Robert Doisneau, “Catching the rain”
La pregunta nos puede surgir después de haber escuchado tantas cosas sobre lo que es el complejo de Edipo, que ya no sabemos muy bien qué pensar acerca de lo que significa. Lo hemos oído mencionar en las películas de Woody Allen, en artículos en los que se intercala como broma, amigos que cuentan un “chiste freudiano”, frases cargadas de sagacidad que no alcanzamos a entender del todo, etc.
A veces parece referirse una especie de enamoramiento del niño hacia la madre, pero que puede perdurar aún de adulto. Otras veces parece un mal que hay que evitar, pero que ni las madres ni los padres saben muy bien cómo hacerlo. Y claro, si al niño le pasa eso, a la niña le pasara igual, pero con otro nombre. Porque todos sabemos muy bien quién era Edipo y quién era Sófocles, pero ¿y Freud? ¿qué tiene que ver en todo esto?
Además está la palabra “complejo” que en el argot popular quiere decir algo así como una debilidad o una afección, como por ejemplo el motivo de una timidez exacerbada o de una tara que le viene a uno de la infancia. Algo complejo es también algo complicado. En definitiva, un lío.
Pues bien, como todos los rumores, lo que se dice popularmente sobre el complejo de Edipo, tiene una pizca de verdad y un montón de mentiras que la sepultan. Con Freud pasa como lo que sucede en el juego del teléfono roto. La versión original no se parece en nada a la versión que escuchamos nosotros. Esto no sólo le ocurre a Freud. También le sucede a Marx, a Shakespeare, a Goethe, al propio Sófocles… la lista es interminable. En general no nos importa, porque la versión ideológica de los grandes pensamientos siempre es más cómoda y manejable: se parece a lo que ya conocemos, no es un incordio y se les puede citar en las redes sociales sin haber tocado uno solo de sus libros.
Pues bien, bromas aparte, hay dos rutas generales para aproximarse al concepto de complejo de Edipo. Una epistemológica y otra teórica.
Comencemos por la teórica. Hemos dicho que se trata de un “concepto”, lo que quiere decir que está articulado con otros conceptos que conforman la teoría psicoanalítica. En cierto modo quiere decir que para hablar de él tenemos que hablar de otros conceptos o, lo que es lo mismo, que como concepto no tiene una definición o, lo que a su vez es igual, que nos podríamos pasar horas hablando de él sin agotar todos sus sentidos.
Un concepto teórico-científico necesita articularse con otros conceptos para formar una teoría y dejar de ser una mera opinión. Así que no es una rueda suelta que puedo desengranar de la máquina entera, para ver cómo funciona. Ese, en todo caso, sería un mero recurso expositivo que, una vez más, no agotaría su sentido. Esto resulta interesante, porque quiere decir que estudiar un concepto también es una forma de ingresar en la ciencia. Y la ciencia como ya sabemos no tolera las definiciones.
En fin, que si decimos que el complejo de Edipo es un concepto es para decir que con su ayuda, es decir, con su conceptualización, conseguimos acotar un espacio de lo real y entender cómo funciona. Es una especie de lente de aumento que de repente nos permite ver mejor o de otra forma, lo que normalmente observamos.
Ahora bien, eso que nos permite ver el complejo de Edipo es el proceso de formación del sujeto humano, del sujeto psíquico. El proceso de humanización del sujeto, que puede ser descrito también como su ingreso en el lenguaje. El complejo de Edipo es llamado, por esta razón, “máquina humanizante”, en tanto que su acontecer, su funcionamiento tiene como resultado un sujeto humano.
De aquí se desprenden varias consecuencias. La primera de ellas es que no nacemos sino que nos hacen. No nacemos hechos sino que somos producidos. Es decir, no somos humanos de nacimiento, sino que tenemos que hacer ingreso en la humanidad, toda vez que nacemos y aceptamos la ley que regula el complejo de Edipo, esto es, la ley de interdicción del incesto, la ley que dice no con tu madre.
Otra consecuencia que se desprende de aquí, es que el complejo de Edipo no es el apasionado amor que el niño o la niña siente por la madre o el padre, sino los avatares por los que tiene que pasar todo cachorro de nuestra especie para ingresar en el orden humano, en el orden del lenguaje. Porque ser humano es, ante todo, ser sujeto del lenguaje.
Para que se entienda el alcance teórico de la producción del inconsciente, de su producción en la historia de la especie y en la de cada sujeto, podemos pensarlo como la aparición del número natural. Antes de que se produjera el número natural el hombre tenía una relación imaginaria con la realidad. Con la aparición de los números naturales el sujeto humano comienza a tener una relación simbólica con todo aquello que lo rodea. Es un paso gigantesco hacia la civilización, que permitirá la cuantificación de la realidad y el pensamiento científico.
Antes de la aparición del padre, de la ley paterna, del símbolo padre, la relación del cachorro humano con el mundo es la relación con la madre, la función materna es todo para el niño: él y la madre son una sola célula narcisística. No podía ser de otra forma, dadas las condiciones de indefensión casi absoluta en la que nace el niño. La madre es todo para el niño y él le atribuye un poder absoluto.
