Aunque lleve más de un año sin escribir no consigo desvincularme de este blog. Sigo hablando de él en mis conversaciones con amigos y sigo manteniendo una lista de ideas sobre qué escribir. No se me van las ganas de hacerlo aunque si se me va el tiempo.
Es curioso, estoy en un momento en el que mis máximas preocupaciones no van más allá de mi familia (entiéndase por familia la que se elige y la que no) y de mis ambiciones inquietudes profesionales. He limitado mucho esas preocupaciones y es que parece que esa es la única forma de poder centrarme en algo: hay que priorizar.
Al final siempre es lo mismo. Se trata de pequeñas decisiones que derivan en consecuencias. Mi decisión de dedicar, por primera vez en mi vida, el tiempo exclusivamente a los objetivos que me he marcado me convierte en una persona alejada de todo lo que no tiene que ver con esos objetivos.
Los hay que me han definido como una persona fría (por no querer desviarme de mi camino), implacable (por ser rigurosa con mis quehaceres) y egoísta (por mantener mis prioridades). Pocos son los que me felicitan por serme fiel.
No lo entiendo. El mundo está lleno de personas que se llenan la boca con frases inspiradoras que animan a proponerse retos, que invitan al fracaso como forma de aprendizaje y que insisten en la persecución de metas, pero nadie habla de las consecuencias de emprender una de esas propuestas.
Y cuando una se decide a emprender un proyecto, se da cuenta de que el mundo no está preparado para que las personas se prioricen a ellas mismas. No está preparado para que las personas sean fieles a sus ideas y principios. No está preparado para respetar las decisiones de los demás. No está preparado para recibir negativas.
El mundo solo juzga. No interesa saber qué hay detrás de cada decisión, ya no importa el porqué de lo que hacemos. Solo importa lo que hacemos y cómo eso repercute en lo demás.
Imagen destacada: Obra de SOMA.