Revista Opinión

Pudimos

Publicado el 05 octubre 2015 por Jcromero

Se habrá escrito más de una vez: la decepción es patente de la izquierda. En la derecha, esa sensación desfavorable tras una determinada experiencia, no se produce, no existe. Tienen motivos suficientes para que apareciera el desencanto pero, entre el enorme entramado mediático a su servicio y el conformismo de sus incondicionales, se disipan las dudas y desaparecen las náuseas. Los amagos de vergüenza que se pudieran producir, por pertenecer a una opción manchada por innumerables casos de corrupción y de injusticia social, se transforman en la alegría del: dame pan y dime tonto aunque el pan solo sea para los mismos de siempre y para el resto lo que queda del dicho.

La irrupción de Podemos fue una necesidad ante la corrupción galopante, la incapacidad manifiesta y la obsolencia endogámica de los partidos tradicionales. El sistema necesitaba opciones alternativas, ciudadanos comprometidos que evitaran el desmoronamiento del andamiaje democrático. Entonces surgió una alternativa real, atractiva y diferente que agrupaba a un variopinto grupo de ciudadanos dispuestos a abandonar su aletargamiento. Igual que se tomaron plazas y calles, se apostaba por colocar en las instituciones del Estado a ciudadanos que sí les representarían. La situación era propicia y los actores emergentes brillaban por sus nuevas formas, su lenguaje directo y, si quieren, una indumentaria más acorde y actual que la ofrecida por ese ejército vetusto de uniformados con chaqueta y corbata, con vestidos y peinados como dios manda, que copaban todos los puestos que dicen de responsabilidad.

Sucedió que el propio sistema que propició su aparición, sintió cierto vértigo y buscó una solución más edulcorada. Simultáneamente, Podemos, embriagado de éxito demoscópico y de twits favorables de los sábados noche, no olió el pescado. La opción política construida con lo más ilusionante de una izquierda dinámica y heterodoxa, terminó reproduciendo lo peor de la triste y vieja izquierda. Resulta decepcionante comprobar cómo una opción política que pretende acceder al ámbito de la representación cae en los mismos errores de los que ya ocupan ducho espacio. No puede extrañar entonces, que muchos electores hayan pasado de Podemos al constatar que se transformaba en otro partido al uso, que respondía con los mismos tics ante las primeras informaciones adversas, que abandona los círculos para hacerse vertical y ocupar la centralidad del tablero. No se definió pretendiendo ventajas. Dijo no ser de izquierda pero sí socialdemócrata y cuando se le pedía concreción, respondía con un "haremos lo que la gente quiera". Quiso avanzar ocupando espacios impropios, cuando muchos esperábamos otras respuestas y otras dinámicas.

Ahora no lo tiene fácil, ya no basta con volver a las primarias abiertas, ni al control democrático de los cargos electos. Ya no nos conformamos con gestos aislados de dignidad ni soflamas encendidas. Podemos ha perdido la luz que le hacía brillar; la ilusión virginal y entusiasta de sus seguidores se ha difuminado. Así las cosas, hemos pasado del presente imposible al pretérito perfecto: del podemos al pudimos. Puede que muchos repitamos el voto, pero ya no habrá el entusiasmo de las primeras veces. Suele suceder.

Es lunes, escucho a Jon Irabagon y Luis Perdomo:

Dilemas de la confluencia ¿Y tú, qué decides? El buen socialista Esto y más cosas debería hacer Podemos... Lo maravilloso de esta generación Sobre la carta abierta de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón ¿Cuándo perdimos la sensibilidad? El candidato imaginario

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