“La lucha del hombre contra el Poder es la lucha de la memoria contra el olvido.” Milan Kundera
Hace unos días, hablando con una persona encargada de dar forma a un trabajo de memoria histórica en el que estamos trabajando unos compañeros, nos preguntaba que, como historiadores, cómo veíamos ahora el presente y futuro del proceso de recuperación de la memoria histórica con la llegada de la derecha al poder en prácticamente todos los estamentos posibles.
Nuestra respuesta fue bastante unánime: la financiación y la ayuda pública prácticamente tiene que ser descartada salvo alguna que otra corporación municipal en manos de la izquierda que aún desarrolla proyectos sobre la memoria. Añadimos también que precisamente por ser ahora un tema denostado y pisoteado por una derecha que quiere seguir sintiéndose impune, y también por parte de la izquierda que mantiene complejos de supuesta equidad de víctimas, era más importante que nunca seguir impulsando y desarrollando trabajos en esta dirección.
La memoria, aunque muchas veces molesta, es un motor que hace avanzar a la sociedad. No es posible construir un modelo social justo mientras haya un régimen que se sustente con cunetas llenas de huesos como pilares o con muertes, abusos y torturas sin respuesta ni reparación. Recuperar la memoria es recuperar las voces del olvido, es poner puntos a heridas abiertas y es, ante todo, hacer justicia.
¿Cómo podemos querer construir un Estado moderno si basa su propia existencia en la propia injusticia? No podemos permitirnos seguir negando una realidad social existente, la de las miles de familias que aún a día de hoy no tienen respuesta sobre su propia historia familiar. Una historia que, en definitiva, es la historia más importante de uno: la de sus ancestros, la que explica de dónde viene y el porqué de su existencia. No hay peor castigo para un ser humano que negarle su pasado, que negarle la posibilidad de reencontrarse con los hechos y vivencias de sus predecesores; y esto, por desgracia, lo tenían y lo tienen muy claro las derechas, que saben que no tener un sitio material donde llorar o unos restos a los que rendir un homenaje es la nada, la inexistencia, el vacío más absoluto.
Sin memoria se corre el riesgo tan frecuente y tan dañino en el campo de la Historia de caer en la nostalgia, de que la bruma del tiempo edulcore los sucesos tiñéndolo todo de un tupido velo de inocencia pasada. Sin memoria, se corre el riesgo de que al ministro de propaganda de un régimen totalitario y genocida como el franquista se le permita redactar una Constitución y que a su muerte, con responsabilidad en varias muertes impunes, se le considere una pérdida para la democracia y que la nostalgia haga considerar nimiedades o asuntos baladí sus responsabilidades con un régimen de terror.
Sin memoria, el recuerdo queda en un anciano que suelta exabruptos y se bañó en Palomares, obviando a Julián Grimau, a Enrique Ruano, a los trabajadores de Vitoria o a los carlistas de Montejurra.
Sin memoria, en definitiva, seguiremos siendo un Estado construído sobre la injusticia, el dolor y la negación de nuestra historia. Sin memoria, los vencedores siguen venciendo y los vencidos somos doblemente vencidos.