Revista Comunicación

¿Qué hacías antes de la pandemia, qué haces ahora y qué te gustaría hacer después?

Publicado el 27 noviembre 2020 por Alexapn @pereznova

No voy a hablar de millonarios como Bezos, Elon Musk y otros que han triplicado sus fortunas ahora, durante la pandemia. Bien por ellos. Quiero destacar los logros alcanzados ahora, durante la pandemia, en tres casos que involucran personas tan sencillas como cualquiera de nosotros, y que inspiran porque sus acciones vienen enmarcadas en el antes.

Primero vamos con Carlos, un profesional peruano como los millones que hay en su país. La semana anterior publicó en LinkedIn su experiencia. La empresa le comunicó que iba a despedir a un joven trabajador por causa de la crisis por coronavirus. Carlos se detuvo a pensar en las alternativas para que ese joven conservara su trabajo y continuara aportando con su talento. Y sin dudarlo, expuso a la gerencia las opciones con tal convicción, que les resultó imposible negarse.

No es un caso común. La mayoría acepta las disposiciones de la empresa para no exponer su propia estabilidad. Pero Carlos, con pasión por su trabajo y sus objetivos muy claros, mantuvo su fuerza e ideales intactos pese a la gravedad de la crisis, dando paso para que su creatividad se impusiera, para no dejarse arrastrar por la corriente de la incertidumbre.

Se enfocó en las necesidades de su entorno y uso de su posición para justificar la validez de su propuesta. La aterradora crisis no le asustó. La miró directamente a los ojos y encontró en ella debilidades de las que tomó ventaja. Buscó una solución para una sola persona, y encontró el beneficio para todo un núcleo familiar que dependía enteramente de ese puesto de trabajo.

Pero primero aceptó que la crisis por la pandemia era una realidad y que no tenía el más mínimo control sobre esta, no tenía caso agobiarse. Lo siguiente fue enfocar su energía y creatividad en lo que sí podía cambiar a corto plazo. Desde ese momento su ahora es ser parte de la solución. Su después ya está en marcha: es un excelente ser humano y un profesional que inspira: “Tú puedes hacer mucho por otras personas, es el momento de ser muy creativos para ayudar a otras personas”, la invitación al final de su publicación. De ese modo cruzó la frontera de la incertidumbre y del statu quo.

No creo que compartiera su historia por vanidad. Creo que se sorprendió tanto de su arrojo y habilidades que posiblemente desconocía, como de los excelentes e inesperados resultados. Alucinó viendo fluir su creatividad con soluciones, pequeñas en apariencia, pero con un enorme potencial amplificador. Antes de enero, probablemente no era consciente de su fuerza inspiradora.

Sí, hasta el primer trimestre de este año, la vida era otra, muy alejada de las necesidades ajenas y más próximas a los caprichos personales que no daban tiempo para reflexionar el porqué de estudiar y trabajar más allá de mantener un estilo de vida acorde al siglo de la calidad de vida. Éramos más conformistas, simples y nada creativos, éramos la sociedad del statu quo.

La experiencia del antes se vive ahora para construir el después.

Estábamos tan conformes con la antigua normalidad, que la nostalgia por lo que éramos y vivíamos, nos tiene padeciendo el síndrome de abstinencia por carencia del antes. La ansiedad es hábilmente cegadora, impide reconocer el ahora para encontrar soluciones y darle la vuelta a la problemática, para reinventar el después.

Sin embargo hay una explicación científica. Arman Esharaghi, profesor de Finanzas e Inversiones de Cardiff Business School, menciona que los estudios neurológicos revelan que “las pérdidas desencadenan una mayor actividad en las áreas del cerebro relacionadas con las emociones negativas”. Es el motivo por el que la creatividad se bloquea y las decisiones personales, profesionales y corporativas se fundamentan en el miedo a la inestabilidad. Es lo que se conoce en economía como “sesgo de aversión a las pérdidas” o “una mayor sensibilidad ante las potenciales pérdidas” como explica Daniel Kahneman, Nobel de economía.

Es así que en una crisis, la primera opción de una empresa es el recorte de personal, aunque no sea necesario, provocando que la incertidumbre se apropie de la cultura corporativa. Esto es lo que hace destacable la experiencia de Carlos: la mayor crisis mundial de la que hasta ahora se tenga registro y de la que es testigo, no influyó negativamente en su criterio, todo lo contrario, despertó su creatividad para remontar las consecuencias. No dudo en ir en contravía de esa nueva normalidad que impelía dejarse arrastrar por el sesgo de “las posibles consecuencias”. No escuchó el llamado del sálvese quien pueda.

