¿Quiénes
somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos?
Ridley
Scott, ese director cuya carrera disfrutó de un más que
espectacular arranque y un no menos impresionante descalabro a partir
de su cuarta película, ha considerado que ha llegado el momento de
buscar respuestas a las grandes preguntas formuladas por la
humanidad. Y, para ello, el cineasta mete mano a uno de los tótems
de la ciencia ficción y el terror: Alien, el octavo pasajero,
del año 1979, dirigida por el propio Scott. Muchos pensarán que lo
mejor hubiera sido que se hubiera dejado al universo “Alien” tal
y como estaba (y que Scott hubiera seguido dirigiendo películas
protagonizadas por Russell Crowe, que es, básicamente, lo que venía
haciendo últimamente), pero lo cierto es que el universo “Alien”
ya estaba tan de capa caída que tampoco es que nos venga de aquí. Y
no nos engañemos, por lo menos Prometheus es bastante mejor
que Alien vs. Predator. Bueno, digamos que es mejor que la 2.
Resulta
que una pareja de científicos, que además están enamorados hasta
las trancas, descubren una serie de pinturas prehistóricas en cuevas
en las que intuyen una serie de pistas sobre el origen de la
humanidad. Total, que siguiendo los garabatos de nuestros antepasados
se montan en una nave espacial, financiada por un misterioso
benefactor, y se dirigen hacia un remoto planeta, en el que esperan
encontrar nuevas pistas o algún tipo de respuestas. Por supuesto,
como toda buena película de ciencia ficción que se precie, nada más
llegar al planeta y ante la perspectiva de la clara posibilidad de
aire respirable, lo primero que harán nuestros valientes
investigadores será quitarse el casco espacial para poder trabajar
mejor, solo faltaría. ¿Que estamos a millones de años luz del
planeta tierra y vaya usted a saber que condiciones, microorganismos
y demás se pueden encontrar en el planeta? Na, ¡chorradas! ¡Cascos
fuera!
Los
investigadores encontrarán entonces, en el planeta, una especie de
estructura artificial que contendrá, en su interior, un misterioso
ser extraterrestre decapitado y una sala llena de un montón de urnas
de las que emana un extraño líquido negro parecido al chapapote (lo
raro del caso es que el primer científico en quitarse el casco, nada
más llegar al planeta desconocido, no se hubiera metido rápidamente
la sustancia en la boca para realizar una primera cata gustativa para
ir sacando conclusiones). Cuando vuelvan a la nave, algunos de sus
tripulantes empezarán a mostrar síntomas de una extraña infección,
que empezará a crear ciertas tensiones en el equipo.
Hablando
de tensiones, una de las protagonistas de la cinta es Charlize
Theron, que interpreta a una dura comandante. Diríamos que ella
es la representante, en la nave, de la compañía que financia la
expedición. Junto a ella encontramos a Noomi Rapace y Michael
Fassbender. Ella es la nueva tía dura de la franquicia, una
especie de Ripley que deberá demostrar que es de armas tomar para
aguantar todo lo que se le viene encima. Él interpreta a un androide
con cara de poker. Además, en la cinta también encontrarán a Guy
Pearce, pero difícilmente lo reconocerán porque aparece
interpretando a un anciano bajo una dudosa capa de maquillaje. El por
qué eligieron a un actor joven para, después, maquillarlo de una
forma tan sumamente lamentable, cutre y barata, en lugar de elegir
para el papel a un actor de la edad del personaje, sigue resultando,
para un servidor, todo un misterio, mayor incluso que el del propio
origen de la humanidad.
Prometheus
empieza con unas imágenes muy bucólicas, un poco de agencia de
viajes, pero bonitas al fin al cabo. Esa será la tónica del primer
tramo de la película, visual y estéticamente muy potente (lo que
por momentos llegó a plantearme la posibilidad de que habíamos
recuperado al mejor Ridley Scott). La sensación reinante era de que
Prometheus no era un proyecto más para el cineasta y que se
estaba tomando las cosas bastante en serio. Esta sensación duró
poco más de media hora o menos, porque después todo el film, en su
global, empezó a hacer aguas por todas partes: la trama pasa de la
coherencia al absurdo más absoluto con una pasmosa facilidad; el
guión es un auténtico coladero lleno de incongruencias a cada cual
más abrumadora; pasado el ecuador de la película ya nada parece
tener demasiado sentido y solo puedes abandonarte a tu suerte al ver
como la historia va dando bandazos sin demasiado sentido; al parecer
se debieron gastar todo el presupuesto de maquillaje en efectos
especiales y cuando llegó el momento de maquillar a Guy Pearce lo
tuvo que hacer la señora que barría el plató; algunos de los
personajes no es que no tengan profundidad, es que no tienen nada; a
otros simplemente nos los presentan para poder verlos morir al cabo
de un rato, cuando uno ya ni se acuerda de ellos; hay diálogos que
rozan la vergüenza ajena, pero uno apenas se puede dar cuenta de
ello por estar pensando en por qué los personajes actúan de la
forma que lo están haciendo; a algunos personajes les suceden cosas,
pero a otros, en unas circunstancias parecidas o peores, se quedan
tan anchos; a un personaje se le aparece una especie de "cobra
alienígena" y lo único que se le ocurre es acariciarla, comentar con
otro compañero lo bonita que es y hacer sonidos guturales del tipo:
cuchi-cuchi...
Resumiendo:
Todas las buenas intenciones de un prometedor arranque se van al
traste debido a un horroroso guión.