En 2023 Sesión discontinua vuelve a estar de fiesta: este blog cumple 20 años. Lo primero que me viene a la cabeza tras esta constatación, es que la plataforma tecnológica que lo aloja no haya sucumbido o mutado --y con ella este blog-- de función y objetivos (como tantas otras en estos últimos tiempos), arrinconada por nuevas formas de comunicación que no necesitan de la palabra escrita para transmitir y hacerse entender. Tecnologías aparte, confieso que me sorprende mi propia constancia para aportar contenido a una blogosfera que, en estos segundos diez años, ha visto estancarse su número de seguidores y autores. Lo cierto es que sigue habiendo personas que se lanzan a ella para hacerse un hueco y monetizar aquello que tengan que decir, pero lo hacen en otros formatos, todos ellos audiovisuales (canales de vídeo, podcasts, reels, stories...). Mi diagnóstico es que la palabra escrita está a punto de perder definitivamente la partida de la comunicación en el ecosistema digital.
En lo que se refiere a la blogosfera cinéfila, constato un claro estancamiento de los blogs escritos; ahora las críticas y los comentarios sobre películas se hacen en canales de vídeo, con una narración ágil, divertida e irónica que surfea con habilidad sobre las imágenes (aunque hay de todo, ¿eh?). Lo cierto es que la blogosfera escrita ha ido adquiriendo con el tiempo un fuerte componente generacional de boomers y milenials (de las primeras hornadas) en las que cada vez pesa más la revisión y el redescubrimiento de clásicos y de hits ochenteros de infancia y adolescencia, y cada vez menos dedicación a los estrenos semanales. La crítica cinematográfica digital ya no le debe prácticamente nada al género que le vio nacer: el periodismo escrito. Estamos en otra partida y con nuevas reglas...
Y no es que no me haya planteado convertir el blog en un canal, pero lo cierto es que componer esas píldoras audiovisuales de consumo rápido requiere un importante trabajo de planificación, adaptación a nuevos recursos y dominio de herramientas de edición; y la verdad es que no me siento capacitado para lograr algo divertido, nuevo y digno con mis conocimientos y mi disponibilidad. De manera que aquí sigo, insistiendo en lo que he practicado sin parar desde 2003: componer y presentar reseñas sobre cine que resulten interesantes, estén bien escritas y que no arruinen la experiencia de ver la película. A veces, el tema o mi actualidad me espolean y entonces me las apaño para colar algo de teoría (y que me luzca el andamio), desahogarme y/o ajustar cuentas con mis convicciones, mi pasado y mi presente. No puedo evitarlo...
Repaso mis entradas desde 2013 y constato que he consolidado mi forma de ver cine: alternando comentarios sobre estrenos, títulos recientes que se me pasaron (por mucho o por poco) y otros que he descubierto por casualidad: filmes curiosamente visionarios --El congreso-- y también algunas rarezas, filmes-fetiche y textos que me debía a mí mismo (Winstantey, Frasier, El viaje de Chihiro, Yo, él y Raquel, Una habitación con vistas, El hombre que mató a don Quijote, Searching, Paterson). De vez en cuando he colado algún monográfico de los míos (fetiches femeninos, un incipiente un inacabado repaso a algunas películas de Fassbinder, una breve antología de primeras escenas, un excurso sobre la cinefilia, una introducción crítica al cine sentimental y una definitiva y sincera expresión de mi propia idea de la nostalgia y que es uno de los textos más íntimos y personales que he escrito.
Y como los tiempos cambian que es una barbaridad, he ido abriendo el foco para comentar las producciones --filmes y series-- de las plataformas digitales: Fe de etarras, Roma, Euphoria, El irlandés, Normal people.