Pero ¿qué hace que un individuo tenga o no, el valor de ir contra corriente pese a las consecuencias sociales? La respuesta es científica y psicológica: las motivaciones o la carencia de éstas.

Esharaghi explica que “todas las decisiones que tomamos tienen un elemento emocional…La razón es que el ‘cableado’ de nuestros cerebros reacciona a contextos inestables de una forma más emocional que analítica...porque las pérdidas pesan más que las ganancias”.

Daniel Kahneman, autor del libro Thinking, Fast and Slow, explica que “poseemos dos sistemas de pensamiento: uno emocional, inconsciente, intuitivo y otro racional, que es consciente lógico y analítico” Esto significa que frente a un suceso crítico, se recurre a uno de los dos sistemas para tomar decisiones.

Saltar de un sistema a otro, de pensar rápido a pensar despacio o viceversa, es lo que hace que las decisiones no sean equilibradas. El objetivo es que el proceso del pensamiento sea coherente: pensar con la perspectiva de los dos sistemas, pero no sucede. El efecto rebaño nos impulsa a pensar o reaccionar con base al sistema 1, que en primera instancia recurre a las emociones, al instinto de supervivencia, y que prevalece sobre el pensamiento analítico del sistema 2, del todo útil si se quiere construir el después.

De ese modo los sesgos psicológicos que menciona Kahneman, entran en escena. “El efecto de posibilidad” magnifica los eventos poco probables, e invitan a creer que se puede perder desde la casa, el trabajo hasta la vida porque aparentemente es inevitable que suceda. Cierra cualquier posibilidad a considerar que existe un camino diferente al “sálvense quien pueda”.

Otro sesgo es “el efecto certeza” que minimiza las posibilidades de catástrofe durante el suceso, y empuja a tomar medidas excluyentes y protectoras como los despidos, justificados en a necesidad de mantener cierta certidumbre de seguridad, mientras se ignoran las consecuencias colectivas.

En esta crisis, las personas están agobiadas por la disminución de los ingresos y es razonable, pero no les preocupa cómo afecta esta situación a otros, y tampoco que las personas enfermen y mueran sin remedio.

Estamos reaccionando a un estímulo fisiológico: el miedo. Una emoción humana que concientiza del peligro para responder ante una amenaza. Sin embargo, si el objetivo es desatar la creatividad para encontrar soluciones, no es buena idea permitir que el miedo se convierta en pánico, de lo contrario resultará imposible cruzar la complicada frontera de la incertidumbre.

Alternativas, siempre hay alternativas

La creatividad ama el reto, es su combustible. De ese modo la crisis puede ser solo un mal momento que abre la puerta de la oportunidad. Pero si falta pasión y la incertidumbre toma el lugar de la creatividad, solo resta ver cómo el negocio agoniza.

Consideremos el sector hostelero, uno de los más afectados por la pandemia cuando la crisis tocó tierra llegó el desastre. Se han perdido millones de euros y miles de empleos con el cierre de muchos establecimientos, al parecer, inevitable.

¿Qué hacías antes de la pandemia, qué haces ahora y qué te gustaría hacer después?

Pero veamos el caso de Nasturzio. Un restaurante italiano ubicado en Bérgamo en la región de la Lombardía, precisamente en el epicentro de la crisis pandémica de Europa.

Tres jóvenes chefs tremendamente apasionados, crearon este negocio luego de recorrer el mundo con anterioridad para aprender. El restaurante refleja su visión: moderno, un menú innovador, exclusivo pero asequible, priorizando en materia prima local y sostenible, amigable con el ambiente, empleos justos y tiempo libre. La fórmula tuvo éxito rápidamente; han recibido el reconocimiento de sus clientes y del sector hostelero.

Todo marchaba bien hasta que inició la cuarentena y tuvieron que hacer lo que todos, cerrar sus puertas. Pero no se abrumaron por la gravedad de los acontecimientos. Observaron con atención su entorno sin enfocarse en la cuarentena como un problema aislado que solo les afectaba y no les beneficiaba.

Tiraron de aquello que tenían, controlaban y conocían bien. Se apoyaron en el reconocimiento de su modelo de negocio que nadie pasaba por alto. Lo único que debían hacer, era lo que siempre habían hecho, innovar para su público, pero con un elemento adicional: el confinamiento.

Entonces aplicaron aquello que dice que si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña: los domicilios. Y jugó a su favor, al final afianzaron la lealtad de sus clientes.

