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Primer Concurso de RetroRelatos de RetroManiac - El regreso de Bernard

Publicado el 20 julio 2013 por Retromaniac @RetromaniacMag
Primer Concurso de RetroRelatos de RetroManiac - El regreso de Bernard

1º Concurso RetroRelatos de RetroManiac
El regreso de Bernard , por Juan Manuel Fuentes Hernández
Bernard llevaba horas trabajando en su proyecto de astrofísica.
No solía ocurrirle a menudo, pero se sentía fatigado. Las gruesas gafas que reposaban sobre su abultada nariz, ésas que le acompañaban desde que le diagnosticaron miopía a los 6 años condenándole al lado de la sociedad donde un niño de esa edad no quiere pertenecer, comenzaban a pesarle demasiado y decidió apartarlas de sus ojos por un momento mientras se recostaba sobre la silla e inclinaba la cabeza hacia atrás. Entonces se puso a pensar en cuerpos celestes, cometas, asteroides y meteoritos, e irremediablemente recordó el incidente. Al fin y al cabo comenzó a interesarse por la astrofísica a raíz de él.
Bernard nunca había sido una persona arrojada. Fue rechazado demasiado pronto por demasiada gente y acabó recluyéndose en sus libros cuando apenas tenía capacidad para leerlos. Esto le sirvió para desarrollar su inteligencia de manera prodigiosa, pero le privó de otras muchas cosas igual de importantes. Con el tiempo fue cultivando además todo tipo de fobias y alergias que hicieron de él alguien muy vulnerable incapaz de desenvolverse en el mundo donde vivía. Sin embargo, aquella vez en la mansión fue diferente. Allí descubrió que era capaz de muchas cosas.
Nunca entendió por qué Dave Miller recurrió a él para rescatar a Sandy. Era un tipo muy popular y conocía a mucha gente. Podía haber llamado a Razor, Syd, Wendy, o incluso al pirado de Jeff, pero pensó en él, en el torpe gafotas que nunca nadie quiso en su equipo, en el nerd. Recuerda avergonzado que estuvo a punto de rechazar la proposición; era una locura, pero se trataba de Sandy, por Dios, la chica que siempre le sonreía en los pasillos, la única que no le trataba como si fuera un apestado y a la que amaba en secreto, pero sin dolor. Se lo debía, así que reunió valor y condujo en mitad de la noche hasta aquel recóndito lugar mientras se preguntaba todo el tiempo qué diablos estaba haciendo. Allí se reunió con Dave, que le esperaba junto a otro chico, Michael, un fotógrafo que resultó ser un tipo excepcional. Juntos se adentraron en la mansión en busca de Sandy sin saber todavía que estaban a punto de vivir la experiencia más aterradora de sus vidas.
Pero a Bernard no parecía importarle nada de eso ahora. Lo que recordaba cuando echaba la mirada atrás, por encima de cualquier horror, era la sensación de haberse comportado como la persona que siempre quiso ser. Alguien decidido a resolver los problemas sin dejarse chantajear por sus limitaciones, una persona valiente capaz de usar su inteligencia para algo más que resolver ecuaciones. Pero sin duda, lo mejor de aquella aventura fue que, por primera vez en su vida, Bernard se sintió parte de un grupo de personas que le respetaban. Su actuación en la mansión fue crucial para salir de allí con vida y acabar con la amenaza que cayó del cielo. Aquello le valió a Bernard no solo para seguir viviendo, sino para hacerlo con más dignidad. Al menos durante los meses que vinieron después.
Pero ya habían pasado casi tres años, y las cosas volvían a ser como al principio. El incidente quedaba muy lejos, al igual que aquel Bernard, que apenas podía reconocer el de ahora.
Dave y Sandy también quedaban muy lejos. Desde que acabó el instituto no volvió a saber de ellos. Bernard se odiaba por muchas cosas, pero no creía poder perdonarse por aquella. Las únicas personas ante las que nunca sintió la necesidad de agachar la cabeza habían desaparecido de su vida, y con ellos su esperanza de no morir solo. Este último pensamiento alertó a Bernard. Sabía que estaba siendo demasiado trágico, que en su vida podían volver a aparecer otros Dave, Sandy o Michael, pero aún así se asustó. Llevaba todo este tiempo acomodado en su lamento, y ya era hora de cambiar.
Se despegó de la silla y encendió la luz de la habitación. De repente le pareció pequeña y asfixiante así que corrió las cortinas de la ventana y la abrió de par en par. El aire frío de la noche entró de golpe como si hubiera estado esperando impaciente detrás de los cristales. Bernard lo inspiró aliviado sin pensar en el daño que podía hacerle a su salud. Hace cinco minutos no habría hecho algo así. A continuación abrió el cajón de su escritorio y rebuscó entre un montón desordenado de papeles, cables y baterías. Allí encontró lo que buscaba, un viejo cuaderno de notas que le acompañaba desde que entró al instituto y que usaba como agenda, entre otras muchas cosas. Hojeó rápidamente el cuaderno y se detuvo en una página donde había anotados varios nombres y números de teléfono. Puso su dedo sobre la entrada que ponía "Dave Miller (novio de Sandy)" y memorizó el número que había escrito a su lado. Comenzaría por él. Hablar con Sandy le costaría mucho más, y además nunca le pidió su número de teléfono. A Michael tampoco.