Pues bien, la aparición de la función paterna es la que permite transformar, interrumpir esa relación para que el niño pueda ingresar en el mundo, para que pueda acceder al lenguaje. Es el padre el que viene a prohibir esa relación idílica con la madre, con una ley que en adelante vendrá a regular las relaciones del pequeño con el mundo.
El niño renuncia a su deseo por la madre, pues su vida está en juego. Renuncia, por cuanto que hay una amenaza de castración que se desprende de la ley de interdicción del incesto. Hace como que renuncia, pero en realidad reprime su deseo por la madre, lo hace inconsciente, y acepta conscientemente la ley que le impone el padre para conformar ese aparato tan singular que es el psiquismo humano: un sujeto que estará dividido en dos instancias, consciente e inconsciente. Es un mito científico formulado por Freud, para que podamos capturar la dimensión de su producción del concepto del inconsciente. Es un mito científico que narra la forma en que se produce el sujeto humano.
Vemos que no se trata de una historia que leyó Freud en la famosa tragedia de Sófocles o que dedujo de su lectura. Por eso es que no hay un complejo de Edipo y otro de Electra, uno para el niño y otra para la niña. Sino que se trata de un instrumento teórico utilizado por Freud para exponer cómo se constituye el aparato psíquico humano, un recurso para exponer su gran descubrimiento. Y aquí viene la otra ruta de acceso que es la epistemológica.
La primera referencia que hace al complejo de Edipo, se produce en su libro La interpretación de los sueños, cuando está hablando de una especie particular de sueños típicos: “La muerte de los seres queridos”. Pero claro, en ese momento Freud ya había hecho sus investigaciones y lo que estaba haciendo eran exponer, como hemos dicho, su descubrimiento. El descubrimiento era el concepto de inconsciente y utiliza los sueños para explicar la forma en que funciona. Los sueños, como los síntomas, los actos fallidos, los lapsus y los recuerdos encubridores, son producciones del inconsciente. ¿Por qué utilizó los sueños para demostrar su descubrimiento? Porque el sueño es el más universal de las producciones del inconsciente: todos soñamos, todos sabemos lo que es un sueño.
Si el sueño es una realización de deseos, como sostiene la tesis principal de su libro, ¿Significa acaso que en los sueños de muerte de seres queridos, he deseado que muriera, por ejemplo, mi padre o mis hermanos? ¿Cómo puede alguien pensar semejante cosa, sin estar trastornado? Freud sostiene que su teoría no exige tanto, que le basta con deducir que alguna vez, en la infancia, lo hemos deseado. Y es que los deseos de los que habla el Freud, no son los deseos fruto de la insatisfacción o de nuestros anhelos cotidianos. Los deseos a los que se refiere el padre del psicoanálisis son los deseos sexuales, infantiles y reprimidos. Suena fuerte, pero son tres términos para referirse a lo mismo: los deseos inconscientes.
¿De dónde provienen estos deseos? ¿Cuál es su origen? ¡Exacto! Del complejo de Edipo. En aquella época mítica en que el padre, con su ley de interdicción del incesto vino a interrumpir la relación idílica del niño con la madre, habíamos dicho que el pequeño reprimía su deseo haciéndolo inconsciente. Pero olvidamos decir que ese no es el único deseo que incuba el infante. Como contrapartida al deseo interrumpido por la madre, el pequeño gesta el deseo de ver desaparecer al padre, de eliminar aquello que le impide la libre realización de su deseo amoroso. Pero, claro, dado que la autoridad de la ley de interdicción es muy poderosa, este deseo es igualmente reprimido, transformándose en un deseo inconsciente.
El complejo de Edipo no es, pues, una vivencia, un suceso histórico por el que todo sujeto humano pasa. No es algo que pasó, una experiencia que vivimos y nos dejó marcados como un buen o un mal recuerdo. El complejo de Edipo está activo y presente en todo momento de nuestra vida. No es algo que ocurrió en mi infancia y que desde allí late. Cada vez que tomo una decisión, cada vez que rechazo dar un paso, cada vez que en la realidad estoy implicado (en el amor, en el trabajo, en la sexualidad, en la salud o en la enfermedad), se pone en juego el modo en que me relaciono con la ley primordial, con la ley que instituye el complejo de Edipo. Se pone en evidencia si acepto o no la ley de interdicción del incesto.
Otra cosa que se hace palpable, es que el tiempo del inconsciente es distinto al tiempo cronológico de la conciencia. En tanto que es desde el futuro que estoy sobredeterminado, no desde el pasado. Porque es el próximo paso el que activará el paso anterior, es el significante segundo el que despierta al significante primero y entre medias me produce como sujeto. Por un tiempo futuro anterior, por un tiempo recursivo, el complejo de Edipo se pone en juego, cada vez, en mi vida.
A estas leyes activas desde el inconsciente, es a lo que Freud se refiere, cuando recordando las palabras de Groddeck, nos dice que en vez de vivir, somos “vividos” por poderes ignotos y desconocidos.
Ruy J. Henríquez Garrido
Psicoanalista