Revista Educación
Las teorías de conspiración suelen florecer en tiempo difíciles, sobre todo cuando ocurren acontecimientos inesperados que amenazan nuestro estilo de vida y la seguridad de nuestra sociedad. Ocurrió tras el 11S o el 11M, después de la muerte de John Kennedy o con la inminencia del cambio climático. Era de esperar que ante una situación como la que estamos viviendo con la propagación del Covid-19, por todo el mundo emergieran nuevas teorías conspiranoides que han encontrado amplia difusión en las redes sociales. Y es que son creencias que con mucha frecuencia son usadas con motivaciones políticas en esos momentos de zozobra. El interés por las causas psicológicas de estas teorías no es nuevo y hay bastantes evidencias al respecto. Para los investigadores de la Universidad de Kent, Douglas, Sutton y Cichocka (2017), hay motivos tanto epistémicos, como existenciales o sociales.
Por una parte, se trata de creencias que tratan de dar algún tipo de explicación que reduzca la incertidumbre y el desconcierto que sentimos cuando la información disponible es compleja o contradictoria. Son teorías muy especulativas, relativamente simples y más fáciles de entender que las complejas causas reales. También son muy resistentes a la falsación, ya que los defensores de estas teorías conspirativas piensan que quienes intentan desacreditarlas forman parte de la conspiración. Por ello se muestran impermeables a toda información o evidencia científica que contradiga sus ideas. No es extraño que la investigación haya encontrado una mayor tendencia a sostener teorías conspirativas entre los sujetos que carecen de la capacidad o motivación para el pensamiento analítico, entre quienes tienen menor nivel educativo o entre personalidades con tendencias paranoicas que ven intencionalidades donde no existen.
Además, suelen ser explicaciones que pueden satisfacer la necesidad que tenemos de sentirnos seguros y ejercer cierto control sobre el contexto en que vivimos. Por ello, sus seguidores abrazan unas ideas que le ofrecen la oportunidad de rechazar las narrativas oficiales sintiendo que están en posesión de una explicación alternativa que les ofrece más seguridad. Así, algunos estudios han encontrado una mayor tendencia a sostener creencias conspirativas cuando las personas se sienten inseguras o desempoderadas. Incluso algunos experimentos han demostrado cómo estas creencias se acentúan cuando los sujetos sienten que tienen poco control sobre los resultados de sus acciones mientras que se reducen cuando este control se reafirma. Sin embargo, resulta paradójico que la evidencia empírica indique que el sostener teorías conspirativas no solo no satisface la necesidad de seguridad sino que a largo plazo merma el sentimiento de control y autonomía de estos individuos, aumentando su desempoderamiento. Concretamente, tienden a comprometerse menos con organizaciones sociales o evitan la participación en procesos sociopolíticos.
Algunos investigadores han sugerido que las teorías de la conspiración pueden fomentar la valorización positiva tanto del sujeto como de su grupo de pertenencia, al permitir que se culpe a otros del fracaso personal o colectivo. Algo que sirve para mantener una imagen favorable de uno mismo y del grupo. Por ello, podemos esperar que las teorías de conspiración sean particularmente atractivas para las personas que encuentran amenazada su imagen y la de su grupo.
Algunos estudios han encontrado relación entre las creencias conspiranoides y ciertos rasgos psicopatológicos como la excentricidad, la frialdad emocional, el narcisismo, la paranoia o la esquizotipia, pero no con algunos de los rasgos no patológicos de la personalidad, tales como la apertura a la experiencia o la amabilidad.
https://journals.sagepub.com/d…/pdf/10.1177/0963721417718261
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