Sí, los domicilios son normales en un negocio de comida, pero no en la alta cocina y menos cuando no se ha contemplado en el modelo de negocio inicial, por atentar contra el statu quo. Qué no son hamburguesas y pizzas.

Sin embargo era una alternativa que estos chefs no estaban dispuestos a desechar. Su sueño lo valía. Y si la cuarentena ya se salía de la normalidad, ¿por qué ellos no podían salirse también? Y se fueron en contravía de las reglas impuestas.

Aceptaron el reto y no se dejaron intimidar por el sesgo de la posibilidad. Pusieron manos a la obra y diseñaron cada detalle para llevar la calidad y esencia de Nasturzio a cada hogar como un plus adicional si se piensa que para los italianos, el momento más importante es la comida. Usaron creativa y asertivamente las redes sociales para promocionar su innovadora y poco usual oferta. No había límites, solo alternativas viables para sus clientes y la cadena de producción, nadie debía quedarse sin trabajo. Esa filosofía se convirtió en su ahora, que continúa vigente y productivo durante esta segunda ola. Su fama les precede.

En tanto, una gran mayoría continúa lamentándose y afirmando que con domicilios es imposible mantener en pie el negocio y menos los puestos de trabajo. Que es casi un sacrilegio reducir la esencia de la alta cocina a un domicilio. En realidad no pueden cobrar los precios exorbitantes que se justificaban dentro del establecimiento.

Algunos continúan a la espera que la crisis amaine y que lleguen las ayudas del gobierno. Se aferran sin tregua a la certidumbre de seguridad que les ofrecía el antes del statu quo, mientras pierden tiempo valioso y dejan la creatividad sin combustible. Perjudican la larga cadena de producción que se integraba a sus actividades por entregarse sin condiciones al efecto rebaño, porque la crisis es global.

Los jóvenes chefs de Nasturzio no tienen intención de ser parte del rebaño, son capaces de pensar por ellos mismos. Así lograron ver directamente a los ojos al monstruo de la crisis por coronavirus y vieron su debilidad: no podía atacar a quienes debían permanecer en casa, una invitación a compartir, y qué mejor que con una buena cena. Ahora son un referente en Bérgamo; de pie, firmes en esta segunda ola. Seguro que sorprenderán al sector de la hostelería el próximo año.

La oportunidad de proponer el cambio para Carlos y para los chefs de Nasturzio, surgió de la curiosidad, del deseo de darle la vuelta a la situación y lo consiguieron. La pasión por su actividad, por sus sueños, resultó en la fuente de su motivación. Habían trabajado muy duro por alcanzar sus objetivos y una crisis, por global que fuera, de ningún modo iba a matar sus sueños.

Construir el después a pesar del antes

Este caso sucedió ahora, en Latinoamérica, con una realidad muy distinta a la europea. Con las medidas para la contención del coronavirus, muchos sectores, que mal llamaremos "menores" por la poca relevancia que tiene para el modelo económico y el gobierno, han padecido sin tregua las consecuencias del cierre del comercio. Sí antes la tenían difícil, el panorama se presentaba imposible en la nueva normalidad. Estoy hablando del sector agrario, los campesinos y sus pequeñas parcelas.

Colombia se ha caracterizado por ser un país agrícola con una diversidad geográfica que le favorece. La papa es uno de sus principales cultivos, menospreciado por el gobierno que prioriza el TLC con Europa y favorece la importación de Alemania y Bélgica sobre la producción nacional. Y sin ser suficiente, los subsidios y ayudas al agro colombiano son casi inexistentes; los campesinos se ven abocados a vender sus cosechas a intermediarios y monopolios a muy bajos precios. Es eso, o perder el trabajo, la cosecha y dinero, que no tienen.

Al principio, la guinda del pastel la puso el coronavirus. Nadie les compraba y no tenían forma de sacar sus productos por las medidas de contención. Así que los campesinos se quedaron con su cosecha recogida, sin clientes y sin dinero con qué mantener a sus familias.

Aquí es dónde la creatividad, como siempre contra corriente, entra en la problemática. Los mal llamados “ninis” que con la pandemia han visto todavía más disminuidas sus posibilidades, se hicieron con las redes sociales para dar a conocer la problemática de los campesinos. Alguno escribió: “con lo que te compras un paquete de patatas fritas, le compras a un campesino media arroba de papa”, y se desató la euforia con el reto: #PapaChallenge, con el objetivo de apoyar a los campesinos y pedir el fin de la importación con el eslogan: colombiano compra colombiano. El gobierno central no se inmutó.

