La que vives, la que transmites, la que ni vives ni sabes transmitir. La que te llega y la que mandas, la que ves y la que imaginas. Habitamos un mundo caótico, al cual hemos llegado con la esperanza de copular a mansalva y nos encontramos con que ello no es la prioridad principal.
La prioridad principal no es esa, ay, sino sobrevivir, esa cosa tan aburrida que relega a un segundo plano las exigencias del placer inmediato y rápido. Adivino en todos vosotros a un adolescente que se creía el rey de la fiesta, y que se encontró con que solamente era uno más, uno del montón.
Nos mintieron nuestros padres con todo aquello de que éramos los más guapos, los más listos; que éramos especiales y tal y cual. Ya sabéis, toda esa dulce basurilla. Nuestras mentes eran tiernas y digerían todo aquello con gusto, claro. Y al crecer, la poda de neuronas inevitable (lo dise la siensia) vino marcada por los topetazos contra la realidad, por aquellos primeros traumas que nos pusieron en nuestro sitio; esos condones que costaban de meter, etc, lo de siempre.
Por culpa de ello, nos volvimos reactivos y con posibles problemas de estreñimiento, avergonzados de aquella antigua omnipotencia adolescente, que nos volvía insoportables pero encantadores. Ahora también podríamos acceder a ella, pero cuesta dinero. Tan solo a partir de cierto nivel económico, está bien visto y resulta factible comportarse como un niño grande. Uno al que le reirán las gracias.
Estamos gobernados tanto por ellos como por el batallón de contables avinagrados. Los BCA saben acercarse y adular a los niños grandes, convenciéndolos de que para poder seguir siéndolo les necesitan. Nosotros somos un poco los niñatos frustrados a quienes les quitaron la novieta.
(No estoy borracho ni nada. Es que no sabia que poner y he filosofado de baratillo. Intentaré que no pase más)
Salute.
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