
Fue precisamente en febrero de 1971 que el entonces surgente Queen adquirió su lineamiento definitivo y emprendió una de las luchas más arduas de la historia del rock para imponer su nombre en el sólido entramado progresivo.

En el plano estrictamente progresivo, los aportes más valiosos de Queen se concentran en sus primeros álbumes. Todo lo que vino después, particularmente desde fines de los ’70 en adelante, fue más que nada parafernalia pop orientada a su difusión radial y a la convocatoria de masas en mega-estadios alrededor del mundo.
Justo viene pues en esta Bitácora un homenaje a Queen, en este mes de aniversarios en el que se conmemoran no sólo los 40 años del nacimiento de la formación Mercury-May-Taylor-Deacon, sino también 30 años de los únicos super-conciertos que Queen ofreciera en la Argentina en vida de Freddie Mercury.
Sin embargo, no es espacio este para desglosar el completo historial de una banda de la que fluye todo tipo de información actualizada en la web y en todos los idiomas, algunos de cuyos links citaremos oportunamente. Más bien vamos a repasar esa primera década de vida 1971-1981, tan decisiva para la vida del grupo, como así también deslizar algunos apuntes sobre el paso de un Queen en plena efervescencia popular por Buenos Aires, Rosario y Mar del Plata en febrero-marzo de 1981.
La Sonrisa de la Reina
Surgido del común impulso que siempre ha llevado a muchos jóvenes universitarios a constituir una banda rockera para matizar las largas horas de estudio, Queen por cierto no era Queen allá por 1968. Tampoco sus miembros perseguían carreras relacionadas con un pentagrama, aunque... "Siempre me interesó la música, desde muy chico, -admitiría años después el guitarrista Brian May-. Me acuerdo que me pasaba el día cantando todas las canciones que oía por la radio; había ocasiones en las que no tenía la menor idea de lo que querían decir las letras, pero yo cantaba igual".
De modo que el avezado estudiante de física del Imperial College londinense y su amigo, el bajista Tim Staffel, estudiante del Ealing Art College, reclutaron mediante un aviso al entonces estudiante de odontología y baterista/cantante Roger Meddows-Taylor para formar Smile en el ’68, banda cuya audiencia media de 80 personas solía frecuentar el circuito de clubes londinenses. El puesto de bajista era otro cantar. Muchos desfilaron por Smile; pocos convencieron. Pero la banda siguió su carrera con repertorio prestado y propio.

Freddie pronto se volvió fan de Smile, y a la larga su influencia y sus tácticas sagaces e intuitivas (¿cómo él no iba a ser el cantante de Smile?) desplazaron a Staffel dejándole el terreno libre. Fue justo en ese punto de inflexión cuando portando un sinfín de nuevas ideas y proyectos entusiastas convenció a May y Taylor para continuar con la banda, pero con un nuevo bajista y otro nombre. Hay que decir que también era raudo para los nombres este Freddie. Hizo prevalecer su idea de adoptar "Queen" por sobre el nombre propuesto por Taylor ("Rich Kids") y de paso se buscó un rimbombante apellido inglés para él: Mercury.
¿"Queen"? Sonaba extraño, pero al menos majestuoso. Quedó Queen nomás.
Cuando finalmente el bajista John Deacon se les unió en febrero de 1971, ya todos eran profesionales universitarios y nadie hacía suponer que esta nueva banda con nombre de Reina habría de interferir en sus rumbos laborales. Porque a decir verdad, un graduado en Arte y Diseño Gráfico (Mercury), otro en Biología (Taylor), otro en Electrónica (Deacon) y otro en Física, con su carrera doctoral en Astrofísica ya encaminada (May) ni siquiera repararon en hacer de la música una profesión, sino más bien convertirla en un mero hobby.
Sin embargo, Freddie echó mano a sus habilidades artísticas para confeccionar un bello logo en el que combinaría "todas las criaturas que representan nuestros signos zodiacales" y con logo y un par de demos bajo el brazo se lanzaron a la caza de algún contrato de grabación. "Cuando empezamos todo era difícil porque lo único que teníamos para salir adelante era nuestra fe en nosotros mismos", confesaba Roger Taylor y vaya si era cierto, ya que por el lado de las principales compañías discográficas no podían esperar gran cosa...

Sin rumbo propio definido, pero sustentado principalmente en el exitoso hard cultivado por Led Zeppelin, con guitarra por momentos pagetiana y batería pesada en la onda Bonham, desde el primero de sus diez temas "Queen" desplegó no obstante un detalle distintivo del que Zeppelin adolecía: los llamativos arreglos vocales. Mercury, eficientemente secundado por May y Taylor eran los responsables de tal singular despliegue que por momentos confería a su música un ligero toque operístico, poco común en el rock de entonces. Sin más teclados que un piano ocasional a cargo de Mercury, ese primer álbum portaba sin dudas un claro mensaje: de prosperar, las voces serían el elemento clave del futuro éxito de la banda. Brian May siempre contempló esa primera placa con particular cariño, describiéndola aún en las épocas del apogeo de Queen como "lo mejor que hemos hecho hasta ahora. Tenía cierta juventud que ya nunca volveremos a tener porque solamente se es joven una vez. Tenía muchos defectos, mala producción, malas entradas, errores de inexperiencia, pero estoy seguro de que nunca más podremos hacer algo así, tan puro, tan limpio". La filial argentina de EMI no pudo disponer de mejor fecha para la (demorada) edición local de este debut: la primavera de 1978, cuando el fenómeno Queen estallaba en cada rincón del mundo y por estas latitudes sus discos se vendían como pan recién horneado.