Por último, ahí queda la serie sobre los estilos cinematográficos (que me empeñé en que abarcara hasta el cine más reciente), donde he podido exponer ordenadamente --gracias a los libros de David Bordwell, que me han servido de armazón sobre el que he ido añadiendo mis (escasas) aportaciones-- muchas de las ideas y premisas que han rondado el trastero de mi mente desde que empecé a interesarme en el cine. Creo que es mi aportación más relevante de estos diez años (especialmente mi extravagante teoría termodinámica del arte, la cual se prolongó desde febrero de 2014 hasta septiembre de 2018. Compendio de mis obsesiones teóricas, homenaje a Bordwell y legado casi definitivo sobre mi propia idea de la evolución de la narración cinematográfica. También me ha dado tiempo para ajustar cuentas con los métodos y técnicas de la crítica cinematográfica en una curiosa y desconcertante trilogía. Y por supuesto, como un reloj atómico, cada febrero, mi quiniela abierta sobre los Oscar, una tradición fraterna que ha hace tiempo que dio el salto más allá del entorno doméstico...
Durante este tiempo, sin proponérmelo, me he topado las filmografías de Greta Gerwig, Mia Hansen-Løve y de Noah Baumbach, las cuales he completado de forma casi compulsiva. De ellas, me atraen sus estilos y puntos de vista sobre las cosas y su forma entre surreal, sensible y humorística de relatar lo cotidiano. De Baumbach, en cambio, me deslumbra la mezcla de hallazgos y detalles narrativos de su trilogía Frances Ha, Mientras seamos jóvenes y Mistress America (mi favorita absoluta, que simplemente roza la perfección). Los tres, ahora mismo, son una referencia para mis valoraciones y nuevos descubrimientos. Y por último las películas que más me han impactado y, por tanto, he revisado más veces: Tres anuncios a las afueras, Nomadland, The Florida Project y Burning. El cine no es, de ninguna de las maneras, un arte acabado.
Dos décadas de cine en la retina dan para mucho, pero no me han parecido suficiente. Mi curiosidad me hace buscar, probar, dar tumbos, contradecirme...; ver películas porque las mencionan en un artículo, en una entrevista, en un programa, en redes sociales, recomendaciones de amigos y conocidos, en otra película... Es imposible que, en conjunto, toda esa lista de títulos, con la necesaria perspectiva, no revele un patrón muy claro: el eclecticismo, el deseo probarlo todo (aunque sólo sea una vez). Y el ansia de no querer esperar para poner por escrito una idea, una reflexión, un juicio, un axioma, una frase sugerente..., y que me llevan a escribir en cualquier parte y sobre cualquier soporte; sin transición, sin preocuparme dónde esté. Escribo con ese miedo irracional a olvidar lo que se quiere decir, a no volcar la inspiración tal como vino a la mente, sin dejar nada, con todos los matices, con las palabras exactas y adecuadas. Apunto cuatro cosas, esbozo un esquema mínimo y hala, a reposar. Es curioso como, días después, mi mente rellena con facilidad unos huecos que me parecían imposibles de convertir en algo argumentado y con sentido. Otras veces, todo esto brota de golpe y entonces dejo prácticamente lista la crónica en apenas quince minutos, pendiente de un pulido mínimo y preparada para publicar. En una palabra, la inspiración...
La cosa es que ya no sé ver una película que me gusta sin componer mentalmente fragmentos del texto que pienso escribir, por eso cada vez se espacian más y más las entradas. Lo que nunca, nunca, he experimentado es hartazgo o cansancio ante la perspectiva de nuevos títulos por conocer, nuevos fetiches, nuevos hallazgos. Soy quien soy por muchas cosas que me han pasado en la vida, pero también por culpa del cine, que ha moldeado unas cuantas facetas de mi carácter.
Ya acabo: textos como este sólo se escriben una vez cada diez años, así que más vale no dejarse nada en el tintero. De manera que encaro esta tercera década de Sesión discontinua en un blog que apenas ya presenta novedades funcionales y de aspecto, pero que no deja de cambiar en su propuesta de textos repletos de ganas de compartir teorías, confidencias, excursos y, por qué no, algo de humor, sentimentalismo, ironía y nostalgia por el camino. ¡Brindo porque sigamos leyéndonos otros diez años en Sesión discontinua!