El consumo de drogas es algo bastante común en nuestra sociedad. Cuando mencionamos la palabra “droga”, rápidamente se nos viene a la cabeza la imagen del típico joven fumando marihuana. Sin embargo, cualquier sustancia química que altere las funciones de nuestro organismo es también una droga. Así, las pastillas que tomamos para el dolor de cabeza, las del colesterol o las que controlan nuestra tensión arterial también lo son.
De lo anterior podemos deducir que las drogas cumplen principalmente dos fines: la prevención o el alivio de una dolencia y la búsqueda de sensación de bienestar.
A pesar de ello, ante cualquier elemento extraño que introduzcamos en nuestro organismo, este va a responder de una determinada manera. Así, no es de extrañar que padezcamos ciertos efectos secundarios ante algunos medicamentos o que nos sintamos mal después de beber demasiado.
Una cualidad interesante de las drogas es su capacidad para producir tolerancia. En mayor o menor medida y dependiendo de la sustancia, nuestro cuerpo va a terminar “acostumbrándose” a su consumo. Es por eso por lo que cada vez necesitaremos una mayor cantidad de ella para obtener los mismos efectos.
En eso consiste la tolerancia, en la necesidad de tomar más y más para estar “igual de bien”. Y esto no solo se aplica a drogas como el alcohol o el cannabis, sino también a muchos de los medicamentos que tomamos para aliviar algún dolor.
Un aspecto importante respecto a lo comentado es la denominada tolerancia cruzada. Esta consiste en la capacidad que tiene una droga de crear tolerancia no sólo ante su futura presentación, sino también tras el consumo de otras drogas de la misma familia.
Por eso, ya sea fumándonos un cigarro o tomándonos una pastilla para el dolor de cabeza, hemos de saber que si repetimos mucho esta acción en el tiempo, cada vez necesitaremos más cigarrillos y pastillas para tener el mismo efecto que al principio.
foto|Kittikun Atsawintarangkul
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