Así que la gobernación de Boyacá, el departamento donde se encuentra la mayor producción, propuso la estrategia comercial “Papatón”, que invitaba a los ciudadanos a adquirir el producto directamente de los campesinos, la respuesta no se hizo esperar.

¿Qué hacías antes de la pandemia, qué haces ahora y qué te gustaría hacer después?

Fuente: Diario ADN.

Los colombianos con su economía ya herida, empatizaron con la mala situación de más de noventa mil familias de papicultores, y concurrieron a los peajes y algunos sectores en la ciudad adecuados para la venta directa desde los camiones. El éxito fue total. Se vendieron más de dos mil toneladas, que permitieron a los campesinos recibir el precio justo por sus cosechas.

Antes de la pandemia, apenas conseguían cubrir los costos, pero con esta estrategia comercial que surgió de una problemática con tinte de insalvable, se le dio la vuelta a la crisis. La clave resultó ser la empatía, necesaria en todo proceso creativo.

Los resultados positivos no quedaron ahí. Este evento coincidió con el paso del Huracán Iota de categoría 5, un fenómeno nunca antes visto en el archipiélago de San Andrés, que afectó gravemente a sus 65 000 habitantes. Los campesinos, ahora agradecidos e inspirados por esa inesperada ola de creatividad que les había beneficiado, enviaron sus productos valorados en más de doscientos mil euros al archipiélago.

El antes del campo colombiano y del resto de Latinoamérica, no ha sido para nada favorable. La pobreza y el olvido del estado han sido el común denominador, siendo los más perjudicados en las crisis, pese a que por ellos, tenemos comida en nuestra mesa cada día.

Ya comienzo a llamarle “oportunidad coronavirus”, sigue sorprendiendo por sus efectos. Gracias a este desafío en apariencia insuperable, el campo comienza a ser escuchado por los ciudadanos que antes le ignoraban.

Nuevamente pone en evidencia que el modelo económico no funciona, destruye los medios de subsistencia de la mayoría. Los intermediarios y los monopolios salieron de escena y la riqueza comenzó a fluir en todos los sentidos y alcanzó para todos.

Se han abierto las puertas para gestar un cambio en el modelo de comercialización para los productos del campo, un cambio positivo para un futuro con equidad social. Ese es el después creativo.

Crear un nuevo ahora para un después sostenible, el nuevo chip

Estos tres casos surgieron del pensamiento creativo, lejos de los sesgos de la posibilidad y la certeza. Al parecer creemos que para que los cambios sucedan, deben ser parte de iniciativas masivas, preferiblemente en cabeza de líderes políticos que creemos, deben ser los capitanes del barco. Un concepto de la antigua normalidad que dice que es mejor dejar la responsabilidad social en manos de otros, resignados a que los impuestos se reproduzcan sin control por ese motivo. En eso se ha traducido la “calidad de vida” soñada por la sociedad de consumo.

No obstante, estos ejemplos y muchos más que seguramente vendrán a la mente de cada uno, nos invitan a creer que sí es posible cambiar el chip social, porque el actual es defectuoso. Se necesita una nueva versión que consiga hacer trabajar en equipo al ser humano y al profesional.

Kahneman dice que nuestra mente tiene dos sistemas de pensamiento que trabajan cada uno por su lado. Sin embargo están en nuestro cerebro, somos el jefe. Podemos conseguir que los sistemas se engranen, aceitándolos con empatía: "no es suficiente con encontrarse bien, basta con que todos se encuentren bien". Los beneficios vendrán por su cuenta.

La creatividad nos impele a reaprender en cada evento para hacer mejoras, porque no tenemos el control de todos los acontecimientos, como señala Daniel Kahneman: "Lo que deberías aprender es que fuiste sorprendido otra vez. Debes aprender que el mundo es más incierto de lo que crees"

Respirar en la nueva normalidad significa detenernos y observar con calma el contexto del problema para que el agobio por la incertidumbre no oculte el bote salvavidas. El problema es solo una consecuencia.

El ahora es cuestionarnos acerca de qué está en nuestra mano mejorar o cambiar, como en los tres casos anteriores: evitar un despido, mantener a flote un negocio, usar la tecnología asertivamente para comunicar un problema y encontrar la solución.

El ahora es comenzar a vivir el sueño de ser el propio jefe. Yo decido qué puedo cambiar en mi entorno. Nos vemos la próxima semana.


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