Revista Cultura y Ocio
Canción del optimista Por si alguien se pasa por la Feria del Libro del Madrid, ubicada en el parque de El Retiro, y le interesan mis libros, los puede encontrar en las siguientes casetas:
Caseta 118, Librería La Marabunta El bar de Lee.
Caseta 37, Distribuidora Maidhisa El bar de Lee Siempre nos quedará Casablanca Acantilados de Howth.
Dejo aquí el prólogo que escribí (y que aparece en las primeras páginas) para El bar de Lee:
El bar de Lee está formado por los poemarios Móstoles era una fiesta y El calvo del Sonora. El primero está escrito entre diciembre de 1997 y septiembre de 1998, y el segundo entre enero y agosto de 2008. Una década los separa, y sin embargo supuso para mí una gran satisfacción que la editorial Baile del Sol aceptase la idea de publicarlos conjuntamente, ya que considero ambos libros fuertemente ligados. El acercamiento que supone El calvo del Sonora a los mismos lugares, y en algunos casos a los mismos temas, ya planteados en aquel primer poemario de hace quince años –Móstoles era una fiesta–, potencia las ideas inaugurales, reformulándolas una década después. Me resulta extraño pensar que la primera obra que escribí –y que puedo considerar adulta– fuese un poemario, cuando yo lo que siempre había deseado era ser novelista. A finales de 1997 yo quería escribir una novela autobiográfica al estilo de las de Charles Bukowski –autor al que leía con fruición por aquellos meses– pero no sabía cómo evitar susceptibilidades en mi entorno ni cómo enfrentarme a los límites de mi propio pudor. Si no hubiera descubierto por esos días el libro Poesía completa (1968-1996) de Juan Luis Panero quizás no hubiese conseguido encontrar un cauce de expresión adecuado para trasladar al papel las emociones que me invadían entonces. Los poemas de Panero me calaron: eran hondos y cada uno de ellos contenía una historia, eran en su mayoría extensos y narrativos. Y yo seguía tratando de escribir el borrador de una novela que no acababa de cuajar hasta que 10 un día de diciembre de 1997 nevó en Móstoles y desde la terraza contemplé la nieve. Volví a la habitación a por un bolígrafo y un papel, y escribí –apoyado en el marco de una ventana– un borrador sobre lo que aquel momento evocaba en mí; borrador que sería el germen del primer poema de Móstoles era una fiesta y del que surgió el tono –y la forma– de todo el libro. En aquellos versos puedo encontrar el poso que dejó en mí la lectura de Juan Luis Panero, así como la de la poesía narrativa de Cesare Pavese, Fernando Pessoa o Jaime Gil de Biedma, que a día de hoy siguen figurando entre mis poetas preferidos. Y también encuentro, por supuesto, rastros de las páginas de los prosistas que admiraba por esos días, como el citado Charles Bukowski; cuyo nombre, sin embargo, no aparece ni una sola vez en Móstoles era una fiesta (por eso escribí en El calvo del Sonora un poema dedicado a él). Fue como si mi mirada literaria usurpara la de Bukowski y tomara de ella la relación de amor-odio que mantenía con Ernest Hemingway (otro de mis autores predilectos entonces). Yo, realmente, como se afirma en Móstoles era una fiesta, bajaba a los cafés de mi ciudad de los suburbios para escribir emulando al Hemingway de París era una fiesta, un libro cuya lectura me impresionó unos años antes. Cuando empecé a escribir los poemas que luego formarían el libro El calvo del Sonora tuve bastante presente la relectura de Móstoles era una fiesta. Una de las cosas que en 2008 me llamaba la atención del libro que escribí una década antes era que no había en él ni una sola referencia directa a mi paso por la facultad de Ciencias Físicas, hecho que constituía uno de los pivotes ocultos de aquel poemario. Por eso decidí incluir en El calvo del Sonora una sección en la que rememoro mis años de físico (como me llamaban en la facultad de Administración y Dirección de Empresas a la que me cambié), titulada En el tiempo de Einstein. Muchos son los puntos en común entre un poemario y otro; además de la fuerte unidad de lugar, más de uno de los poemas de El calvo del Sonora vendría a ser una segunda parte o una reformulación de alguno de los de Móstoles era una fiesta. En un libro y en otro existe un poema llamado El bar de Lee, y esto hizo que lo tomase como título del conjunto. Me queda dar las gracias al poeta Alejandro Céspedes –uno de los primeros lectores de Móstoles era una fiesta– por el aclaratorio prólogo que ha escrito para este libro. También me gustaría agradecerle las sugerencias que me propuso para mejorar alguno de sus versos, aunque acabé declinando su generoso ofrecimiento. Móstoles era una fiesta me muestra al creador que era yo entonces –en 1997 o 1998–, brusco, intuitivo, informal... Las correcciones acabarían borrando la frescura de aquellos primeros poemas.
David Pérez Vega Madrid, enero de 2013