—No sé, mamá. No nos han dicho nada —respondióella, mordiendo otro trozo de tocino.Su madre se bebió el vaso completo. Miró por la ventanay vio que estaba amaneciendo y alzó la muñeca paramirar su reloj de mano.—No falta mucho para que sean las seis y media—murmuró ella—. Christian, debe estar por llegar.Inmediatamente Elisa se incorporó y subió las escalerasde caoba hasta llegar a su habitación. Luego, regresócon una bolsa de mano y se volvió a sentar.—¿No vas a usar tu regalo de cumpleaños? —preguntóBegonia al poco rato.Elisa de inmediato sacó de su bolsa la cadena dorada,lo colocó alrededor de su cuello y dejó que su madre ledigiera como se veía.—Hace juego con tu ropa —señalo ella.Elisa esbozó una sonrisa complaciente.Al poco rato de haber desayunado se escuchó el claxonde un coche y la joven saltó de su asiento. Se levantó, ledio un beso a su madre y la abrazó por segunda ocasión.Salió de la casa y se metió al coche de su mejor amigo.—Hola —saludó él.—Hey —saludó ella.Christian, que era mayor que ella, lucía un rostro frágily fibroso, con cabello negro y unos ojos cafés que de inmediato quedaron hipnotizados por el colgante. Elisapercibió su mirada.—Me lo regalo mi madre —le comentó.—Hace juego con tu ropa —dijo él.—Si mi madre me dijo hace un rato lo mismo —dijoElisa, recordando el comentario de su madre.Christian metió su mano en uno de sus bolsillos delpantalón y sacó una cajita blanca y la tendió hacia Elisa.—¡Feliz cumpleaños, dieciséis! —exclamó.Elisa alegre la tomo y abrió la tapa. Un reloj de manode color rosado, apareció ante sus ojos. Emocionada loprobó en su muñeca y alzó la mano para que Christianlo contemplara.—¿Por casualidad mi madre y tú se pusieron de acuerdopara comprarme estas cosas? —quiso saber Elisa.Christian curvó los labios en una sonrisa maliciosa encendiendoel motor.—Ni idea —contestó Christian distraídamente mientrasel auto doblaba la esquina.Elisa le dio un empujón en el hombro derecho comobuenos amigos.— ¡Auch! —dijo él y ambos se rieron a carcajadas.