Joe Barzagli no era un italoamericano al uso, no vivía donde se ubicaban las grandes comunidades de la diáspora italiana, grandes metrópolis como Nueva York, New Jersey o Boston. Vivía en un pequeño pueblo de Kansas llamado Great Brend, donde sus padres se habían aventurado comercialmente instalando un bazar, en el cual se vendían desde cuerda de cáñamo hasta candiles de alcohol. Podríamos decir que su infancia fue una infancia normal, a no ser por su carácter peleón y metomentodo. No levantaba más de un palmo del suelo y ya estaba dispuesto a pegarse con quien hiciese falta, como todos eran mayores le arreaban, y pasaron a llamarle “Punching Ball”. Joe era todo corazón, para lo bueno y para lo malo. Cuando cumplió los 9, vio un combate de boxeo junto a su padre y decidió que quería ser eso… un boxeador.
Joe era un tipo que
sabía encajar y que sabía sufrir, encajar y sufrir. Sus combates no tenían
término medio: o ganaba por KO técnico o perdía por lo mismo, y su corta
carrera parecía que iba despegando. Había disputado 23 combates, 18 ganados y 5
perdidos, nada de combates nulos o empates a puntos… peleaba para ganar, y en
ello ponía toda su intensidad y energía. Poco a poco fue haciéndose un nombre,
ya en Kansas City era un boxeador admirado y con cierta popularidad. Mientras
tanto, él seguía peleando, no desdeñaba ningún enfrentamiento, y seguía encajando,
sufriendo y dando todo sobre la lona, si pillaba al rival desprevenido, con esa
rápida izquierda que destrozaba todo no había opción. Eso sí, aún estaba un
poco verde técnicamente hablando, Su progresión no podía quedar estancada y
decidió junto a Chef, que se había convertido en su sombra protectora, padre y
representante, irse al norte para dar el gran paso. Se instalaron en un antiguo
edificio en Brooklyn, a escasos
doscientos metros de donde estaba el gimnasio. No querían perder tiempo, y
deseaban aprovechar el buen momento para sacarlo a la palestra en su primer combate
como peso pesado. Porque Joe se había convertido en un tipo con un físico
espectacular, y con la nariz un tanto achatada de recibir todo lo que le venía
hacia su cara. Un tipo rudo, aunque Joe seguía siendo más corazón que músculo.
Ganó tres combates, todos por KO. Tenía que enfrentarse a un púgil negro, un
verdadero bloque de hormigón, pero si ganaba podría pelear por el título, dar
realmente el salto, convertirse en un boxeador estimado, apreciado y conocido.
Llegó el día y Joe, en el octavo asalto, tenía al hombre de color sobre la
lona, mientras el árbitro no paraba de contar…Lo había logrado. Después de
tanto trabajo, de tanto encajar, de tanto sufrimiento, “Punching Ball” iba
a pelear por el título contra el actual
campeón, un hombretón irlandés llamado Sean Thorton, de Pittsburg, del que
decían que era duro como el acero.
Con la fecha del combate ya señalada, la
expectación era cada vez mayor. A medida que iban pasando los días, los buenos
aficionados al boxeo, que eran muchos,
esperaban emocionados el día del combate. Se iba a celebrar en una sala
llamada Usa Boxing, cerca del Madison, en el centro justo de la Gran Manzana.
Joe estaba entusiasmado con la idea de esa pelea a gran escala, y tenía
cualquier cosa menos miedo. Por muy duro que fuese el tipo de Pittsburg era una
persona de carne y hueso como él. Los días no pasaban… hasta que llegó aquel
domingo fatídico. Su pelea era la más esperada y la que cerraría la gala. Joe
llegó al Usa Boxing relajado y animado con Chef y sus ayudantes. El olor a
linimento era intenso, y los músculos estaban tensos, esperando a soltarse
cuando llegara la ocasión. Por fin estaba ahí lo que había anhelado durante
tanto tiempo; luchar por un título, por uno de esos cinturones plateados con
los que tanto soñaba. Y se hizo la hora, las 9 pm, hora de los pesos pesados.
