Revista Opinión
Taquillas en Bilbao. Los discípulos bajo la lluvia. EFE
Todavía quedan muchos lugares ungidos por el aceite bendito del buen juicio del hombre. Bilbao es uno de ellos. Nos levantabamos esta mañana con un par de noticias, que no debieran de serlas, pero que por los gases pestilentes que recorren las tripas de este país, lo son. La primera, que el partido de fútbol amistoso, que es al balompié lo que los festivales a los toros, que jugó anoche la selección española fué lo más visto en Euskadi. La otra buena nueva, son las grandes colas, pese a la lluvia, para hacerse con billetes para la Aste Naugusia. Casi ocho mil entradas vendidas en el primer día de apertura de taquillas, con siete mil abonos recetados son unos magníficos y elocuentes datos que ponen en serias dudas la teoría de que la Fiesta ha sido arrinconada y tiroteada por los nacionalistas. Conviene no equivocarse, los Más, Carod Rovira y cía, lo único que han hecho es hurtarle unas cuántas horas de trabajo a los buitres dándose un festín nacionalista con el fiambre de la tauromaquia. En el País Vasco también los hay, y no por ello deja de haber colas en los toros, ni plazas llenas, ni aficionados que lo llevan con orgullo. El verdadero problema de la Fiesta en Catalunya radica, a medias, en la estupidez humana de unos pocos y la holgazanería de otros tantos, incapaces de defender -de verdad- algo que se supone les es suyo y que les van a arrebatar. Se hace más duro aún, sabiendo que es más culpable, el que no quiere defenderlo (el aficionado), que el que no puede entenderlo (los de la verdura).
El maestro bajo la lluvia.
Con ejemplos como Bilbao a uno le da por pensar a ver si va a ser verdad el cuento ese que tenemos muchos de que el Toro va a ser lo importante. No puede ser casualidad que en tiempos de crisis y carestía las mejores entradas se vengan dando en lugares en donde al toro aún se le otorgan derechos -por lo menos el de tener dos pitones para defenderse-. Oasis en el norte; Madrid y sus pueblos toristas; Sevilla, con bodegueros reparos; algunas tierras charras, que se relamen las heridas que les ha dejado el tiempo, por lo que fueron y ya no son; subterfugios como Calasparra, Pegalajar y algunos -pocos- otros sacrosantos lugares son las únicas escapatorias, a modo de bálsamo termal, para descanso y remozamiento del aficionado.
Las ferias levantinas siguen aglutinando interés y montañas de dinero para los artistas de los despachos, pero quitando los días de Ponce en Fallas y los de JT en Castellón, no suelen ver sus plazas llenas. Y aficionados haylos, pero los han terminado echando.
Trato aparte merece el sempiterno ombligismo andaluz, el que considera lo suyo `lo más mejón´, que ha ido `en degenerando´ hasta llegar al punto en el que nos encontramos varados hoy día: no llegamos ni a ser una triste caricatura de lo que fuimos. Del toro proporcionao pasamos al toro bonito, y de éste al animal que hoy salta a las plazas de Despeñaperros para abajo, que no es digno de llamársele toro. Con los maestros, tres cuartos de lo mismo, de la comprensión -que pueda ser lógica- de que las musas son más funcionarias que obreras, y no pueden visitar al artista todas las tardes, recorrimos un trecho recto y corto, hasta llegar a borrar la palabra exigencia de nuestro diccionario. Hemos terminado como los abolicionistas, prohibiendo la exigencia, y de camino el Toro. De esta ignorancia taurina se han servido los listillos de las empresas para llenarse los bolsillos a costa de vaciar las plazas. La última generación de los Chopera han acabado con Almería, de los pocos lugares a los que se le podrían llamar toristas que quedaban por aquí; Serolo ha hundido Jaén, haciendo además algo tan difícil que está a la altura de muy pocos: que la gente no vaya a los toros al Puerto de Santa María; en Jerez han pasado de tener una corrida concurso que era día de fiesta a no ver un toro que no sea Domecq o Nuñez desde hace cinco años, en que se lidió una corrida de Villamarta; mientras Graná este enfandilada seguirá habiendo buenas taquillas y dinero, que es lo que interesa, después ya veremos lo que pasa con el solar; Córdoba y Málaga son ejemplos cristalinos de lo que no debe de ser una plaza de primera; Huelva es otro de esos lugares amables para todo el mundo. Como somos como somos, y como si nuestros toros fueran jamón, dejamos que los mejores los degusten otros. Sueños son -hoy dia- ver una corrida de Cuadri en Granada, una de Pablo Romero en Málaga o una de Prieto de la Cal en Jaen.
A mis amigos extremeños se les desinfló el globo: hace pocos años aspiraban a tener un póquer de figuras del toreo de las que no ha quedado ni una triste pareja, por perder fuelle, hasta los Victorinos; en Zaragoza los mata el calendario, el maldito Octubre, tan tardío y frío, tan inhóspito para muchos, que llegan aquí con los bolsillos y el ego colmados de oro; a los gallegos y astures se les vienen encima tambores de guerra, de políticos mal encarados y manadas de animalistas con pintura en vez de sangre por las venas; los manchegos tienen que dar gracias a la civilización por tener cerca el AVE, entre Sevilla y Madrid, y poder alejarse de esa cuna del toreo moderno que parecen las tierras del Quijote, desde Caballero hasta los Pinar o Tendero de nuestros dias.
Cada loco con su tema, y yo con el mío, con el de buscar culpables dentro de esta cueva de Alí Babá en que se ha convertido el toreo. Es la hora del aficionado, de que pongamos a cada uno en su sitio, pues por cargarse, se han cargado hasta el dicho que decía que el toro pone a cada uno en su sitio. ¿Qué toro? ¿Qué sitio?
Aficionados a luchar, a protestar, a no callar, a no dejarse pisar, a exigir, y si llegado el caso, al final tenemos que morir, que sea como un santacoloma, en los medios, con la boca cerrada y la sangre hasta la pezuña. Sin renegar de nuestra casta.