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Producciones La Codorniz: Habitación para tres, humorismo español de vanguardia. Elogio a la vida excéntrica, el talento de Tono y los Celuloides rancios

Publicado el 07 febrero 2011 por Esbilla

Producciones La Codorniz: Habitación para tres, humorismo español de vanguardia. Elogio a la vida excéntrica, el talento de Tono y los Celuloides ranciosLo primero reconocer que la posibilidad del rescate, arqueología verdadera, de un film tan insólito e invisible como Habitación para tres (la segunda con peros, luego se verá) dirigida por el humorista Antonio de Lara “Tono” sobre su exitosa obra teatral Guillermo Hotel (1945) se debe, en primer (y esencial) término, a que don Santiago Aguilar (otra vez él) me la puso, como quién dice, en la mano y además facilitó el material gráfico y en segundo a la base bibliográfica ofrecida por dos libros: el primero, Directores españoles malditos de Augusto M. Torres (Huerga & Fierro, Madrid, 2004) y el segundo la biografía de la actriz Julia (o Julita) Martínez, -Julia Martínez, vocación de actriz, Gabriel Porras, Libros en la red-  intérprete de largo recorrido, magnífica voz e inmensa popularidad tardosesentera gracias a la serie La casa de los Martínez (en antena desde 1967 a 1971) donde daba el tipo de ama de casa y madre abnegada, españolita media del desarrollismo.

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A partir de aquí, ¿qué es Habitación para tres? No lo sé. Es una comedia de enredo vodevilesco, sobrina de Tres sombreros de copa (1932) de Miguel Mihura, donde ya está presente esa dicotomía entre la rigidez y el sentido lúdico de la vida, prima de la screwball-comedy norteamericana, al igual que en títulos como, entre multitud de ellas, La fiera de mi niña (Howard Hawks, 1938) o La octava mujer de barba azul (Ernst Lubitsch, 1938), se sustenta en la dinámica chica alocada/chico serio, donde el torrencial carácter de la joven en cuestión pone patas arriba el mundo ordenado y aburrido del galán. También es hermana, casi siamesa, de festines del absurdo y el imposible cómico, subversiones de la realidad por la acción de la risa y el estupor como el arrollador Hellzapoppin’ (1941) de H. C. Potter según la carcasa teatral del espectáculo de Ole Olsen y Chic Johnson o de los shows dementes de los hermanos Marx. Pero en esta línea incluso antecede a los futuros hallazgos de Jerry Lewis, especialmente en solitario pero también en la gloriosa compañía de Frank Tashlin, según los cuales ese mismo absurdo, esa rebelión entre lo naif y lo demoledor contra el orden establecido, contra la lógica misma, es la manera de reescribirla (de reordenarla, por tanto) a partir del caos. Desde luego lo que no se puede negar es que es hija de su padre. Son clavaditos. Combinaciones de humor verbal chocante y gags visuales paradójicos, retruécanos, literalidades (“-¿Ve usted eses baño de ahí?” “-No. Pero me lo figuro detrás de la puerta”), aliteraciones, paranomasias… codornicismos al fin y al cabo (durante la acalorada disputa pre-matrimonial el gerente del hotel llama a la habitación exigiendo decoro, que en el piso de arriba hay un muerto gravísimo) o directamente tonerías. Un festival de humor blanco, sí, pero no melifluo, levemente satírico, decididamente anticursi -aparecen, como emanadas del infierno de la españolidad más indeseable, Doña
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Encarnación y Doña Purificación creadas por Edgar Neville en las páginas de La Codorniz, transmutadas aquí en las respectivas mamas de los novios y martirios de su pobres maridos e interpretadas por Matilde Muñoz Sampedro y Josefina Bejarano, características de categoría ambas- y abiertamente disparatado.