Joe, tras un buen calentamiento, se empapaba la cara con una toalla húmeda y
luego la ataba sobre su pescuezo. Todo estaba en su sitio. Era el momento. El
combate fue anunciado por el “Speaker”, y ambos púgiles salieron. Primero Joe,
el aspirante, con una bata verde, roja y blanca, y unos calzones rojos con
bordes amarillos, los colores del país y
de una región que nunca había conocido pero del que tanto había oído hablar, y
pensó por unos instantes cómo sería aquel pequeño pueblo de Calabria de donde
eran oriundos sus padres. Quizás después del combate, y convertirse en un púgil
conocido, podría ir allí y ser recibido como un héroe. Mientras Joe saludaba
saltando en el centro del ring, su contrincante salía bajo los focos que
iluminaban el pasillo hacia el cuadrilátero. Lucía una bata totalmente granate,
como su pantalón, y llevaba un gran trébol de cuatro hojas en la espalda, sobre
el que estaba rotulado , jugando con su nombre “Trooper Thorn”. Lo cierto es
que aquel tipo imponía, no en vano era el actual poseedor del título con una
envidiable carrera pugilística: 38 ganados, 2 empates y una sola pérdida. Ambos
se sentaron en sus respectivas esquinas y se miraban, casi sin querer ser
observados. Los entrenadores daban las últimas instrucciones. Joe bebió agua y
se puso en la boca el protector dental. El árbitro los llamó al centro y les
explicó lo de siempre; nada de agarrones ni golpes bajos. Ambos se tocaron amistosamente
con los guantes… y entonces sonó el ring. Los dos comenzaron a tantearse
felinamente. Joe, con su peculiar baile, iba dando vueltas y vigilando a su
oponente. Era el momento de estudiarse, de medirse. Y de repente comenzaron a
darse los primeros golpes. El irlandés pegaba fuerte de verdad. Joe se cubría
bien, e intentaba sacar su izquierda. Si uno pegaba, el otro tardaba poco en
devolver. Estaban peleando por el campeonato y “Punching Ball” era un buen
encajador. Los golpes de Thorton en las costillas y en la ceja comenzaron a
hacerse visibles a partir del cuarto asalto. Joe se sentaba mientras le
masajeaban los hombros y le tiraban de las manos. Chef cuidaba su ceja con
pomada coagulante… y volvió a sonar el ring. Ya estábamos en el noveno asalto y
la cosa estaba muy igualada. El de Pittsburg parecía llevar la iniciativa, pero
Joe soltaba la izquierda, que, por momentos, aturdía a su contrincante. Joe
planeaba un buen golpe con la zurda mientras se protegía de las ráfagas que le
llegaban de frente y por los lados. El irlandés era duro de pelar… Joe dudó un momento,
parecía que Thorton bajaba un poco la guardia. Joe estaba bailando alrededor de
las cuerdas cuando soltó la izquierda, su poderosa izquierda, pero su hábil oponente
había encontrado un sitio debajo de su mandíbula despejado para endosarle un golpe descomunal, bajo la quijada. Joe cayó al suelo completamente aturdido, y parecía no poder mover
los brazos. Su cuerpo se desvanecía, sólo veía rostros a su alrededor, también
la cara de preocupación de su contrincante. Lo atendieron rápidamente dentro
del ring, pero Joe, aunque lo intentaba,
parecía no poder mover ni un dedo, y
cada vez escuchaba las voces más lejanas. Le estaba entrando un sueño dulce. Chef
le daba aire con una toalla, mientras el médico intentaba no dejar que se adormeciese.
Lo cierto es que el golpe recibido le había movido toda la masa intrancraneal y
tenía los minutos contados. Cada vez estaba todo más lejos, distante. Entró
incluso en un momento de cierto placer, de un descanso como nunca había
sentido, mientras sus ojos se iban cerrando irremediablemente. Luego le
sobrevino una parada cardiaca. Eso fue su puntilla. Nadie pudo hacer nada para reanimarlo, ni los doctores que veían cómo la vida de Joe se les colaba entre
las manos... Al cabo de cinco minutos Joe había dejado de respirar, estaba
clínicamente muerto, y tapaban su cara con una toalla blanca. mientras que
Thorton, con cara de asustado, miraba desde su esquina, aparentemente asustado,
pareciendo preguntarse qué había hecho…
Dos
días después Joe fue enterrado en el pequeño panteón familiar de la familia
Barzagli en su Great Brend natal. Hasta allí había acudido un montón de gente.
Gente que conocía a Joe desde la infancia, gente con la que había hecho amistad
a lo largo de los años de gimnasio en gimnasio, contrincantes… Todos realmente le
apreciaban. Hasta el púgil irlandés se desplazó al entierro, quedando en una
segunda fila, con la misma cara de quien no sabe qué ha hecho, ni cómo… Lo
único cierto es que había matado a un hombre, a una persona de carne y hueso, a
un deportista como él…
Thorton renunció al título y desapareció del mapa. Algunos decían que se había ido a Irlanda, tierra natural de sus padres, más concretamente al condado de Mayo, a un pequeño pueblo llamado Innisfree o algo parecido, donde intentaría rehacer su vida, marcada para siempre. Todo lo demás, ya es historia… PS: Ford trabajaba mucho sobre los actores secundarios, hasta el limite de exigir que aunque el papel tuviese poca presencia, hubiese una historia tras él, aunque no la fuese a utilizar, pero quería darles esa verosimilitud escribiendo aunque solo fuera un pequeño guión. Así que podríamos hacer muchas historias sobre sus secundarios. Incluso de los que no aparecen....he visto recientemente la versión restaurada (por fin) de The quiet man, y me preguntaba quién podría haber sido ese boxeador que Thorton había matado y le había marcado de tal forma como para no seguir en el mundo del boxeo,ni queriendo saber nada de él, retirándose a esa Irlanda idílica, intentando recuperar su vida y su serenidad personal.