Salió de la habitación y se dirigió a la sala de estar. Le sorprendió no encontrar a su compañero de piso Hoagie tirado en el sofá viendo la MTV. Hoagie y Bernard vivían bajo el mismo techo pero eran dos desconocidos. Bernard lo evitaba, y Hoagie era demasiado pasota como para preocuparse. Era ridículo, pero en estos momentos tenía cosas más importantes que resolver. Alcanzó el teléfono y lo descolgó. A continuación marcó el número. No fue fácil porque le temblaban las manos.
Después de muchos tonos, alguien respondió.
-¿Diga?
Bernard tragó saliva intentando deshacer el nudo de su garganta. No lo consiguió del todo.
-¿Dave? ¿Dave Miller? -dijo con la voz todavía un poco ahogada.
-¿Quién es?
-Bernard. ¿Me recuerdas?
-¿Qué Bernard? -Se oyó después de una pausa.
-Bernard Bernoulli.
Hubo un silencio aún mayor. -No conozco a nadie con ese nombre -dijo finalmente la otra voz en un tono más áspero.
Bernard se puso más nervioso. Las cosas no iban demasiado bien.
-Soy Bernard, Dave. El amigo de Sandy. El meteorito.
-Muy gracioso, amigo. Déjeme en paz -dijo la otra voz con una mezcla de tristeza y resignación.
Bernard no podía creer lo que oía. Era imposible que Dave hubiera olvidado su nombre.
-No, Dave, tienes que recordarme. Entramos en la mansión hace tres años -Bernard habló rápido. Parecía que en cualquier momento la otra persona colgaría el auricular.
La voz del otro lado se volvió más agresiva.
-¡No tiene gracia, imbécil!
-Pero Dave, soy yo, Bernard. Entramos en la mansión y rescatamos a Sandy. No has podido olvidarlo -Bernard no sabía qué más decir. Estaba desconcertado.
La persona del otro lado aprovechó otra pausa larga para calmarse.
-¿Por qué hacéis esto?
-¿Hacer qué, Dave? No sé a qué te refieres, solo quería saber de ti.
-Me refiero al videojuego. ¿Crees que no lo conozco? ¿Crees que eres el primero que llama gastándome la misma broma? -Volvió a subir el tono. La conversación le estaba cansando.
-¿De qué videojuego hablas? -A Bernard comenzaba a marearle tanta confusión.
Después de un sonado suspiro, Dave siguió hablando.
-Del que se hizo con mi historia -Dave recalcó la palabra mí-. Del que se hizo con mi tragedia.
-¿Estás diciendo que aquello nunca ocurrió?
-¡Claro que ocurrió! Pero no a ti ni a ninguno de los otros. ¡Fui yo el que entró en la casa de aquel psicópata, fui yo el que perdió un brazo allí, y fui yo el que encontró el cadáver descuartizado de mi novia! -El grito acabó en un sollozo que se esforzó por sofocar.
Bernard enmudeció por un instante. ¿Qué estaba pasando?
-Pero... así no pasó. Dave, yo estaba allí contigo y con Michael. Todo acabó bien. Destruimos el meteorito. Sandy...
-¡Sandy murió! ¡A manos de un cerdo desalmado que solo quería divertirse! El puto meteorito no existe, ni tú, ni Michael, ni ninguno de los otros niñatos que se inventaron para el juego. Lo único real es mi dolor, así que, por favor, ten compasión y déjame en paz. -Se oyó un chasquido. Dave colgó el teléfono. La conversación había terminado.
Bernard se derrumbó. Trataba de asimilar lo que acababa de ocurrir pero no le resultaba fácil. Era Dave, era su voz, y no bromeaba. Él nunca haría algo así. ¿Entonces por qué dijo esas cosas? ¿Se había vuelto loco?
Con el teléfono todavía en la mano y oyendo la repetitiva señal que salía del auricular, Bernard se sintió desfallecer y se sentó en el suelo. Todo a su alrededor comenzó a dar vueltas, como si la realidad se desdibujara delante de sus ojos. No fue así. Sus recuerdos no eran esos, pensaba Bernard, pero ¿qué son los recuerdos sino una proyección de la memoria? ¿Podía confiar en ellos? En ese momento necesitaba aferrarse a algo sólido, a una prueba que demostrara que todo ocurrió como había creído estos tres años, o acabaría dudando de su cordura.
Fue entonces, buscando en su cabeza, cuando recordó algo que podía servir. Se levantó de un salto y fue corriendo a su habitación. En una de las paredes había un tablón de corcho con cientos de notas clavadas con chinchetas. Comenzó a desclavarlas apresuradamente, quitando capas, hasta que encontró lo que buscaba. Una foto. Al verla no pudo reprimir la emoción. En ella estaban él, Dave y Michael, y en medio de ellos, abrazada por todos, Sandy. Todos felices, con la mansión de los Edison de fondo. La foto la hizo Michael con su cámara cuando todo acabó. Era la prueba que necesitaba. Ahora solo tenía que averiguar qué le ocurría a Dave, y pensaba hacerlo, pensaba llegar al fondo. Lo hizo una vez por Sandy y ahora lo haría por él.
No sabía muy bien por dónde empezar, aunque tenía una ligera idea. Cogió las llaves de su coche y se dirigió a la puerta. En ese momento entraba Hoagie. Venía con una amiga, Laverne, igual de estrafalaria que él pero de estilo completamente opuesto. Hoagie miró extrañado a Bernard, parecía diferente, pero antes de que pudiera averiguar por qué, Bernard le sorprendió con sus palabras:
-No os pongáis cómodos. Os venís conmigo.
Mientras tanto, lejos de allí, en la casa de Dave Miller, Edna Edison hablaba con su peculiar voz de rata.
-Te has portado muy bien, cariño. Has dicho exactamente lo que tenías que decir. Me pregunto si podría utilizar este cacharro para obligarte a hacer cosas más divertidas.

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