No suelo meterme en este blog a analizar temas políticos o económicos generales. Bastante tengo con los rincones de la política social a los que aplico mi mirada de Trabajador Social. Pero es que la dimisión de la Ministra de Sanidad (y de otras cuestiones menores como Consumo o Bienestar Social...) me ha sugerido reflexiones que he decidido compartir.
Bueno, más bien se trata de la no-dimisión. Porque la forma en que la Ministra ha renunciado a su cargo cuando se le ha acusado de haber obtenido su título de master de forma fraudulenta utilizando los privilegios que su condición de diputada le daban, más bien ha parecido un cese que una dimisión.
Y es que con el esperpento que hemos presenciado, primero negando y ratificando-se, y luego "dimitiendo" sin reconocer ningún error, ni pedir disculpas por ello, la clase política ha vuelto a perder una oportunidad de oro (otra más) para regenerar el ejercicio de la política.
Dicho ejercicio, al cual estoy convencido de que la mayoría de las personas (exceptuando algunos delincuentes y personalidades narcisistas) acceden con un honesto interés por mejorar la sociedad, viene acompañado de una serie de privilegios y prebendas tan difíciles de rechazar que corrompen con facilidad esa primera motivación altruista y la dirigen hacia intereses particulares. Así, la política se convierte en una carrera profesional que permite el acceso a bienes y servicios difíciles de obtener de otra forma.
En ocasiones, este acceso a dichos bienes y privilegios se convierten en la principal motivación y ejercicio del político/a; otras veces simplemente le acompañan. Pero siempre están, y los políticos, unas veces más conscientemente y otras no tanto, se benefician de ello. Incluso hay ocasiones que los pueden considerar como una especie de compensación al duro oficio de la política o los consideran tan inherentemente unidos al cargo que no les genera ningún conflicto ético acceder a los mismos.
Resistirse a esos privilegios exige del político de una integridad y una determinación más propios de los héroes mitológicos que de los pobres humanos que ejercen esa actividad, así que por mi parte, me abstendré de juzgarlos ni de exigir para ellos una pureza absolutamente inmaculada que yo no tengo.Creo que la línea entre beneficiarse de esos privilegios y cometer algún delito es bastante ténue y deben ser los jueces quienes la determinen.
Dicho lo cual, considero que en el caso del máster de esta Ministra hay indicios razonables de haberla cruzado, así que su dimisión era inevitable. Lástima que lo haya hecho tan mal.
Hace ya algunos años escribí un par de entradas sobre cómo pedir perdón. Son "Me he equivocado" y "El perdón y la nada", escritas precisamente a raiz de acontecimientos donde diversos políticos y cargos públicos eran acusados de corrupción.
Creo que el próximo político que vaya a dimitir debería leerlas. Pero como dudo que lo haga, le haré un resumen: reconocer el error, no poner excusas, pedir perdón, repararlo si es posible y marcharse.
Sencillo ¿no?
No obstante, dados los problemas que están causando a nuestros políticos los estudios de posgrado, le propondré a Wang que incluya este tema en los planes de estudio de su Máster.