Revista Educación
¡Vaya palabrita! pensará más de un lector harto de leer cómo los investigadores acuñan palabras rebuscadas para etiquetar nuevos campos de estudio que surgen en la intersección de áreas más o menos afines. Pues bien, ya tenemos una nueva: la Psiconeuroinmulogía. Se trata de la disciplina que se ocupa del estudio de cómo las situaciones estresantes y las emociones negativas influyen sobre la respuesta de nuestro sistema inmunológico. A lo largo de las últimas décadas se había acumulado una importante evidencia empírica sobre cómo el estrés sostenido retrasaba la curación de heridas y, más recientemente, disminuía la eficacia de las vacunas. Este último dato tiene su importancia en momentos como el presente, en los que estamos a las puertas de una vacunación masiva de la población contra la gripe tipo A, o en que se ha decidido la generalización de la vacuna contra el papiloma humano a toda la población adolescente española. Curiosamente existen datos que apoyan la hipótesis de que la inmunidad de anticuerpos y células- T a la vacuna del papiloma puede verse afectada negativamente por el estrés, pero a pesar de la relevancia de este hallazgo, no parece que se le haya prestado suficiente atención.
Otra consecuencia importante del estrés, la depresión o la ansiedad, y que está siendo estudiada por la psiconeuroinmunología, es el aumento la producción de citocinas inflamatorias, que desempeñan un papel importante en algunas enfermedades relacionadas con la edad avanzada, tales como la artritis reumatoide. Además, parece que los efectos del estrés sostenido no desaparecen con éste, ya que se mantienen a lo largo del tiempo pues debilitan prematuramente al sistema inmunológico. Es decir, no vale eso de “ahora estoy muy estresado en el trabajo, pero es una situación pasajera, dentro de dos o tres años ya estaré mejor”
La psiconeuroinmunología supone también una oportunidad para el trabajo multidisciplinar, ya que algunos datos apuntan también a la existencia de interesantes efectos de interacción, por ejemplo, entre el estrés y la dieta. Así, sabemos que los ácidos grasos poliinsaturados (omega-3), presentes en el pescado o las nueces, disminuyen las citocinas inflamatorias, mientras que los ácidos grasos omega-6, abundantes en los aceites refinados de girasol, la aumentan, de forma que cuanto mayor es la ratio de omega-6/omega-3 consumido por un sujeto mayor es su probabilidad de desarrollar enfermedades inflamatorias. Lo que es menos conocido es que los individuos con una ratio alta a favor del omega-6, incrementan la producción de citocinas en periodos de estrés, o que esa ratio alta está vinculada a síntomas o depresivos. O que los suplementos de omega-3 tienen efectos positivos sobre los procesos inflamatorios, pero también sobre los depresivos.
Otro interesante efecto de interacción relevante para la salud es el que se produce entre algunos agentes tóxicos, como los pesticidas, y el estrés, ya que los efectos adversos de los primeros (asma, cáncer, infecciones virales) son más evidentes entre sujetos sometidos a situaciones estresantes, sobre todo si se trata de niños o ancianos.
En fin, se abre un interesante campo de estudio en el que algunos profesionales de la psicología pueden desempeñar un papel importante en la investigación de los vínculos entre el estrés y los estados emocionales, por una parte, y el funcionamiento de nuestro sistema inmunológico, por la otra. La cosa sin duda promete.
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