Revista América Latina

Qué bonito, Presidente, cuánto amor.

Publicado el 17 marzo 2013 por Jmartoranoster

MARIADELA LINARES.

Fidel tardó una semana en juntar palabras para escribir sus reflexiones por tu partida. Y dijo algo muy sabio; afirmó que ni tú mismo sabías cuán grande eras Fidel tardó una semana en juntar palabras para escribir sus reflexiones por tu partida. Y dijo algo muy sabio; afirmó que ni tú mismo sabías cuán grande eras. Todos teníamos alguna idea de tu estatura, pero honestamente, jamás imaginamos que tantos millones de seres compartían el mismo sentimiento. Trascendiste fronteras geográficas, saltaste brechas generacionales, rompiste barreras lingüísticas y culturales. Para nuestros indígenas amazónicos, los piaroas, curripacos y jivis, más cerca ellos que nosotros de eso que llaman la esencia humana, porque viven más espiritualmente, la muerte es la segunda dimensión. Creen que una vez que morimos, nuestras almas vuelan libres por encima de las copas de los árboles. Permítenos, Presidente, imaginarte así: saberte hoy despojado de las ataduras del cuerpo para que tu espíritu cumpla el sueño de remontar el Arauca, vagar por estas tierras que tanto amaste o situarte al lado de los que hoy sufrimos tu doloroso hasta luego. Es un consuelo. No nos asiste autoridad alguna para pensar que los piaroas no tengan razón. Esta fusión de creencias que durante diez días desfiló frente a ti, en silencioso y lloroso homenaje, que te ofrendó su presencia, sus cantos, sus poemas, su lealtad y su inconmensurable amor, es la más hermosa demostración de que no araste en el mar. Dejaste un país enmudecido de súbita tristeza, pero hermanado como nunca en torno a un proyecto y una emoción. No vamos a ensuciar estas líneas con las expresiones de las almas malucas. Sigamos ignorándolos, porque es el mejor antídoto contra ellas. Estamos conscientes de cuán imperfecto fuiste. Tanto que nunca ahorramos palabras de crítica cuando sentimos que andabas por el camino equivocado. Pero eso es lo más importante, porque te hacía humano. No te queremos convertido en santo, objeto de veneración ni de rezos, mucho menos devenido en mercancía, como han hecho con la imagen del Che. Te necesitamos con la certidumbre de tu grandeza histórica, valorando tus debilidades porque ellas agigantan tus cualidades. ¡Permítenos pensar, Chávez, que todo este desparrame de amor no ha sido inútil y que allá en la meseta del Roraima, sonríes complacido!
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