Editorial Malpaso.
118 páginas. 1ª edición de 2014.
Traducción de Ramón de España
Selección en introducción de Dan
Wakefield
Ya comenté hace unos días que la editorial Malpaso me envió los dos libros de Kurt Vonnegut
(Indianápolis, 1922 – Nueva York, 2007) que han editado, el de relatos La
cartera del cretino y éste que comento hoy –qué gran título, por
cierto-, Que levante mi mano quien crea en la telequinesis. Un libro que
no deja de ser curioso, ya que en él están recogidos algunos de los discursos
que dio Vonnegut, principalmente en universidades norteamericanas, siendo
contratado para despedir a los recién graduados de ese año. El conjunto incluye
ocho discursos dados en universidades a recién graduados y uno más pronunciado
con ocasión del premio Carl Sandburg, que parece funcionar por contraste con
los otros, ya que su tema es No te aflijas si nunca fuiste a la
universidad. Para terminar el volumen nos encontramos con algunos
aforismos de Vonnegut (entre ellos el que da título al libro).
Dan Wakefield, que fue amigo de
Vonnegut, escribe el prólogo, y, teniendo en cuenta las páginas que el lector
se encontrará más tarde, se deja contagiar por el estilo humorístico de su
amigo. En el prólogo nos encontramos ya con alguna anécdota divertida sobre el
carácter de Vonnegut: “Estaba orgulloso de la educación recibida en el
instituto de Shortridge, donde había trabajado para el periódico escolar, The
Daily Echo, como al cabo de una década hice yo también. Cuando un entrevistador
le preguntó: «¿De dónde saca usted ideas tan radicales?», Kurt le respondió,
orgulloso y sin dudarlo: «De la escuela pública de Indianápolis».
Wakefield nos cuenta también que
cuando Vonnegut ya se había convertido en un escritor reconocido recibía
bastantes encargos para pronunciar discursos de graduación en universidades,
pero mientras que otros colegas solían tener un discurso preparado y
simplemente cambiaban el nombre de la universidad, Vonnegut elaboraba cada vez
uno nuevo.
Es cierto que todos los discursos
recogidos en este libro son diferentes pero reflejan algunas obsesiones y
referentes comunes. En realidad las páginas que el lector se va a encontrar en Que levante mi mano quien crea en la
telequinesis guardan bastante relación con el pequeño ensayo titulado El último de Tasmania que aparece en La
cartera del idiota.
Como ya hiciera en su mítica
novela Matedero cinco, Vonnegut dedica bastantes palabras en sus
charlas a universitarios a prevenirles contra los males de la guerra. El
discurso más antiguo es de 1978 y el más moderno de 2004; abundan las fechas de
finales de los 90 y principios del siglo XXI. Normalmente, cuando pronuncia sus
palabras ante personas de poco más de veinte años, Vonnegut ha pasado ya los
setenta años de vida y en algún caso los ochenta. Vonnegut está de vuelta ya en
estos discursos y no tiene demasiados problemas en hablar bastante claro a las
nuevas generaciones: alguien os dirá que necesitáis ritos de paso para
convertíos en adultos, a las chicas os dirán que os convertiréis en mujeres
cuando tengáis un hijo y a los chicos cuando vayáis a la guerra. No tenéis que
creerles, sobre todo con lo de ir a la guerra como rito de paso, y para
reafirmar sus palabras maldice a uno de sus tíos de Indianápolis, que era de
esta opinión, y ensalza a otro de ellos, que invitaba a todo el mundo a
disfrutar de los placeres sencillos de la vida, como sentarse debajo de un
árbol a beber limonada, y a celebrar esa felicidad en voz alta.
Las guerras de las que hablará
irán desde la II Guerra Mundial –en la que él combatió-, pasará por la de Vietnam,
y llegarán hasta las Guerras del Golfo.
Jesucristo le interesa, pero
principalmente su lado humano. Para él si fue o no el hijo de un Dios es
irrelevante frente a su mensaje de acercamiento entre los hombres. En casi
todos los textos, Vonnegut acaba haciendo referencia al Sermón de la Montaña:
la mirada compasiva hacia los demás debería dirigir nuestros actos. Incluso al
simpático abuelo Vonnegut le da tiempo a despotricar más de una vez contra el
aislamiento al que nos puede conducir internet.
Creo que lo mejor será reproducir
algunas de las palabras de Vonnegut:
“Puede que algunos sepáis que soy
un humanista, un librepensador, como lo fueron mis padres, mis abuelos y mis
bisabuelos… Por consiguiente, no soy cristiano. Y siendo un humanista honro a
mi madre y a mi padre, conducta que está muy bien según nos dice la Biblia.
Pero os digo en nombre de mis
antepasados americanos: si lo que dijo Jesús estaba bien (y gran parte de ello
era de una extraordinaria hermosura), ¿qué más da si era o no era Dios?
Si Cristo no hubiera pronunciado
el Sermón de la Montaña, con su mensaje de piedad y compasión, yo ni siquiera
desearía ser humano.” (pág. 33)
“Cuantos de vosotros habéis
tenido un profesor, en cualquier fase de vuestra educación, que os haya hecho
sentir más contentos de estar vivos, más orgullosos de vivir, de lo que antes
hubierais creído posible?
Levantad la mano, por favor.
Ahora bajadla y decidle el nombre
de ese maestro a otra persona y explicadle lo que el maestro hizo por vosotros.
¿Ya está?
Pues no me digáis que esto no es
bonito.” (pág. 41-42)
“Os confiaré lo que otro
matusalén me dijo. Se trata de Joe Heller, el autor, como ya sabéis, de Trampa 22. Estábamos en una fiesta
ofrecida por un multimillonario en Long Island y yo le pregunté: «Joe, ¿qué
sientes al darte cuenta de que nuestro anfitrión probablemente ganó ayer más
dinero que el recaudado por tu novela, uno de los libros más populares de todos
los tiempos, a lo largo de los últimos cuarenta años».
Y Joe replicó: «Pero yo poseo
algo que él nunca tendrá».
«¿A qué te refieres, Joe», le
pregunté.
Y él me dijo: «La tranquilidad de
saber que tengo bastante». (pág. 45-46)
“Ya sé que no existe la más
mínima posibilidad de que América se convierta en humanista y razonable. Ello
se debe a que el poder nos corrompe y a que el poder absoluto nos corrompe por
completo. Los seres humanos son chimpancés borrachos de poder. Yo mismo he
experimentado esa intoxicación: llegué a cabo en el ejército.
Al decir que nuestros líderes son
chimpancés embriagados por el poder, ¿acaso me arriesgo a minar la moral de
esos hombres y esas mujeres que combaten y mueren en Oriente Medio. Su moral,
como muchos de nuestros cuerpos, ya está hecha añicos. Se les trata, a
diferencia de a mí, como los juguetes que le caen a un niño rico por Navidad.
Pero dejarme decir algo.
Por corruptos y codiciosos que
puedan llegar a ser el Gobierno y las grandes empresas y los medios de
comunicación y Wall Street y las organizaciones religiosas y caritativas, la
música siempre será maravillosamente perfecta.” (pág. 61-61, discurso
pronunciado en 2004, cuando Kurt Vonnegut tenía ya más de ochenta años).
Que levante la mano quien crea en la telequinesis me ha parecido
(pese a alguna inevitable repetición de ideas entre un discurso y otro) un
conjunto de textos bastantes simpáticos, donde Kurt Vonnegut se muestra como un
hombre afable, un humanista preocupado por el mundo en el que vive, celebrador
del arte y del humor. Una de esas personas a las que uno le gustaría tener como
amigo.