Editorial Destino. 176 páginas.
1ª edición de 2002.
En 2013 comenté en el blog cuatro
libros de la editorial Los Libros del Lince. Después de los dos
primeros (El peor de los guerreros y Yo, precario), su editor –Enrique Murillo (Barcelona, 1944)- me
envió a casa los recomendables libros de relatos de Marina Perezagua. Además, también me regaló dos libros escritos por
él: éste que comento hoy, Qué nos pasa, y La muerte pegada a las uñas,
que comentaré la semana que viene. Ya he hablado aquí, más de una vez, del
desbarajuste que tengo de libros por leer, comprados, regalados, acumulados… A
comienzos de este verano decidí intentar poner cierto orden a la montaña de
los, por mí llamados, libros inleídos, y me pareció que después de un año debía
ya acercarme sin más demora a aquellos libros que Enrique Murillo tan
amablemente me envió a casa dedicados de su puño y letra.
Enrique Murillo ha trabajado
durante muchos años en el mundo editorial. De hecho, es famoso por haber pasado
por casi todas las grandes editoriales de España. Fue, por ejemplo, el lector
que le recomendó a Jorge Herralde la
publicación de La conjura de los necios de John Kennedy Toole en Anagrama.
También ha traducido a importantes autores del mundo anglosajón, como Henry James, Vladimir Nabokov o Martin
Amis.
Los primeros libros de Enrique
Murillo aparecieron en la editorial Anagrama. Después de un largo periodo sin
publicar (he buscado la bibliografía de Murillo en internet, para saber de
cuántos años fue este parón, pero no la encuentro), apareció Qué nos pasa, en la editorial Destino.
El protagonista de esta novela es
Arturo, un verdulero que “jamás en los cincuenta años de su vida había salido
de su ciudad” (pág. 22); por alguna alusión (por ejemplo, nombrar el mercado de
la Travesera) podemos deducir que esa ciudad es Barcelona. Qué nos pasa comienza en un aeropuerto. Arturo nunca ha sido un
turista, pero tras haber ganado un boleto de lotería decide entrar en la
agencia de viajes que está enfrente de su comercio y contratar un viaje
organizado de cinco días que le llevará a visitar Atenas.
La narración en tercera persona
nos presenta a un Arturo irascible, violento: “Lo cierto era que cuando dejaba
que la ira asomara a su rostro no resultaba fácil llevarle la contraria. Si
quería, podía parecer peligroso. Incluso serlo.” (pág. 15)
En el periodo de sus vacaciones
en Atenas va a cumplir sus cincuenta años. El destino elegido para las primeras
vacaciones de la vida del protagonista no es casual: desde niño, desde que
descubrió sus formas clásicas en un cromo que acompaña a un bollo, ha soñado
con el Partenón. Al Arturo niño siempre le agobió convertirse en una persona
cuyos días fuesen una repetición unos de otros; como paradigma de lo que nunca
quería ser estaba el papelero de su barrio, quien regentaba un negocio que le
fascinaba gracias a las promesas de los libros de aventuras y además porque vendía
el material para satisfacer su más grande afición: la papiroflexia.
Desde no hace mucho, Arturo está
divorciado; su mujer le dejó tras descubrir una infidelidad. Desde entonces
vaga por los bares de divorciados y de vez en cuando tiene suerte y encuentra a
alguien que caliente su cama durante una noche.
Dije más arriba que Arturo
siempre ha soñado con el Partenón, pero no simplemente con verlo, sino que ha
vivido convencido de que los hombres acaban alcanzando en algún momento de sus
vidas la conciencia de una identidad propia, y para él esa conciencia (o
“destino”) ha de venirle dada, como una revelación, una vez que se acerque al
Partenón. Él no se considera un turista en Atenas, sino un peregrino. “Soy un
hombre que está a un paso de cumplir su destino. Al fin seré el dueño de mis
días”, se dice a sí mismo desde la ventana de su hotel.
Ya he comentado también que la
novela está escrita en tercera persona, pero muchas veces, siguiendo la técnica
del estilo indirecto, se acerca a la voz del personaje. Así es frecuente que se
reproduzca un lenguaje oral muy cotidiano: “La desfachatez de su fisgoneo,
quién le habrá dado vela.” (pág. 14); “Pero estaba relajado, de vacaciones, qué
diantres, y no quería peleas.” (pág. 30)
Arturo evita durante los primeros
días de sus vacaciones acercarse al Partenón, o mirarlo siquiera, a él se
acercará al final del viaje, una vez cumplidos los cincuenta años. Mientras
tanto se dedica a evitar las excursiones que propone la agencia de viajes, y
deambula por la ciudad, emborrachándose o intentando conseguir sexo (ligando o
de pago, ambas cosas le ocurrirán con bastante facilidad). No tendrá más
remedio que relacionarse con un grupo de tres mujeres españolas que han viajado
con él, con las que ya tuvo problemas el primer día en el aeropuerto; además,
empieza a sentirse peligrosamente atraído por una de ellas, Adela.
La novela está escrita en un tono
bufo, un tanto disparatado. Sin haber leído demasiado a Eduardo Mendoza, he pensado en la prosa más irreverente de este
autor como en una posible influencia.
Las partes en las que el narrador
reflexiona sobre el pasado de Arturo, sobre sus consideraciones filosóficas de
la búsqueda del destino, me han resultado un tanto artificiosas. Me cuesta
creer en la existencia de este verdulero ilustrado, con marcados brotes de
agresividad, aficionado a la papiroflexia y gran conocer de la historia y de
los mitos de Grecia. En más de un momento, a quien en realidad he visto ha sido
al autor, Enrique Murillo, creando un personaje un tanto disparatado y, tras
asignarle una profesión anodina, transferirle inquietudes intelectuales
(conocimientos sobre Grecia, reflexiones sobre el Destino…) más propias de él
que de su personaje.
Qué nos pasa gana, sin embargo, cuando el narrador se distancia de
su personaje y describe las andanzas de éste por Atenas, sus borracheras y sus
peleas inesperadas. Me gusta un capítulo en el que la novela empieza a rozar lo
fantástico (o tal vez la locura del personaje) y Arturo duda de la realidad que
le rodea.
Después del tono bufo de Qué nos pasa, existía la tentación de
darle un final más o menos feliz, pero –acertadamente- Murillo opta por acabar
su libro de un modo más existencialista y oscuro.
Lo cierto es que esta novela se
lee muy rápido y, a pesar de sus altibajos, bastantes de sus páginas están
escritas con un buen ritmo.
La semana que viene hablaré de La
muerte pegada a las uñas (2007), que me ha parecido una novela más
lograda que ésta que comento hoy aquí.