Revista Viajes

Pucón en Chile y San Martín de los Andes en Argentina.

Por Zhra @AzaZtnB

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Llego a Pucón donde el volcán Villarica erupcionó hace menos de una semana pero cuando hablo con la gente no sientes temor o sentido de la aventura (Han sobrevivido a un volcán!) sino algo más cercano a la decepción. “La lava no llegó al pueblo”, “Nos evacuaron para nada”, “La alarma no sonó en todo el pueblo” y comentarios similares hacen que lo que en televisión pareció el fin del mundo se convierta en algo molesto para los habitantes de Pucón.

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El nombre de Pucón viene del idioma mapuche y significa entrada a la cordillera refiriéndose a la proximidad del Paso Mamuil, en los Andes, que cruza hacia el país vecino. Por mi parte sólo voy a estar una noche aquí de camino a Argentina así que me alegro cuando me enseñan un mapa y me dicen que en dos horas lo he visto todo: El lago Villarica, la poza, el cementerio y la calle principal. No hay más. Bueno, en realidad detrás de esas nubes hay un volcán, el volcán.

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El lago y la poza no son nada espectaculares, y las nubes no mejoran el paisaje, aquí la gente viene a hacer trekking, pero un perro me adopta y me sigue toda la tarde. Cada vez que me paro el perro gime lastimosamente hasta que le hago caso y cuando otro perro se me acerca, lo que es muy habitual, le gruñe. Con la protección de mi nuevo compañero me acerco al cementerio donde se supone que hay vistas de todo el pueblo pero ni siquiera está tan elevado.

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Por la mañana otro perro ha decidido adoptarme y me hace ojitos mientras desayuno en la terraza de la casa ecológica donde he dormido. Acumulan botellas de plástico rellenas de bolsas para hacer ladrillos y construir una casa. Por la mañana por fin puedo ver el volcán Villarica.

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Pucon Villarica

Lo siguiente es coger el autobús que me va a llevar hasta Argentina.

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Eso es fácil, salir de Chile cruzando los Andes, pasar un parque nacional, un borde fronterizo para que me pongan el sello de salida, otro borde fronterizo para que me pongan el sello de entrada, más parque nacional y desierto hasta llegar a San Martín de los Andes, por donde pasa la famosa carretera 40.

San Martin Ruta 40

Lo primero es buscar un cajero automático para sacar pesos argentinos y lo que ha sido muy fácil hasta ahora en 10 países parece misión imposible cuando descubres que sólo hay un cajero automático en la ciudad y te dicen que no funciona, por supuesto sólo hay una casa de cambio y está cerrada. Aun sin esperanza me dirijo al cajero de donde la gente sale enfadada porque no funciona, por simple cabezonería hago cola mientras ensayo el discurso que voy a dar en el albergue: “No tengo pesos pero le puedo pagar con tarjeta o con dólares americanos, no? Con Euros? Tampoco? Con Libras? Pesos Chilenos? Tengo de todo menos pesos argentinos!”. Me toca el turno, me encierro en el cajero, me saco la mochila y la dejo en el suelo, me giro hacia el cajero y meto mi MasterCard, pido el dinero que creo que voy a necesitar y me responde con gramática argentina que no me puede dar esa cantidad, pido la mitad y me vuelve a decir lo mismo, pido la mitad de la mitad y cambia el discurso. Esta vez me informa que me va a cobrar 6euros por sacar el dinero. Acepto pensando en el timo de la estampita. Y suena el dinero dentro del cajero para salir automáticamente a los pocos segundos, lo guardo, recojo mi tarjeta, la mochila y paso al lado de la gente que sigue quejándose en la puerta que el cajero no funciona. Los milagros existen, aunque sean un poco caros!

Nada más cruzar la cordillera de los Andes el sol ha vuelto a aparecer y se han borrado las nubes, tal vez por eso San Martín me parece precioso aunque lleno de turistas. La bahía de San Martín es espectacular con el sol dejando caer sus últimos rayos sobre las montañas y la orilla del lago sin olas. Me siento a leer cuando un señor se acerca a preguntarme si quiero meditar con ellos junto a las pacíficas vistas. Por mucho que me haya planteado hacer meditación y leído un par de libros hay algo en su tono de paz con el universo que me tira hacia atrás. La pareja de mi lado acepta y al poco veo un grupo de 10 personas cantando kumbayas con una campanita, panderetas y un tambor al lado de la orilla. La laguna tiene una salida al fondo que queda camuflada entre las montañas, la gente se empieza a retirar con los últimos rayos de sol y un señor aprovecha para montar la caña.

San Martin 2
San Martin 1

Un niño corre por la arena gritando mientras su madre le persigue gritando “piraña, piraña”, las familias que tenían sus cestos con comida en la zona de los árboles también se retiran. Sólo queda una donde el padre sirve mate a sus dos hijos adolescentes. Vuelvo a fijarme en la orilla y leo “Guardavidas Municipal” no puedo evitar imaginarme a San Pedro con las llaves del cielo. Soy la única que queda en chanclas, es hora de volver al albergue a cenar así que me alejo mientras se hace oscuro y las panderetas de los kumbayá siguen sonando.

San Martin playa

Apenas llevo unas horas en Argentina y ya me he dado cuenta que aquí no se habla ni se escribe español sino argentino pero lo que más me choca es el mate que todos llevan consigo. Pensaba que los argentinos con su mate eran como los ingleses con su té. Y eso es cierto sólo si tenemos en cuenta las diferentes culturas; los ingleses son los amos de la formalidad, las instituciones antiquísimas y la tradición. Su té de las 5 en una tetería con sus pastas específicas para el té todo servido en un ambiente adecuado y mediante invitación. Por su parte los argentinos son latinos, informales y desinhibidos. Se mira a donde se mira siempre hay un argentio/a con su porongo (recipiente) y dando sorbos a su bombilla (especie de pajita por la que se sorbe el mate) o rellenándolas de agua caliente que no hirviendo para que no amargue el sabor. No tienen una hora, un momento o un grupo específico, beben mate a todas horas, solos o en compañía, muriéndose de calor bajo los rayos de sol en la playa (léase plasha) o muertos de frío en una estación de bus. En cualquier momento escuchas una voz que pregunta “tenés agua?” y no se refiere a agua del grifo sino agua caliente para rellenar el termo con el que irán rellenando el porongo hasta 10 veces o hasta que el sabor desaparezca. Y, por supuesto, lo compartirán con todo aquel que se acerque a hablar y les caiga suficientemente bien.

La calle principal tiene varios supermercados donde permiten pagar con tarjeta siempre que les des un número de documento. Por algún motivo subconsciente me empeño en mostrar mi carnet de conducir inglés o recitarles mi número de pasaporte en lugar de mostrar el DNI español. Todavía tardo tres días en aprender. Llevo demasiado tiempo viviendo en zonas de habla inglesa donde un DNI sirve menos que el papel de wáter.

A la mañana siguiente cojo el bus hacia San Carlos de Bariloche un pueblo que me han prometido que es precioso y donde descansaré dos noches antes de coger un bus de 28horas hacia mi verdadero objetivo: El Calafate y el Glaciar Perito Moreno.


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