Revista 100% Verde

Que el Banco Mundial respete a los cuentistas

Por Cooliflower

“En Kenia, policía forestal armada hasta los dientes acaba de reducir a cenizas los hogares de 1.000 familias indígenas para forzarlas a abandonar los bosques donde han vivido durante siglos. Estan desesperados, y necesitan nuestra ayuda, para salvar la tierra de sus orígenes antes de que sea destruida.

El Banco Mundial, que ya ha donado millones de dólares de nuestros impuestos a la policía forestal keniana responsable del aniquilamiento de esta comunidad, se encuentra ahora en una posición clave para presionar al Gobierno, al no haber desembolsado aún los fondos previstos para este año. Hasta ahora, el Banco no ha dicho ni pío pero, si suficientes de nosotros respondemos a este grito de auxilio, podemos presionarles para que exijan que este horror pare.”. FIRMA AQUÍ.

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El redactor de este blog (un sujeto más, dentro del gran equipo Cooliflower), es un cuentista. Pero mejor os relato este post en primera persona;  me hace sentirme importante rebuscando frases y escondiendo argumentos, como un atrilero profesional. No os molestéis en buscar la palabra: no existe, aunque merezca una acepción inventada: Atrilero. Persona que engaña fraudulentamente a la concurrencia desde un atril, escondiendo palabras e intenciones.

¿Por dónde iba? Ah, sí: Soy un cuentista. En el colegio, sin ir más lejos (porque no llegué mucho más lejos) se me acabó el cuaderno en mitad de una oración y por olvido, y por experimento, me mantuve tres semanas moviendo el lápiz en el aire como si copiara dictados. Qué caligrafía la mía, equilibrada, etérea, impoluta. No hay renglones más rectos que los que no se escriben. Cuando la maestra me descubrió… me perdonó por cuentista. A la señorita Pilar le hizo gracia un relato de mi cosecha sobre un marciano que reventaba la Tierra. Le caí en gracia por afinidad colérica: cualquier profesor con más de veinte años de profesión sueña con destruir el mundo con tizas atómicas, o borradores de destrucción masiva.


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