Hay días en los que te preguntas qué haces mal. Qué más te hace falta intentar. Has sudado lágrimas; has mostrado entereza, tozudez, perseverancia, siempre al pie del cañón, sin dejar que tu ilusión y tus ganas decayesen por culpa de la desmotivación. Te dijeron que, sin lugar a dudas, ésa era la fórmula del éxito.
Pero ves que algo no funciona, que tu paciencia se agota porque no llegan los resultados esperados. Que tras mil y un intentos todavía sigues ahí, con un pie aún en la línea de salida, o a medio camino de ese kilométrico recorrido hacia esa montaña a la que llaman Éxito.
Y ahí es cuando empiezas a darte cuenta de que te han engañado.
Porque el éxito es un proceso mucho más largo y costoso que solo "escalar una montaña". Nunca te lo dicen, pero, en realidad, tienes que comenzar desde el mismísimo subsuelo, escarbando la tierra mientras las uñas se te ensucian y las yemas de los dedos te quedan en carne viva.
Después, una vez que consigues salir a la superficie, debes orientarte para encontrar el camino a la montaña. La ves allá, lejos, ínfima, un punto en el horizonte. ¿Y ahora cómo saber cuál es la ruta más rápida y segura?
Tratando de averiguarlo, supones que el camino más "fácil" es un laberinto (imagínate cómo serán los otros) hecho de pasillos estrechos, oscuros, retorcidos. Y, cómo no, te pierdes una y otra vez, cayendo siempre en el mismo punto, hasta que, tras miles de vueltas, idas y venidas, consigues salir de allí.
Muerto de cansancio, ahora debes atravesar una especie de desierto árido y rocoso situado a los pies de la montaña. Suspiras con resignación. Y vas, paso a paso, no sin quemarte los pies. Deshidratándote, muriendo de calor, el tiempo y tus pasos se ralentizan de forma desesperante.
Cuando lo atraviesas por completo, finalmente llegas a la base de la montaña. Ahora es cuando comienza todo. Es muchísimo más grande de lo que creías: una altura imponente y abismal que debes superar tú, tan pequeño, tan lento e insignificante.
Y qué cansado estás ya.
Si das todo de ti y luchas por ello, puedes llegar a la cima. Si le pones ganas, si cuentas con el equipo necesario, si estás preparado para el desaliento y sobre todo crees en ti. Y también, para qué negarlo, si cuentas con la suerte suficiente.Pero tienes muchas más posibilidades de tirar la toalla a mitad de camino. Es más, puedes rendirte mucho antes, ya en el subsuelo, en el laberinto, el desierto rocoso o a escasos metros de la meta. Puedes perderte nada más empezar, o morir a un paso de la victoria.
Estos días me pregunto qué narices es eso del éxito. Cuando creía que se reducía solo a escalar una montaña, me doy cuenta de que esa palabra significa mucho más. Que el éxito se forma de pequeños logros, pero sobre todo de millones de intentos.
Y que, sobre todo, nada te garantiza llegar a esa cima, tan próxima al cielo. Mientras, aquí sigo, escarbando, orientándome, pisando tierras candentes, subiendo por una ladera cuesta arriba, aunque sea a paso de tortuga. Como no se sabe qué tan alto llegaré, prefiero seguir intentando. Igual la meta está más cerca de lo que parece.