Revista Opinión

Punto de fuga

Publicado el 18 agosto 2012 por Carmentxu

José Manuel Soria ha recomendado estos días hacer “siempre” turismo patrio y no visitar lugares “recónditos” (sic). El ministro de Industria, Energía y Turismo asume así el papel de la tía chapada a la antigua presente en cualquier familia que se precie: “Por qué vas de vacaciones tan lejos, que hay muchos peligros, si en el Corte Inglés hay de todo”. Estas son palabras textuales de una tía mía, pronunciadas hace ahora unos años, pero que vuelven a estar de plena actualidad gracias al titular de Turismo, cuyo apellido hace honor a sus declaraciones.

El PP predica con el ejemplo: frecuenta los cerros de Úbeda. Concretamente, gobierna como un turista ajeno al entorno, a los detalles, al día a día de las gentes del lugar, viendo sin mirar, oyendo sin escuchar, hablando sin decir nada, impermeable a los aguaceros. Al final de las vacaciones, de vuelta a casa, descarga sus fotos en el ordenador, aliviado, retoca con Photoshop una realidad que no le gusta, gris y desenfocada. Cada foto se parece a las postales desteñidas colgadas en un display en las tiendas de souvenirs porque el turista busca el mismo enfoque que ha visto en la postal, un do it yourself estereotipado y sin nada nuevo que ofrecer. Además, así ahorra unos pocos euros y no tiene que comprar la postal, que es como pedir un rescate.

Con Photoshop recorta por aquí, ensombrece por allá, traslada a la papelera lo que considera que nunca tuvo que salir de ella, enfoca a la familia…  Cualquier anécdota pueril es susceptible de ser contada como una gran aventura para impresionar a los amigos. El turista utiliza el viaje como una religión que le salvará de la mediocridad, haciéndole más culto y rico en vivencias aunque sólo haya intercambiado unas palabras con dependientes y camareros. Y mientras la memoria infiel y traidora idealiza cada momento, la carpeta digital va quedando relegada en el disco duro.

Punto de fuga
El viajero, en cambio, se mimetiza con la tierra que visita, está atento y preparado para cambiar de planes, acata y hace suyos los tempos y costumbres del lugar, intercambia puntos de vista, se interesa, dialoga, cuestiona. Es capaz de bajar a la tierra y subir a los cielos en cuestión de segundos arrastrado por la corriente. También hace fotos, pero éstas dicen cosas que igual habían pasado desapercibidas a través del pequeño objetivo. Encuadra el momento, le saca partido y, de vuelta, cada imagen tiene una historia detrás, una perspectiva, un punto de fuga que es una huida, pero también un encuentro. Y entonces consigue que el viaje sea a devolver porque le ha hecho más tolerante, mejor persona.

En este tórrido verano, el Gobierno sigue de turista por destinos nacionales: desconoce lo que hay fuera y por eso le asusta el extraño, el otro. Y, aunque conoce de historias que han contado los viajeros a su vuelta, prefiere no moverse para no salir de plano, a la espera de que suceda algo antes que partir hacia “lugares recónditos” donde habitan las buenas prácticas, la Gobernanza con mayúsculas, la libertad, la justicia,… el sentido común al fin y al cabo. Y cuando finaliza el relato del viajero, vuelve a recortar y mejorar artificialmente esa realidad que no les ha quedado como esperaban. Y así hasta convertir el viaje en un camino de vuelta al pasado.


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