La película nace, tal quedó señalado al comienzo, como ampliación de una obra teatral del propio “Tono” estrenada en 1945 bajo el título de Guillermo Hotel (codornicismo al canto) con un terceto protagonista formado por Isabel Garcés, Luis Gracía Ortega y Ángel de Andrés (tío del excelente Ángel de Andrés López) en los roles respectivos de la joven casadera, el serio abogado y el ladrón de hotel de insospechadas habilidades penalistas. Del estreno y de las habilidades y particularidades del

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humor de Tono da cuenta esta impagable reseña recogida el 9 de mayo de 1945 en el diario ABC a cargo del gran periodista  y crítico teatral (incluso dramaturgo y director) Alfredo Marqueríe que comienza tal que así: “Anoche se estrenó en el Infanta Isabel una obra de Tono, titulada Guillermo Hotel. El público rió cuarenta veces en el primer acto, cincuenta y una en el segundo y cincuenta y cuatro en el tercero (…)”. Esta crítica ya señala gran parte de los aspectos comentados anteriormente, en especial la sofisticación del humor por el humor, la capacidad de observación y subversión de lo observado, el látigo inmisericorde sobre las espaldas del lugar común…y la filiación capital al nuevo humor, de raíz europea, intoxicación americana y leve vanguardismo mezclado con casticismo que animaba la existencia de “la revista más audaz para el lector más inteligente”, La Codorniz.

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La trama no es de gran importancia y en la superficie presenta un enredo común: Alicia -Carolina G(J)iménez como una muy válida heroína screwbal, una actriz de cierta presencia en el thriller español y voz ocasional de Ann Sheridan o María Montez, incluso de su compañera aquí, Julita Martínez  a la cual dobló en la dramática Hay un camino a la derecha (Francisco Rovira Beleta, 1953)l-, en vísperas de su boda con el atontolinado Felipe (José Luis Ozores en su perfecto papel de pobre hombre mangoneado), a la sazón el árbitro que pitará el partido decisivo de la temporada, ocupa la habitación de hotel que este ha reservado para el día del partido. Esa misma noche, y producto de una confusión, un joven abogado, Carlos -el actor, poeta, guionista, ayudante de dirección y empresario teatral Armando Moreno, marido y futuro manager de Nuria Espert y otra personalidad de cierta relevancia en los terrenos policíacos donde co-protagonizó la ya tratada aquí Camino Cortado para Iquino en el 55 y compartió cartel con su guapa partenaire en Los agentes del Quinto Grupo (Ricardo Gascón, 1955)-, ocupa igualmente la habitación y por si fuera poco, un caco de hotel se
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esconde bajo la cama, ya repartida a tres. Un antológico Manolo Gómez Bur -impecable como siempre El Burgomaestre-, de nombre Enriqueta debido a que su padre, poco antes de morir, había decido que si era niño se llamase así y si fuera niña se llamase Cristóbal y como no dio tiempo a sacarle de la confusión….

Comprometido el honor y con la parentela al caer se precipita el cataclismo de confusiones, puertas que se abre puertas que se cierran y chistes al menos uno por plano, aparentemente comedia y solo comedia pero, por debajo un peculiar discurso de dinamización de las convenciones: Alicia se revestirá de los atributos externos de un hombre (pipa, traje, maquinilla de afeitar) y decidirá que no se casa con aquel pánfilo de árbitro, el ladrón vestirá smoking y toga y defenderá en un juicio a un pobre tío culpable de una menudencia tal como asesinar a sus dos abu

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elitos (una genial comparecencia de Vicente Gómez Bur, padre por tato de su defensor), al que , claro liberará, y finalmente Carlos, el burgués educado, terminará vestido de pobre de pedir y curado de su alergia al matrimonio (“-¿Entonces no es usted amigo del matrimonio?” “-Ni siquiera conocido”) y a los espantos.