Cultivar sus platos fuertes, como los arreglos vocales y la puesta en marcha de un singular show escénico sustentado en el fuerte carisma de Mercury para "actuar" sobre un escenario -porque no solamente se limitaba a cantar, sino hacer de cada recital un verdadero espectáculo- fue por entonces una meta."Yo me encargo de saltar de acá para allá, que es más o menos lo que hacen todos los cantantes actualmente. Pero Queen trabaja como una unidad, todos juntos. Nuestro sonido es el resultado de una tarea de equipo" (Mercury, dixit). Con el tiempo dicha tarea mancomunada sería "el" secreto del colosal éxito de Queen.
Sin prisas, sin pausas
Para la época en que el segundo álbum "Queen II" salió a la calle (marzo de 1974) el panorama que el mismo dejaba traslucir, al decir de May, era"más pulido, más cuidado y más elaborado". Con su "Side White" (el "A") compuesto principalmente por Brian May y cerrado por un corte de Roger Taylor, que asume el rol vocal principal, y el "Side Black" (el "B") escrito por Mercury, Queen desparrama sobre el tapete una gama más amplia de sonidos no sólo apoyados nuevamente en sorprendentes arreglos vocales, sino también en una densa guitarra de May que debe poner de manifiesto el motivo de orgullo de Queen durante todos los ’70: mientras obras bandas invertían su fortuna en un sintetizador, Mercury & Co. hacían caso omiso a las bondades de tan codiciado instrumento. Brian May defendía esa insistencia: "No usamos sintetizador porque creemos que no es necesario, por lo menos para nuestra música. Lo bien que uno puede tocar depende casi exclusivamente de la emoción que se pueda comunicar del corazón al cerebro y del cerebro a las manos. Debe haber una comunicación entre las partes del cuerpo que generan la música y con el sintetizador esa no se da tan plenamente".
Conforme los críticos proseguían alimentando sus obcecadas columnas con apuntes que intentaban dilucidar a quiénes imitaba la banda esta vez, "Queen II" se abría camino a paso lento -fue el primero de Queen en editarse en la Argentina, en noviembre de ese mismo ’74- regalando excelentes melodías y compleja estructuración, como la polirritmia simultánea en 8/8 y 12/8 de una de las creaciones más excepcionales de Mercury: "The march of the Black Queen".
Sin embargo, la lucha con los medios pareció hacer mella en la dirección musical del grupo, que con "Queen II" se adentraba en terrenos progresivos con buen futuro. Los shows que Queen ofrecía entonces no convencían a los eruditos de la pluma que veían a Freddie Mercury, con sus trajes de cuero, capas de seda, labios pintados de rojo y uñas de verde, zapatos con plataformas y posturas insolentes como "el Elvis Presley de los ’70"... Otros los encasillaban en el "glam-rock" de David Bowie, Roxy Music, Lou Reed o Iggy Pop, lo que exasperaba a un Brian May que intentaba desesperadamente liberarse de culpas: "Tal vez algunos tomaron nuestros adornos escénicos como una demostración de brillo y es por eso que nos pusieron en la línea de, por ejemplo, Gary Glitter. Pero nosotros consideramos que todo lo que integre nuestro show, las luces, la ropa, los efectos especiales y nuestros propios movimientos son un refuerzo de la música. Lo que intentamos hacer es una mezcla de canciones y teatro".

Para presentar el nuevo disco Queen se embarcó en una gira que además del clásico circuito Europa Occidental-Estados Unidos-Canadá se daría una vuelta por el Extremo Oriente y su popularidad fue creciendo entre los fans. Cuando arribaron por primera vez a Japón, en abril de 1975, enmudecieron al enterarse de que habían sido consagrados Grupo Revelación de 1974 en dicho país. Sin embargo, el público norteamericano todavía no abrazaba la causa Queen en la medida esperada y eso era un escollo insalvable. Las buenas ventas en Estados Unidos han sido siempre la meta obligada de toda banda inglesa. Aún cuando no las lograran en su propio país, Estados Unidos era un mercado que debía ganarse a toda costa. Y en ese aspecto, los objetivos de Queen aún no alcanzaban su concreción.

"Nunca voy a olvidarme de este disco, -confesaría a la postre Freddie Mercury-. No sé cuánto tiempo nos llevó hacerlo y ahora que está terminado todavía tenemos que escucharlo otra vez en la presentación ante algunos amigos, promotores y periodistas. Lo único que deseo en este momento es olvidarme para siempre de este maldito disco. Aunque es lo mejor que hemos hecho hasta ahora, es lo más atroz de todo nuestro material, en parte porque desde el principio ha estado rodeado de malas condiciones. Fue el que más tiempo de grabación nos llevó y finalmente tuvimos que terminarlo a los apurones porque teníamos encima la fecha de la gira".
Por fin, el álbum que Freddie quería olvidar salió a la venta en noviembre de 1975. Sólo que esta vez todo fue diferente desde entonces y la rueda de la fortuna de esa banda que venía luchando desde hacía cuatro años por un éxito masivo comenzó a girar ya con prisa... y sin pausas.
Como buen desobediente, "A Night at the Opera" sería un disco que ni Freddie ni Queen podrían olvidar jamás.
- Queen - Parte II (próximamente)
