
La película consigue parcialmente este objetivo más mediático (el de satirizar con más o menos escarnio los rituales del arte contemporáneo). Sin embargo, detecto al menos otros dos propósitos críticos complementarios de los que no puedo decir que estén resueltos del todo (no al menos al estilo más clásico en un filme que aspira a públicos amplios): el primero trata de medir la pertinencia/coherencia entre la significación de la obra de arte --en este caso la que da título a la película, de una simplicidad casi insolente, del estilo de Arte (1994), el éxito teatral de Yasmina Reza-- y la realidad que designa (material, pero sobre todo política y social), y sobre la enorme distancia que separa ambos componentes, pero también acerca de indudable la capacidad de esa misma interpretación de proporcionarnos un marco mental desde el que (re)plantearnos determinados principios y normas. El segundo traslada con decreciente eficacia y contundencia esa supuesta significación a situaciones de la vida cotidiana, protagonizadas y sobrellevadas con humor, sarcasmo y extrañeza por el mismo comisario del museo que trata de convencer a todo el mundo de la lógica inherente y del valor de "The square".
Formulado de esta manera tan abstracta, la película parece bastante más opaca y compleja de lo que en realidad es; lo que sucede es que a medida que pasan los minutos las incógnitas se desparraman, algunos hitos intermedios se dejan sin resolver y uno ya no sabe en cuál de los tres objetivos centrarse. Quizá últimamente necesite un cine más obvio de lo que hasta ahora estaba acostumbrado (y que se me pierdan detalles sutiles, aun así importantes), o puede que haya afilado al máximo mi capacidad de análisis crítico (y escrute la película desde un punto de vista excesivamente narrativo), la cosa es que fui perdiendo interés y, a pesar del planteamiento tan ambicioso y bien esbozado de principio, no acabé de encontrar el cierre meritorio.
Eso sí, por el camino quedan algunas escenas altamente críticas y bien diseñadas: el speech previo al pica pica en la inauguración de una exposición; las entrevistas y debates en los que participa el protagonista, con su inevitable aura de pretenciosidad y las reacciones del público ante situaciones incómodas; la ridícula y divertida chaladura poscoital a costa de un preservativo usado (incluyendo un detalle previo, surreal, genial y tremendamente inquietante) y, especialmente, la performance simiesca en una cena de gala que pone a un público que se considera culto y refinado al límite de su propia pedantería (de hecho el objetivo es llevarles hasta ese extremo, obligarles a reaccionar). Al menos por estos fogonazos la película habría merecido mejor suerte. En cualquier caso, merece la pena ver The square, aunque sólo sea para completar nuestras opiniones sobre el arte contemporáneo, sus incoherencias y sus virtudes y beneficios. Admito que, por muy sencillo que sea poner en evidencia a este mundillo, no todo es pedantería.