Título: ¡Quemad Madrid! O
llevadme a la López Ibor
Autora: Raquel Peláez
Editorial: Libros del K.O.
Año de publicación: 2014
Páginas: 245
ISBN: 9788416001224
Hace cuatro meses mi
chico y yo vimos este libro en el escaparate de una librería. Nos
llamó la atención por su título y su portada. Estábamos en
agosto, recién llegados a Pamplona, nuestra tierra, a donde
volvíamos después de cinco años viviendo en Madrid. Nos hizo mucha
gracia y supimos que antes o después lo leeríamos. Seguro que nos
echaríamos unas risas con él. El mes pasado, en una de nuestras
muchas visitas a la biblioteca, lo vimos en la estantería de
novedades y nos lo trajimos a casa.
Yo fui la primera en
leerlo y lo devoré en dos ratos. Es cortito, con capítulos también
muy cortos y, además, tiene muchas ilustraciones muy divertidas de
Alfonso Zapico. El libro me ha gustado mucho y sin duda se lo
recomiendo a cualquiera que sea de Madrid o haya vivido en esa ciudad
que no deja indiferente a nadie.
Es una especie de guía
de la ciudad con muchos datos, anécdotas y recuerdos, todo contado
con mucho sentido del humor, pero también ironía y crítica hacia
los tiempos que nos están tocando vivir.
Pero no ha sido lo que
imaginaba. Esperaba encontrarme más humor, más risas, más
carcajadas, y aunque alguna que otra me ha arrancado, no lo voy a
negar, lo que más me ha transmitido este libro es nostalgia.
Añoranza, morriña, recuerdos. Buenos recuerdos, buenísimos
recuerdos de Madrid. Una ciudad que me enamoró la primera vez que la
visité, en diciembre de 2006, y en la que he sido muy feliz estos
cinco años. Una ciudad que me ha dejado huella y que jamás podré
olvidar.
La historia de la autora,
Raquel Peláez, es muy parecida a la mía. Ella llegó a
Madrid procedente de su Ponferrada (León) natal en febrero de 2009,
en autobús. Yo también lo hice en autobús y solo ocho meses
después, en octubre de 2009. Las dos somos periodistas, escritoras y
blogueras. Y, cómo no, unas enamoradas de Madrid, una ciudad que
siempre sorprende, que nunca se descubre y se disfruta del todo
porque siempre tiene algo más que ofrecernos.
En definitiva, las dos
somos de provincias y las dos creamos el blog al poco de vivir en
Madrid, algo muy típico de los provincianos cuando llegamos a la
gran ciudad. Así que no solo me he sentido muy identificada con la
autora si no que, por encima de todo, me ha encantado volver a Madrid
de su mano.
Recorrer su skyline con
el pirulí, las torres Kio, las cuatro torres o torre Picasso.
Recordar el sabor de los sándwiches de Rodilla o las pulgas del Cien
Montaditos. El sabor de la cerveza, Mahou, siempre Mahou, servida en
un mini y no en un katxi, y con tapa, por supuesto, bendita costumbre
madrileña.
Entre sus páginas no he
sabido responder a la pregunta de si es moralmente reprobable
emborracharse en un VIPS, pero he recordado con muchísimo cariño
las cenas y las jarras de sangría en el Madrid-Madriz, los desayunos
con churros o porras a horas intempestivas, recorrer las
cafeterías-librerías de Malasaña, las juergas en el Penta, aquella
fatídica noche en la sala Clamores, las horas muertas comprando o
tan solo hojeando libros en la Cuesta de Moyano, los interminables
atascos en la M-30.
Pasear una vez más por
Gran Vía, Sol, Huertas, Fuencarral, Chueca, Noviciado, La Latina o
el templo de Debod. Los cafés en el Comercial o en el Gijón, las
meriendas-cenas en el VIPS, comer gallinejas y entresijos en Las
Vistillas en la Verbena de la Paloma o en la Pradera en San Isidro.
La excursión a Mejorada del Campo para visitar la catedral de
Justo, esa que todos habíamos visto en un anuncio de Aquarius.
El metro, tan imponente,
lioso y temible al principio y tan cómodo, cotidiano y familiar poco
después. Eso sí, si en algo no estoy de acuerdo con la autora es
cuando dice que en el metro de Madrid no se lee. Yo soy la primera
que, si iba sola, siempre iba leyendo, y veía a muchísima gente que
también lo hacía. Será que no cogíamos las mismas líneas ni a
las mismas horas... Porque creo que en la única estación en la que
no he visto a nadie leyendo es en la estación fantasma de Chamberí.
Todo esto y mucho más
tiene sitio en este libro que también habla, entre otras muchas
cosas y personas, de los museos, Carmen Martín Gaite, David Summers,
Javier Marías, Fernando Martín, Christina Rosenvinge, el incendio del edificio
Windsor y, cómo no, la clínica López Ibor, uno de los centros psiquiátricos más conocidos y prestigiosos.
Y, por supuesto, también de prisas,
agobios, atascos, aglomeraciones, el insoportable calorazo de agosto,
pero también de la delicia y gozada que es pasear por la ciudad,
especialmente a la noche, cuando todo el mundo ha huido a la playa y
solo quedamos los turistas y unos pocos valientes con amigos con
piscina.
Porque sí, Madrid es
para valientes y para locos. Tiene muchas cosas malas, como todas las grandes
ciudades, imagino, pero también tiene muchas otras buenas, muy
buenas, buenísimas. Y tiene además el cielo más azul que he visto
en mi vida. Un cielo que no esperaba, con tanta contaminación y
tanta polución. Un cielo precioso, intenso, que invita a soñar, a
sonreír, a vivir, a ser feliz. Un cielo de un color que para mí,
desde hace cinco años, siempre será azul-Madrid.
A los que sois de Madrid,
a todos esos amigos maravillosos e inolvidables que hemos dejado
allí, os encantará este libro. A los que, como yo, sois de
provincias y a mucha honra pero habéis vivido o vivís en Madrid,
también os hará disfrutar. Y a los que todavía no conocéis esta
fantástica ciudad, os animo a descubrirla en persona, en vivo y en
directo, pero también a través de estas páginas.
Ah, se me olvidaba, solo
un último consejo antes de que salgáis del blog. Por favor, tener
cuidado de no introducir el pie entre coche y andén.
Si te interesa el libro puedes encontrarlo aquí.