Hay una frase, bastante manida por cierto, que dice que la historia la escriben los vencedores. Colombia especula sobre una posible firma de un documento que garantice de una buena vez por todas, la paz con la guerrilla más anacrónica y sanguinaria del mundo. Esa utopía, que para muchos puede ser la idea de sentar en los banquillos del Congreso, tête a tête con antagonistas políticos de la talla de rancios uribistas, incluido el propio papa del partido y ex presidente, que gobernara con mano de hierro el país durante un ochenio. Pero si miramos con lupa la urdimbre tras esta posibilidad, se empiezan a barajar, como en las mejores obras de ucronía literaria, diversos escenarios potenciales. En su mayor parte trágicos.La historia moderna de Colombia, contundentemente demuestra la poca tolerancia y mucha decisión de quienes detentan el status quo del poder. Eliminar del camino a los nuevos actores políticos, queda demostrado, ha sido la manera más efectiva de prevalecer. En 1985 durante los diálogos de paz con el gobierno de Belisario Betancur, sectores de las guerrillas del ELN y FARC, así como de facciones paramilitares decidieron fundar un movimiento con todas las garantías políticas legales. De esta manera nació la Unión Patriótica. Partiendo de un grupo de puntos neurálgicos en el estatuto nacional, este grupo pretendía reivindicar unos derechos de posesión, de trabajo y de igualdad social adquiridos por las clases más oprimidas: sindicalistas, trabajadores, campesinos y minifundistas. Medio siglo después del intento del gobierno liberal de Alfonso López Pumarejo de hacer una reforma agraria, por fin parecía que el sueño se convertiría en realidad. Huelga aclarar que los ideales políticos de las guerrillas de aquel entonces, divergían en sentido y acción, de las que hoy tiene las FARC que negocia en La Habana.Los miembros del nuevo grupo de izquierdas empezaron a ser eliminados sistemáticamente: Leonardo Posada, Jaime Pardo Leal y Bernardo Jaramillo fueron algunos de los políticos asesinados. En un país de larga tradición conservadora, los idearios que se aparten del conveniente centro son vistos con recelo. La larga guerra a la que generaciones de colombianos hemos sido sometidos, han calado en el imaginario popular haciendo ver a los miembros de las fuerzas públicas, para muchos, con el mismo orgullo con que los romanos veían a sus legionarios. Así sería difícil pues hoy día, ver elegidos representantes del nuevo movimiento político de la antigua guerrilla. Los electores cobrarían políticamente un error dilatado por más de cincuenta años de atrocidades y barbarie. No es de extrañar tampoco una nueva oleada de asesinatos políticos como los vividos en Colombia a finales de los ochentas. Si puede hablarse de un título para la historia de las FARC con la democracia podría ser: Prólogo de una incertidumbre.