Revista Medio Ambiente

¿Qué precio estamos dispuestos a pagar por la transición ecológica?

Por Ne0bi0 @buenosviajeros

Los seres humanos siempre hemos tenido que enfrentarnos a los numerosos retos propiciados por el impacto de catástrofes naturales, epidemias, cambios sociales y conflictos políticos; fenómenos que, en casi todas las ocasiones, han terminado por causar fuertes estragos entre la población. Frente al futuro incierto, el conocimiento y el desarrollo de la ciencia se han revelado siempre como dos de las herramientas clave para lograr una adaptación adecuada a un nuevo contexto. Sin embargo, más allá del desarrollo tecnológico, el desarrollo de la ética ha jugado un papel fundamental para evitar el descalabro de la civilización: el cuidado de las personas más vulnerables y el apoyo mutuo son, en este sentido, los mecanismos más eficaces para evitar la propagación del SARS-CoV-2, el patógeno causante de la pandemia que aún sufrimos. Sin embargo, otros retos situados a largo plazo, como la actitud humana ante el cambio climático, requieren grandes dosis de conciencia intergeneracional y persistente rectitud, lo que puede conllevar -y, en este caso, conlleva- un panorama futuro peligrosamente errático. El planeta no puede quedarse atrás en nuestra transición ecológica pero, ¿y las personas?

Una transición ecológica muy humana

Para responder correctamente a los desafíos planteados por el nuevo escenario climático debemos cambiar nuestro modelo económico y productivo, que está planteado sobre la idea de un mundo de recursos ilimitados. Las medidas acordadas en los Acuerdos de París y los compromisos fijados por las naciones -y los bloques supranacionales como la Unión Europea- a través de la Agenda 2030 han establecido una línea de acción prioritaria en tres sentidos: evitar la contaminación de los mares, la alteración de su salinidad y de las corrientes naturales, vitales para la regulación del clima terrestre; la protección de la atmósfera contra la sobreabundancia de gases de efecto invernadero y la destrucción de la capa de ozono; y el cambio del modelo de consumo, instaurando una economía circular. Todas estas modificaciones conllevan cambios paulatinos que ya están afectando al modo de vida de los ciudadanos y a las que se sumarán, inevitablemente, las contingencias climáticas previstas por la comunidad científica.

En los países del primer mundo, el principal reto social tiene que ver con la reestructuración de los puestos de trabajo: una reducción de bienes de producción escasamente reciclables implicará la pérdida de su sustento para cientos de miles de personas. En este sentido, la prioridad de gobiernos y empresas deberá centrarse en ajustar la producción de la nueva industria -más sostenible- para evitar que el impacto total del desempleo se cierna sobre gran parte de la población, en especial aquella que carezca de estudios superiores, algo que dificultaría su reinvención profesional. Este último concepto va a resultar de vital importancia, ya que la necesidad de atender a la demanda que se genere va a suponer un obligado coste en formación que permita su adaptación al nuevo entorno laboral.

En los países del primer mundo, el principal reto social tendrá que ver con la reestructuración de los puestos de trabajo

Será también imprescindible plantear si el modelo de grandes ciudades, con un medio rural en abandono, resulta sostenible. Todo apunta a que el consumo de energía va a multiplicarse con la creciente implantación de los vehículos eléctricos y la proliferación imparable de los productos digitales y, sin embargo, un modelo de economía circular exige que los productos de proximidad se ofrezcan prioritariamente en los mercados de su área para reducir la huella de carbono que implica su transporte. Es probable, por tanto, que acabe siendo necesaria una inversión en agricultura sostenible.

El impacto sobre la agricultura es el gran obstáculo de la transición ecológica en los países del segundo y tercer mundo. En ellos, una parte importante de la población depende bien de la explotación de pequeñas parcelas para el autoconsumo o bien de explotaciones mayores (ya sea como propietarios o como trabajadores). La amenaza del aumento de la temperatura media en la Tierra, la desertificación, la falta de recursos hídricos y la proliferación de catástrofes naturales asociadas a la distorsión del clima no sólo puede condicionar la frágil empleabilidad de multitud de familias, sino que puede agotar su vínculo en subsistencia con el planeta, propiciando grandes hambrunas. Todo ello sin contar con el papel de la mujer como eje vertebrador de la familia y como mano de obra necesaria para el sustento común, algo imprescindible en esta clase de países; a un mayor aumento de la pobreza, mayor carga económica habrán de soportar las mujeres.

Ante este círculo vicioso -que ya está sucediendo y que, además, parece destinado a incrementarse- la solución radica por reforzar los valores feministas entre la población para conseguir, como legado prioritario, una mejora en la educación de las mujeres; una opción que, en realidad, parece ser la única para que puedan optar por sí mismas a una mayor emancipación económica. De nada sirve iniciar una transición de la sociedad para evitar la inhabitabilidad de nuestro mundo si permitimos que, en el proceso, se abran grietas insalvables de género y clase social.

La migración, ¿problema u oportunidad de progreso mundial?

Un último factor que tampoco debería quedar descolgado entre las medidas para llevar a cabo la transición ecológica de nuestra sociedad es la migración. Múltiples estudios apuntan a que según vaya afectando el cambio climático a las áreas del planeta más empobrecidas, las corrientes migratorias serán más constantes y copiosas hacia aquellos países que mantengan una economía más saneada.

La amenaza del aumento de la temperatura media en la Tierra puede agotar la subsistencia con el planeta, propiciando grandes hambrunas

Desproteger a nuestros iguales no debería ser una opción. Para ello, existen dos soluciones: incentivar la acogida de emigrantes en Occidente o actuar para que el nuevo modelo económico sostenible facilite un mejor modo de vida para los habitantes de los países de origen mediante el fomento del desarrollo, la educación y la industrialización. Sea como fuere, parece evidente que si la única posibilidad para que las siguientes generaciones hereden un planeta suficientemente fuerte, capaz de dar cobijo a la vida humana, debemos apostar por la justicia social, el desarrollo intelectual y el conocimiento universal.

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