Entre gag y gag, el autor ha colado un mundo bocabajo, intercambio de roles sexuales y sociales incluido. Ha, de nuevo, reescrito la realidad a través de la comedia. Todas las realidades, la de la ficción pues los personajes llegan a romper la cuarta pared, la física ya que el humo de un cigarro atraviesa el hilo telefónico o sale directamente por la cabeza, en los cestos de la ropa caben hasta tres hombres (el tercero de ellos, que se baja en al siguiente parada es Tono in person) e incluso aparece Antonio Ozores de la nada,

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"Bueno...¿Y ustedes qué harían?"

llamando primero a la puerta y luego abriéndola del otro lado y cualquiera desde el momento en que los hijos inventados por una Alicia totalmente disparatada terminan por salir desfilando de la habitación del hotel para desesperación del pobre Felipe, al que ya se le caen los lagrimones.

No es cosa de ponerse a recontar frases, réplicas o aciertos por que sería imposible, certificar en cualquier caso que la película es descacharrante, inusitadamente moderna y terriblemente sofisticada bajo una apariencia un tanto destartalada que nace más de la impericia de Tono tras la cámara, o de la vagancia, célebre es su felicidad ante la posibilidad de rodar en una cómoda habitación de hotel y el buen uso que daba a la cama durante las largas pausas de rodaje, manifestación de una forma de ver la vida relajada y gozosa difícilmente

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compatible con una profesionalidad concienzuda. El film, esto es cierto, peca a veces de demasiado teatral, de una puesta en escena algo rutinaria o más bien desmañada, combinada en ocasiones con verdaderos hallazgos, donde el gag si logra emanar del encuadre (Enriqueta llamando a su abuelita tumbado en al cama como una niña repipi) o  puntos de modernidad estructural sorprendente (y nuevamente subversiva) al modo en que lo son en las digresiones y secuencias autónomas sobre las que Jerry Lewis (otra vez ) construía sus películas, siendo en el caso de Tono plasmaciones vivientes de chistes gráficos, viñetas encarnadas como la del abuelete portero y su señora que cose tranquilamente la red de la portería durante la pesadilla de Felipe con el día del partido.

De cualquier manera, y sin s

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aber hasta que punto existía una premeditación rupturista, no se puede negar que Tono fía el conjunto de la película a su habilidad como escritor y gagman (había ejercido el oficio en los primeros 30, los tiempos de las dobles versiones del Spanish Hollywood y Joinville) y al peso del éxito precedente de la obra, de tal calibre que ya había contado con una adaptación previa realizada nada menos que en México en el año 1949 con el título de Nosotros los rateros y dirección de Juan Bustillo Oro. Tono la resucita en el 51 en la que será su tercera y última película (realizó algunos cortos durante la década de los 60), la anterior, en realidad la primera verdaderamente dirigida fue una comedia fantástica no menos insólita en el contexto del cine español de los 40, Canción de Medianoche. Realizada en 1947 con protagonismo para Ricardo Calvo, Rafael Bardem, Guillermo Marín y la espléndida Isabel de Pomés estrella para Neville en La torre de los siete jorobados e hija del gran Félix de Pomés, es
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decir Robinsón de Mantua, es al parecer un film más que notable, de gran originalidad y tan reivindicado como invisible.

El anterior contacto con el cine de Tono había sido de la mano (o mano a mano) con su inseparable Miguel Mihura, junto a él firmó su primera obra teatral a su regreso a España en 1934, Ni pobre, ni rico, sino todo lo contrario (la cual sería adaptada por Ignacio F. Iquino en el 44) también cambió el rumbo de la publicación fascista de combate La Ametralladora (editándose entre el 37 y el 39 con el subtítulo de Semanario de los soldados) hacia el insospechado humor blanco de vanguardia manejado por “la otra Generación del 27” hasta convertirla en embrión de la inminente La Codorniz. Juntos emprendieron en 1940 un curioso proyecto cinematográfico titulado Un bigote para dos, el cual, por un lado conectaba con las tonerías o aquellas fotos en las cuales el absurdo pie

