Revista Empresa
Una de las preguntas más habituales cuando se habla en las organizaciones de la web 2.0, es ¿Por qué tenemos que cambiar? Una cuestión que, primero nos tenemos que poder responder a nosotros mismo con solvencia, para poder ofrecer argumentos sólidos al resto de miembros de la organización. Un primer motivo, lo podemos encontrar en los nativos digitales, esta nueva generación de profesionales que se empieza a incorporar hoy en día a nuestras organizaciones, para los cuales las redes sociales, y sus comportamientos asociados, son tan cotidianas como beber agua. Este hecho aparentemente debería ser “institucionalizado” por las grandes maquinarias corporativas cuando estos se incorporan, pero lejos de lograr uniformarles, los nativos digitales se están convirtiendo en auténticos caballos de Troya, que provocan cambios de hábitos en otros segmentos generacionales: 1 de cada 3 internautas españoles utiliza algún medio social, la edad media en las redes sociales supera los 30 años (según Flowtown la media es 37 años), según ComScore casi uno de cada 4 españoles tiene un Smartphone y accede a internet y a su correo a través del móvil… Nuestros hábitos cambian, los de nuestros profesionales y clientes también… ¿Podemos darles la espalda? La web 2.0 supone un cambio imparable que, a modo de tsunami silencioso, avanza hacia nuestras organizaciones. Y su velocidad no es tan lenta como algunos defienden. Como dice Clay Shirky en su libro “Here comes everybody”, para que una tecnología sea socialmente relevante, ésta tiene que convertirse en aburrida. Es decir cada tecnología necesita un tiempo para pasar de novedad (p.e.: ¡Poder hablar por teléfono desde la playa!) a revolución social (p.e.: Más de 6.000 millones de móviles en el mundo). Si analizamos el tiempo que algunas tecnologías han tardado en lograr 50 millones de usuarios, como referencia, nos encontramos que la radio tardó 38 años en lograrlo, la televisión sólo 13, internet necesitó sólo 4 años, el iPhone 3 y Facebook apenas 2. Es decir el cambio se está produciendo, y por primera vez en la historia la tecnología prácticamente coevoluciona con la sociedad, cada vez el decalaje entre una nueva aparición y el impacto social es más pequeño. Todo proceso de transformación suele dejar víctimas, algunas previsibles y otras a priori no. Cuando apareció internet, ningún economista, sobrio, habría sido capaz de predecir que el sector de las enciclopedias, formado por grandes corporaciones, con potentes inversiones, en aquel momento dedicadas a dotarlas de un componente más multimedia (Recordemos Encarta, el proyecto millonario de Microsoft), iba a ser barrido de la faz empresarial por un proyecto sin ánimo de lucro que no paga un euro a ninguno de sus redactores (http://www.wikipedia.org). Tampoco era fácil ver el impacto que tendría en la industria de las películas fotográficas (¡Antes las cámaras tenían carrete!), o en el negocio de los videoclubs. Muchos son los sectores aun heridos, que no terminan de encontrar su camino por culpa de la red: la prensa, la música, las agencias de viajes, etc.
No ha habido un cambio socialmente tan relevante desde la aparición de la imprenta. Cerrarse a él, tanto interna como externamente, es una temeridad que ninguna empresa debería permitirse.