Los servicios sociales de Barcelona detectaron hace unos días 703 casos de malnutrición en las escuelas de la ciudad. Y no es que en Barcelona se sienta la pobreza, los arañazos de los recortes, de forma especial. Simplemente, es que a alguien se le ocurrió contabilizarlo y, por unos días, abrir las puertas del edificio oficial y mirar afuera, abajo. El mal es general. La administración más comprometida, también los colegios, han lanzado la voz de alarma. Muchos niños, demasiados siempre, agudizarán la malnutrición este verano. Y no será en África, para cuyas lágrimas estamos impermeabilizados a golpe de puñetazos informativos. Será aquí: en nuestra ciudad, en la calle de al lado, en nuestra escalera de vecinos… Será la mejor amiga de uno de nuestros hijos. Podrán ser, también, nuestros hijos.

Suprimiendo los comedores escolares durante el verano, deben pensar los malnutridos de espíritu, se ahorra, en un ejemplo más de la confusión existente entre gasto e inversión que tanto rédito da. Y lo que hoy es un ahorro, mañana se convertirá en un gasto: en Sanidad, en inserción, en vidas… “Si no tienen pan, que coman pasteles”. La frase se le atribuye a María Antonieta, aunque los historiadores discrepan. Sea como sea, y por otras causas, acabó en la guillotina. Ahora, que la memoria se resiente en una suerte de amnesia colectiva, de alzheimer galopante sin tratamiento, muchos lo piensan. Ellos son los poderosos, los evasores de impuestos y corruptos que se están repartiendo el pastel. No saben que también están mal nutridos, con las arterias colapsadas de colesterol y demasiado obesos para salvarse.
