Revista Arte
¿Qué es una obra maestra?: lo que el Arte transformará en otra cosa, en una belleza independiente.
Por ArtepoesiaAnnibale Carracci (1560-1609) fue un pintor italiano que no alcanzaría la gloria más excelsa del olimpo de los dioses del Arte. Y, sin embargo, él lo fue. Fue uno de esos dioses que el Arte utilizará para darnos a mostrar así la grandeza de la Pintura. Pero, no nació él en el mejor momento, ni eligió el camino más triunfal. Sí eligió otra cosa: ser fiel a lo que él consideraba como la mejor forma de representar la Belleza del Arte... La del Arte, porque la de la vida, que alcanzó no obstante a mejorarla -a cambio del sofisticado y tan alejado Manierismo-, tuvo otra pulsión, la más exitosa, en el Barroco más naturalista y más cercano de Caravaggio. Y el mundo, entonces, pasó de puntillas por encima de su obra. Y el mundo dejó de mirar las cosas como él ya las mirase. Luego, cuando el Neoclasicismo del XVIII lo admirase, ya fue demasido tarde o demasiado poco favorable haber creado él así tantas obras religiosas o piadosas como para glosar, ahora, el Arte con el que llevaría a expresar, sin embargo, lo más original con lo más clásicamente bello.
Porque, Carracci odiaría el Manierismo como aquella forma detestable de distorsionar el Arte. Porque, Carracci abominaría también de ese Barroco que, ahora, cuando él estaba en su plena madurez, comenzaba ya a exponer la vida de otra forma, como nunca antes se había hecho: mostrando la vulgaridad más sordida, las menos bella, la menos originalmente hermosa. Y, huérfano de escuelas, crearía en su Bolonia natal la tendencia más fugaz y más etérea que haya existido en el Arte: La Escuela de Bolonia. Una forma de salvar lo que el Arte hubiese conseguido ya cuando Rafael o Miguel Ángel o Correggio lo hicieran mucho antes. Pero ahora, incluso, con más cosas, con el color veneciano de Tiziano, nada menos; con la originalidad de los florentinos, con la magnanimidad de los romanos... Fue adorado por los amantes del Arte de finales del siglo XVI. Un final no solo ya de un siglo sino de una elogiosa, maravillosa, extraordinaria y muy bella forma de pintar.
De todas las grandiosas obras maestras que crease Annibale Carracci he elegido una compuesta aproximadamente en 1604. Una Piedad. Una obra religiosa. Una escena conocida y muy tratada en toda la historia del Renacimiento. Pero, sin embargo, Carracci consigue que una obra religiosa se transforme ahora, se transforme en otra cosa... Observen bien. Es Cristo yacente apoyado sobre las rodillas de su madre. Sí, pero, además, es el cuerpo de un hombre muerto que parece solo dormir... María estará aquí también dormida... Lo parece, aquí. Pocas Marías estarán así, dormidas tan placidamente ante el cadáver de su hijo. El pintor aquí dominará dos cosas. Una teológica casi, no hay muerte ahí, no la habrá...; otra humanista, son ambos seres humanos ante la gravedad del sufrimiento y ante la belleza de la vida. El cuadro dispone de una composición sublime. A parte de las dos pequeñas cabezas de los dos pequeños ángeles, no hay nada más. A la derecha del lienzo, oscuridad, un muro deslucido y las espinas y los clavos que dañan y hieren... A la izquierda, el paisaje maravilloso de un mundo por vivir. La vida y la muerte. Y, entre medias, los dos seres dormidos que sueñan aquí con superar una cosa para conquistar la otra.
Técnicamente es perfecta. La obra puede pasar por representar una obra del Neoclasicismo que, casi dos siglos después, glosarán los mejores pintores franceses de esta tendencia. Es el brazo de Marat en su muerte compuesta por el gran pintor neoclásico David. Los colores son los mejores colores que se puedan plasmar en un lienzo. El negro, y sobre él, el dorado, el azul y el amarillo. La forma de los dos brazos distintos, que cuelgan casi igual, crearán aquí una imagen unitaria, una contraposición afortunada por la belleza original de su encuadre. Porque, aquí, en esta obra barroca, clásica, boloñesa, el Arte conseguirá expresar belleza transformando una iconografía concreta -religiosa, una Piedad- en otra cosa, en una belleza ahora del todo independiente... Nada más que belleza, admirable, adorable, gratificante, sosegante incluso por la extraordinaria esperanza que retrata. ¿Qué son lo que representan...?, no es, exactamente, lo importante. Es belleza, pura belleza. Independiente de credos, de mensajes, de doctrinas o de historias. Eso es lo que consiguió Carracci, eso fue lo que quiso hacer con su Arte: transformar el sentido de belleza..., buscando ahora mucho más ésta que cualquier otra cosa manifiesta, o formal, o social o religiosa.
(Óleo Piedad con dos ángeles, 1604, Annibale Carracci, Museo Historia del Arte de Viena, Austria.)
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