Puerto Miseria

Autor: Melaíto

Fuera de plano. Así está la cuestión, ahora que todas las miradas han reenfocado su retina hacia el norte de África y Oriente Próximo y las voces de indignación aquí por la falta de libertades allí se mezclan con el ruido de fondo de gritos y piedras chocando contra los tanques.
Pero hemos empezado esta guerra informativa dejando a medias las anteriores, pensando que ya las retomaremos en tiempos muertos. La urgencia informativa de hoy deja arrinconada la urgencia de ayer. Esquizofrenia perpetua. En Haití, por ejemplo, son ya 4.573 los muertos por cólera: los enviados especiales volvieron a la redacción y el tema quedó aparcado en un rincón de la mesa sin que se hubieran puesto los medios para atajar la epidemia. Cada día nuevos temblores siguen aterrorizando a la población del país caribeño, pero no existen sin corresponsales alarmados que nos lo cuenten. Haití salió de las portadas como una miss olvidada al final de su reinado, de un plumazo, de la misma manerar que entró, como un terremoto súbito.
El olvido informativo se traduce en el económico: hasta mediados de diciembre, el país había recibido 262 millones de dólares, el 4,9% de los 5.300 millones prometidos por la comunidad internacional sin que esto provoque ningún pasmo en este Primer Mundo desde el que oteamos la realidad que nos enseñan. Está previsto que vuelva a los titulares a mediados de marzo con vistas a las elecciones presidenciales, el día 20. Su miseria es la nuestra. Y es que Haití no tiene petróleo, sólo tiene escombros que, reciclados, podrían ser una fuente de ingresos extra exportados convenientemente al norte de África como arma arrojadiza para la población.
Ahora es África la última frontera para los intereses del Primer Mundo, tierra de oportunidades no exenta de riesgos, acallada bajo dictaduras y autocracias que nada tienen que envidiar a las de Oriente Próximo, que tanto aspaviento causan en Europa. Pero ese mar de fondo, mientras haya negocio y no salga a flote, es sólo un mal menor endémico con el que convivimos con facilidad. Tendrán que volver a ser unos jóvenes los que nos avergüencen y nos recuerden a pedradas quiénes son nuestros amigos.

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