Debería haber visto ‘Operación Palace’ el domingo, sin saber que se trataba de una broma de Jordi Évole. Tenía muchas ganas de verlo; la promoción prometía emociones fuertes. Pensaba que quizás por fin alguien se había atrevido a hacer una investigación periodística valiente sobre lo que realmente ocurrió el 23 de febrero de 1981.
Quienes seguís este blog desde fuera de España quizás no sepáis que en esa fecha se produjo un golpe de Estado. 200 guardias civiles encabezados por el teniente coronel Antonio Tejero tomaron el Congreso de los Diputados, mientras en Valencia el ejército sacaba los tanques a la calle. Fue una noche terrible que hizo temer a millones de españoles el regreso a las tinieblas del franquismo. Afortunadamente, el levantamiento no triunfó, ni hubo víctimas. Un comunicado televisado del rey, a primera hora de la madrugada, en el que ratificaba su compromiso con la democracia, puso fin a la operación.
De todas formas, nunca ha estado claro qué ocurrió realmente aquel 23-F. Toda la responsabilidad recayó en Tejero, pero parece evidente que por encima de él había implicados peces mucho más gordos. El sumario del caso será secreto hasta 2031, cuando pocos recuerden aquel día. En cualquier caso, la falta absoluta de transparencia ha dado pie a todo tipo de teorías conspiratorias. La que nos ha “regalado” Jordi Évole, periodista al que admiro por haber demostrado sobradamente que no se casa con el poder, podría ser una más.
Su ‘Operación Palace’, que se ha convertido en el programa más visto en la historia de la Sexta, ha levantado una enorme polémica y ha desatado la indignación de mucha gente, especialmente de sus colegas periodistas. He leído todo tipo de comentarios, a todas luces exagerados, de gente dolida por el programa, que acusa a Évole de mentir, de burlarse de un episodio doloroso de nuestra historia reciente, de jugar con los sentimientos de personas que creían en él, y cosas por el estilo. Pero lo que más me sorprende es la indignación de profesionales supuestamente bien informados, que critican el programa por haber pretendido pasar por cierto lo que en la misma emisión sus autores reconocen que es una ficción.
Estos periodistas de piel fina lamentan que el experimento de Jordi Évole pueda perjudicar a la profesión, ya de por sí bastante desprestigiada; que sea la puntilla a la mermada credibilidad del periodismo español de masas. Pero la cuestión es que poco tiene que ver Jordi Évole en esa decadencia. Los medios de comunicación se han ganado a pulso ellos solitos el descrédito. ¿Cuántas portadas falsas nos han colado sin haber reconocido jamás que lo eran? Es lo que tiene venderse al poder.
Creo que buena parte de la irritación patente en las críticas es producto de la reacción en caliente. Hay quien se ha sentido decepcionado porque esperaba “el documental definitivo” sobre el 23-F, quien no perdona haber sido engañado durante 50 minutos, quien ha visto herido su orgullo por no haber sido capaz de darse cuenta de la trola, quien tiene muy poco sentido del humor, y quien no perdona a Jordi Évole el tener carta blanca para hacer lo que le dé la gana en prime time.
En mi opinión el error de base está en considerar ‘Operación Palace’ un trabajo periodístico. No lo es. Ni siquiera es un documental. Es algo inclasificable; una gran broma televisiva, muy bien preparada y muy bien producida.
Debería haberla visto el domingo, sin saber nada, como hicieron más de cinco millones de espectadores. A posteriori me parece increíble que alguien se la pudiera tragar, pero no sé qué hubiera pensado viendo el programa “en vivo”. Supongo que me habría creído la historia durante los primeros diez minutos, hasta que sale a escena el asunto de quién iba a dirigir el montaje televisivo. La discusión entre los partidos políticos ante la propuesta de que fuera el dramaturgo catalán Josep Maria Flotats no hay por dónde pillarla, y no digo nada cuando surge el nombre de Manuel Summers, máximo representante del cine del absurdo. Pero hay un montón más de detalles que nos advierten a gritos de que lo que estamos viendo no es más que un juego ingenioso. Las intervenciones de José Luis Garci, el director elegido finalmente, son de traca, como cuando habla de la película que se emitió en Televisión Española durante la noche, ‘La princesa y el pirata’, con su referencia chabacana a Virginia Mayo, o cuando destaca el acierto de que los guardias civiles salieran del Congreso por la ventana. La guinda al pastel es su “presencia” en la escena (un tipo barbudo del que sólo se distingue la barba) y las referencias al Oscar por ‘Volver a empezar’ como pago por los servicios prestados.
Pero lo mejor de todo es la explicación que se da a la rebeldía de Manuel Fraga, el entonces líder de Alianza Popular (lo que ahora es el PP), que desoye las órdenes de mantenerse en su escaño y pretende salir del hemiciclo cuando ya el golpe estaba llegando a su fin: “Tenía hambre”, dice su compañero de partido Jorge Vestrynge. Hilarante.
A mí me ha gustado. No me siento engañado ni creo que el equipo de Évole pretendiera engañar a nadie. Sí, en cambio, advertir sobre lo fácil que es engañarnos. Durante demasiado tiempo hemos dado por hecho que lo que nos muestran los medios de comunicación es la verdad, sin cuestionarnos qué intereses puede haber detrás. A mí lo que me indigna es la indignación de los profesionales que atacan ‘Operación Palace’. ¿Cuánta porquería informativa nos tragamos a diario sin que levanten la voz? Es más, ¿cuánta de esa porquería la escriben y/o locutan esos mismos profesionales sabiendo que no es la verdad o no por lo menos toda la verdad?
En este país la mentira está institucionalizada. Quienes gobiernan, sea al nivel que sea, mienten sin rubor, y los medios de comunicación reproducen a menudo esas mentiras sin apenas cuestionarlas, sin contrastar, sin siquiera preguntar. ¿Montamos en cambio un escándalo porque un periodista juguetón nos toma el pelo durante un rato?
Un poco de perspectiva, por favor. Reflexionemos y no tengamos la piel tan fina.