Truman llegó hace dos meses. Pese a que nos conocemos desde hace tan poco tiempo, cuando llego a casa me está esperando detrás de la puerta, dispuesto a, en cuanto me agache a saludarlo, darme lametones en la cara y el cuello. Gime de alegría y da saltitos a mi alrededor. Puede que haya tenido un día duro, que le sentara mal la comida, que le duela algo o que en el paseo de la mañana se encontrase con un perro que le dio miedo o algún miembro de su especie pero de raza más pequeña que no quiso jugar con él. Da igual, porque él me saluda cada día con la misma alegría. Eso me ha hecho pensar que así debería ser también entre nosotros, los humanos. Tendríamos que llegar a casa y buscar a nuestra familia para darles un beso y una sonrisa, en vez de cruzar el umbral con la mochila de los problemas del día encima. Me he propuesto a partir de ahora dejar las preocupaciones en el portal, ya habrá tiempo de compartir las dificultades del día, después de un abrazo y una sonrisa a quienes quiero.