Revista Comunicación

Primeras impresiones: La Chica del Tren

Publicado el 09 septiembre 2015 por Alex

Primeras impresiones: La Chica del Tren

Comencé a leer La Chica del Tren con ciertas reservas, tal y como hago siempre con las novelas que vienen avaladas por críticas excelentes y el apoyo incondicional de esos medios afiliados a las editoriales, y creo que mi percepción era la correcta: mucho bombo para tan poca cosa. Seguro que más de uno/a alza una ceja con escepticismo, pero es que me la han vendido como lo que no es. En primer lugar me recuerda horrores a Perdida (Gillian Flynn) y, en segundo lugar, la protagonista me resulta bastante desagradable. Algo que también me sucedió con Amaia Salazar (protagonista de la Trilogía del Baztán de Dolores Redondo) y no suelo ser de las que desprecian a una protagonista a primera vista. En el caso de Rachel (protagonista del libro que nos ocupa) estamos ante una alcohólica obsesiva con una «crisis» post divorcio que, en realidad, comenzó mucho antes, cuando todavía estaba casada y ya le daba a la botella con el vigor y ansia propios de los alcohólicos.

Rachel no es un personaje femenino al uso: es desagradable, lo sabe y le da igual porque vive enganchada a su botella o a sus latas de gin tonic. Su vida va en declive: ha perdido su trabajo a causa de su alcoholismo, vive con una antigua compañera de la universidad (que le ha tendido una mano cuando más lo necesitaba), acosa a su ex marido y su nueva pareja, vive sumergida en un rencor profundo porque ella (Anna) le ha dado lo que ella misma no ha podido darle, se avergüenza de haber perdido su trabajo y lo oculta, por eso se sube cada mañana al tren de las 8:04 y, desde el mismo, observa a su ex y a una pareja que vive cerca de ellos: Megan y Scott, a los que ella convierte en Jess y Jason y crea una vida ideal para ellos. Pero un día ve algo desde el tren y todo cambia. Entramos ya en lo que debería ser lo importante: la desaparición de Megan. En ese momento te dan varios sospechosos y, francamente, ninguno me convence. No os voy a decir lo que pienso porque no quiero fastidiaros la historia, pero vamos, si me equivoco me como el ordenador con teclado incluido.

La verdad es que sigo leyendo porque es uno de esos libros de fácil lectura, no porque esté enganchada y es que, de hecho, incluso en lo que se supone el punto álgido de una determinada escena puedo abandonar el libro y no recordarlo hasta la noche o el día siguiente. Se supone que es un thriller y, francamente, a mí me resulta entretenido, pero no apasionante.

Empecemos por el hecho de que hay tres narradores: Rachel,
Megan y Anna. A medida que avanza la historia vamos sabiendo más y más de ellas y el modo en que están entrelazadas sus vidas. A decir verdad, la historia avanza muy despacio y a mitad del libro parece que todavía te las estén presentando. Vale, no tanto, pero hay páginas y páginas y más páginas en las que lo único destacable son los desvaríos de una borracha obsesionada con ser el centro de atención y en no quedarse fuera de la investigación. Añadamos luego que no noto el cambio que debería haber al pasar de una narradora a otra (las expresiones no son parecidas, es que son las mismas) y que te enteras porque te lo pone bien grande arriba y porque cambia la historia, ya que no hay más cambios. Se supone que son tres mujeres distintas que no se relacionan, que tienen entre ellas un contacto mínimo (entre Rachel y Megan ni siquiera eso) y hablan exactamente igual. ¿Nadie se ha dado cuenta de eso? ¿O es que yo soy muy puñetera? No sé, puede ser un poco de todo.

Ya os comentaré algo más cuando termine la novela. Pero desde ya os digo que no es de las que recomendaría a mis amigos. Como mucho como novelita para pasar un domingo lluvioso y aburrido.

Me lo prometo a mí misma: no volveré a leer una novela a la que preceda un éxito arrollador gracias a las críticas de los medios afiliados a la editorial de turno.


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