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contrastaba con la imagen para lograr un efecto de extrañamiento cómico y por otra con una breve corriente que practicaron algunos otros de estos humoristas y que Jardiel Poncela, su inventor en una serie de cortometrajes realizados durante los años 30 dio en llamar “Celuloides rancios” (o “Celuloides cómicos” que bajo ese nombre agrupó su producción entre el 36 y el 39). Jardiel por un lado y Tono/Mihura por otro se lanzaron a transformar en largo aquel invento paródico consistente en tomar una material preexistente y aplicarle un nuevo doblaje, totalmente disparatado, a su manera ingenua toda una rompedora manipulación experimental del material físico del cine para crear un efecto nuevo a partir de una base anterior y divergente. Jardiel empleó en 1940 la película muda española La cortina verde, dirigida en 1916 por Ricardo de Baños sobre una novela de Julio Dantás, a la que somete a este proceso y añade un prólogo donde él mismo interviene junto a diferentes actores. Tono y Mihura había estrenado muy poco antes la citada
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Un bigote para dos
, en la que se empleaba como objeto maleable una opereta austriaca ignota, Melodías inmortales (Unsterbliche melodien) del año 1935 y dirección de un tal Heinz Paul. Por lo visto esta circunstancia no sentó demasiado bien a Jardiel Poncela, el cual se tomó como un plagio el que otros emplearan de similar modo lo que había sido invención propia. En cualquier caso estas “intervenciones artísticas” decididamente burlonas demuestran el grado de modernidad de esta generación de humoristas que con estas prácticas festivas se adelantaron tanto a la caradura de Roger Corman cuando compraba ciencia-ficción soviética para repartirla entre metraje de producción propia durante los 60, a tácticas hermanadas como el What’s up, Tiger Lily? (1966) con el que Woody Allen debutaría en el cine y que consistía en someter a un nuevo doblaje y a un cambio en al banda sonora a una película japonesa de espías pop, Kagi No Kagi, realizada en 1965 por Senkichi Taniguchi, y hasta , por qué no como muy bien señala Flegetanis en eses singular blog que es Viajes con mi tía (enlace al artículo clickaando sobre el Celuloides rancios de un poco más arriba),el chanate Mundo viejuno quizás lo que más cerca pueda estar del conc
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epto original de Jardiel . Incluso, y circunscribiéndonos al factor experimental , toca valorar su condición pionera y absolutamente original en relación a pelícualas de interés dudoso como el Decasia (2002) de Bill Morrison.

En relación a todo esto último, y para cerrar, resulta interesante rescatar desde ese libro biográfico sobre Julia Martínez, la parada que se realiza en una visita al rodaje del crítico, gran divulgador y personaje popularísimo Alfonso Sánchez con motivo de un reportaje para el periódico El Alcazar. Allí estaba contenida una entrevista con Tono, que además de dar cuenta del ambiente distendido, de reunión de amigos, en el cual se desarrolló un rodaje visitado constantemente por Mihura u otros autores de la órbita “codornicesca”, permite encontrar una perla de conexión directa tanto con las particularidades de su sentido del humor como con esta idea de los “Celuloides rancios”:
Tono:  “Es una adaptación muy libre de Guillermo Hotel. En realidad, de aquella obra sólo queda muy poco. Apenas pasa nada en el argumento. Lo importante es el diálogo”

Alfonso Sánchez: “¿Pero si estás rodando en mudo?

Tono: “Se dobla luego. Así puedo hacer versiones en varios idiomas. ¿Por qué no puedo hacer una película americana, que son las que les gustan a la gente?”

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Habitación para tres

Director: Antonio de Lara “Tono”

1951

España

Fotografía: Segismundo Pérez de Pedro ‘Segis’

Música: Fernando Moraleda

Montaje: Magdalena Pulido

Guión: Antonio de Lara “Tono” y José González de Ubieta según la obra teatral del primero Guillermo Hotel, 1945

Reaparto:  Carolina Jiménez, Armando Moreno, Manolo Gómez Bur, José Luis Ozores, Josefina Bejarano, Matilde Muñoz Sampedro, Fernando Aguirre, Manuel Arbó, Manuel Guitián, Antonio Riquelme hijo, Julia Martínez, Vicente Gómez Bur.


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