Acepto y reconozco como uno de los deberes que acompañan al estatus de Abuela el defender a los nietos ante la tiranía materna o, lo que es lo mismo, apiadarse de la criatura cuando la madre se pasa de sargento.
Además es que lo entiendo. Me pasa a mí cuando veo a mi marido demasiado duro con el niño (entiéndase que le ha dicho 20 veces ya que no se salta en el sofá y a cada vez va subiendo el tono, hasta llegar al castigo y los llantos; si llego yo en ese instante y no he visto el proceso ascendente, el niño me da pena), así que me imagino perfectamente lo que opina mi madre (o mi suegra) cuando soy yo la robaprivilegios.
Por esta misma razón, también entiendo que si la medida disciplinaria se aplica en la calle, las señoras mayores tiendan a apiadarse del niño porque es que, además, es muy muy guapo, todo hay que decirlo, que para eso ha salido a su madre.
A las que sí que NO entiendo es a una subespecie de señoras mayores que, no sólo se apiadan del niño, sino que además asumen el papel de abuela liberadora con él y el consiguiente y necesario para ello papel de madre aleccionadora con la madre de la criatura.
El jueves pasado, aprovechando que tuvimos dos días de verano (25º) y que iba a durar eso, dos días (hemos vuelto a los 5º y lluvias torrenciales), me llevé a los niños a tomar un helado a la mierdaciudad de al lado.
Nos sentamos a una mesa al sol mi hijo mayor y yo, con nuestros respectivos helados de cucaracha (a.k.a. cucurucho, pero es tan mono cuando dice cucaracha que no se lo voy a corregir de momento), y el pequeño en su sillita con su cucaracha vacía. En la mesa de atrás, una señora de unos 70 años, con una copa de esas gigantes de varias bolas, frutas diversas y nata montada a medias, y varios cigarros humeantes en su cenicero.
Cuando mi hijo se estaba terminando su helado (por fin), se acercó la señora en cuestión. De primeras no me gustó nada su acercamiento (no sólo se acercó demasiado a mi hijo, sino que se acercó demasiado a mí), pero lo que me dijo se llevó la palma:
Señora: Oiga, no quiero ser descarada, pero tengo mi copa de helado a medias y no me la voy a terminar. ¿La quiere el niño?
Yo (pensando que está de coña, claro, una copa de helado sobada y chupeteada por una extraña y se la voy a dar al niño, sí claro, y después cogemos un chicle del suelo, si le parece, pero no vamos a ser maleducados, así que): No, muchas gracias, con un helado ya vale por hoy.
Señora: Ya, bueno, pero es que me da pena que la tiren.
Yo: Una pena, sí, pero le he dicho que no la queremos.
La señora vuelve a su sitio decepcionada, a lo que mi hijo se da la vuelta y le pregunta:
Niño: ¿Qué haces con tu helado?
Señora: Pues nada, no lo quiero. Ven aquí y te lo puedes comer tú.
Niño: …
Yo: Señora, que le he dicho que no.
Señora (dirigiéndose a mi hijo e ignorándome por completo): Ven, anda, ven aquí y te doy el helado. Veeeeen… Ven aquííííííííííí…. Veeeeeen…. Vamooooooossss…
Yo (al niño): ni se te ocurra ir, que no me gusta un pelo esa señora (y acto seguido a la señora) Pero vamos a ver, que le he dicho que NO QUEREMOS EL HELADO! He dicho que NO, ¿entiende ya?
El niño, raro en él tratándose de helados y demás delicias azucaradas, me hizo caso e ignoró a la señora. Un par de madres colindantes con niños pequeños, me miraban como diciendo joerquétíamáspesada,no?. Y yo, pues seguía sin dar crédito a la pseudoabuela que le había salido de pronto al niño porque la tía, seguía con la cantinela: Pobre niño, qué más dará que por un día tome más helado, tampoco hay que ser así y blablablá.
Por supuesto que en cuanto vi al niño de acuerdo con mi aversión por la señora, dejé de escuchar lo que decía, aunque seguía atenta, porque viendo la insistencia y el enfado de la señora en cuestión, no me hubiese extrañado acabar con la copa de helado por sombrero.
Por suerte no lo hizo y, en cuanto terminamos nuestras cucarachas, nos largamos de ahí pitando, dejando a la señora al acecho de otro pseudonieto y su malamadre en potencia…