A principios de julio mi suegro plantó en su huerto 12 tomateras que crecieron muy rápido y al poco tiempo comenzaron a dar sus primeros frutos. Los años anteriores hizo lo mismo y tuvimos tal exceso de producción, que el tomate rayado que envasamos nos duró casi todo el año.
A finales de julio vino a visitarnos nuestro querido amigo Diego Conesa, pionero en agricultura ecológica y uno de los principales exportadores de frutas y verduras ecológicas de Europa. Cuando le enseñamos el huerto, además de otras muchas recomendaciones, nos dijo que teníamos que cortarle a las tomateras unas pequeñas ramitas que le iban saliendo para que salieran más tomates. Yo me quedé con la copla, pero no me apeteció cantarla. Es decir, que por vaquería pura y dura, dejé la tomatera tal y como estaba. Al fin y al cabo, todos los años anteriores habíamos tenido excedente de tomates y no había movido ni un solo dedo, así que ¿para qué esforzarme esta vez?.
En agosto las tomateras estaban abarrotadas de tomates: algunos grandes, la mayoría pequeños, pero todos verdes. Por más que esperábamos, no le daba la gana a ninguno ponerse rojo, aunque yo estaba convencida de que al final madurarían como hicieron los años anteriores.
Llegó septiembre y los tomates parecían estancados en tamaño y en color. Eso sí, las tomateras habían cambiado notablemente. Lo que en julio eran pequeñas ramitas, ahora eran unas ramas enormes con grandes hojas, que cubrían todo el huerto. A éstas se le sumaron unas 15 matas de tomates cherry que salieron porque hace años plantó y debían de quedar semillas en la tierra, así que eso parecía la "Selva Tomatera". Comencé a preguntarme por qué este año no estaban madurando los tomates. Al observar las matas recordé la recomendación de Diego y me di cuenta de que con esa cantidad de ramas, no había forma de que recibieran los tomates ni un rayo de sol. Además, comprendí que las raíces tenían que repartir los nutrientes que absorbían entre toda la planta, fuera fruto u hoja, así que las ramas estaban robándole energía a los tomates.
Así que hace 4 días me lancé a la aventura: me equipé con unos guantes y unas tijeras e podar y comencé a cortar todas aquellas ramas que consideraba innecesarias. Todo esto desde la completa ignorancia, porque como muchos sabéis, yo me he criado en asfalto, así que tengo cero experiencia en horticultura. Eso sí, me lancé valientemente porque ya habíamos dado todos la cosecha por perdida y no tenía nada que perder. Además, cuando se me mete una idea en la cabeza tengo que llevarla a cabo porque para mi es peor arrepentirme por no haberlo intentado que fracasar en el intento.
Y allí estaba yo delante de la primera mata, observando e intentando distinguir qué ramas eran prescindibles y cuáles podían dar más frutos. Y como una niña que juega a las peluqueras, comencé a recortar alegremente todas las ramas que sobraban. Me costó casi 3 horas de trabajo despejar un par de matas. Además, al alejarme y ver el huerto en perspectiva pensé que me había cargado las tomateras... Daban tanta pena comparadas con las salvajemente frondosas, que me entraban ganas de ponerles un plástico por encima para que no tuvieran frío.
Para mi sorpresa al día siguiente cuando fui al huerto, cuatro tomates habían empezado a ponerse rojos y uno de ellos lo comimos esa misma tarde. ¡Qué rico estaba! Parecía que había estado esperando a tener la oportunidad para madurar y deleitarnos con su intenso sabor. Eso me animó tanto, que desde entonces le estoy dedicando cada día un par de horas al huerto. Las matas que estaban en las esquinas fueron más fáciles de podar, pero me está costando mucho llegar a las que están entre medias, porque hay tantas ramas entrelazadas, que no sólo no me dejan espacio para acceder, sino que es prácticamente imposible descubrir su origen.Si me dedicara a pensar en todo el trabajo que me queda y lo difícil que es llegar a la parte más profunda, me frustraría y no lograría nada. En cambio, he descubierto el placer de la paciencia. Me sitúo delante de la mata y comienzo a cortar las hojas más visibles, hasta que veo de dónde parte la rama y la corto. Cada rama que quito me permite ver otra rama innecesaria. Y según voy cortando más y más, se va despejando todo y puedo ver cada vez ramas más profundas y difíciles. Con paciencia y persistencia lo que era un caos de hojas y ramificaciones, se convierte en una mata con frutos a la vista y unas hermosas ramas dispuestas a dar más frutos.
Esta mañana mientras estaba en plena faena me he dado cuenta de que éste es el mismo trabajo que llevo haciendo años al soltar cada día todas las emociones y las creencias que me limitan. Cuando comencé a soltar parecía que el trabajo no valía para nada, que era imposible llegar al origen y soltar la rama entera en lugar de ir hoja a hoja. Además, se sumaba el horror vacui, ese miedo al vacío que te hace creer que si sueltas todas tus emociones y creencias te vas a morir o a perder todo lo que te hace ser una lustrosa tomatera y te quedarás siendo un triste plantón. Pero es al vaciarnos que permitimos que el sol nos ilumine y podamos dirigir toda nuestra energía para dar frutos.
En ocasiones nos vemos atascados en un proyecto personal o profesional y no entendemos por qué no avanza, cuando estamos siguiendo los mismos pasos que han seguido otros a los que sí les ha funcionado. Lo regamos y lo abonamos cada día, pero no da los frutos que esperamos o los da pero éstos no terminan de madurar. Muchas veces esperamos obtener resultados sin ni siquiera regar, sólo porque anteriormente recibimos los frutos sin habernos esforzado lo suficiente. La clave está en soltar todas las emociones y creencias relacionadas con el proyecto. Si quieres aprender a soltar, lee atentamente mi post Cómo soltar cualquier emoción, pensamiento o creencia en 7 pasos. En cuanto sueltes todo lo que te limita, los resultados vendrán más rápido de lo que puedas imaginar.