Revista Arte

Queremos tanto a Georgie

Por Lasnuevemusas @semanario9musas

"Los viejos dioses de piedra se levantarán de las ruinas limpiándose de los ojos el polvo de mil años..."
Heinrich Heine

La lingüística computacional que permite el análisis cuantitativo de datos en un corpus textual y posibilita a partir de concordancias apreciaciones estadísticas nos brinda algunas perlitas respecto de Borges y las palabras.

Queremos tanto a   Georgie
A lo largo de su inmensa obra hay tópicos y expresiones reconocibles que permiten decir "esto es borgiano"; y así como define a sus personajes por un rasgo: la memoria, el coraje, la infamia; hay palabras clave en torno a su literatura, a saber, laberinto, noche, Dios, universo, patio, sombra, olvido, cuchillo...

Estas marcas de escritura trazan un recorrido posible de lectura. Pensemos en el Borges de los veinte que corresponde a la búsqueda de la argentinidad, a sus años de criollismo y vanguardia, el del culto al coraje -esos fonéticos compadritos-, pero también el del culto a los libros, en la " ilimitada biblioteca de libros ingleses ".

Recordemos el Borges de los años treinta volcado a temas filosóficos, matemáticos y religiosos. La creación de la ficción que combina el ensayo y el relato; las construcciones textuales y los mecanismos que exhiben esas relaciones en ensayos sobre escritores que no existen, las atribuciones falsas, los libros jamás escritos, la falsificación de citas, las variantes del tiempo como exploración de lo fantástico. No olvidemos los postulados idealistas (Berkeley, Schopenhauer), las ficciones metafísicas, los célebres cuentos de los cuarenta y cincuenta: Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, Las ruinas circulares, El Aleph, La biblioteca de Babel, Funes, el memorioso, pero además el Borges de Poema conjetural.

Tenemos también al prologuista, pensemos en esas dos intervenciones editoriales, los prólogos a Facundo y Recuerdos de provincia de Sarmiento. Para Borges los argentinos elegimos la barbarie, el Martín Fierro sobre Facundo. Y, claro, el Borges de la relectura de su propia obra, el yo enfático de la poesía, el autor de El informe de Brodie (1970), el que reformula su planteo respecto de la violencia.

En la reescritura de Hombre de la esquina rosada desde una perspectiva moral, Rosendo Juárez se reivindica como hombre de orden, y es ya su reverso respecto de aquel del duelo inmotivado. Es Borges en los setenta, y en otra tensión ineludible: cómo narrar la violencia de esa época.

Queremos tanto a   Georgie

Un mismo Borges, sin embargo, el que recibe el relato oral en Hombre de la esquina rosada (en Historia universal de la infamia, 1935), y que ya está inscripto en su propio texto, mientras que en Hombre de las orillas (1933), su proto-versión, quien recibía la historia era Francisco Bustos, su bisabuelo.

Porque para Borges el tiempo de la obra es el tiempo de los lectores.

Llegamos entonces a un escritor que ya es popular, director de la Biblioteca Nacional, el Borges de 1966. Para esa fecha lleva diez años dictando clases de literatura inglesa en la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires[1], en el viejo edificio de la calle Viamonte.

Se trata de Borges Profesor (Sudamericana, 2020), un libro que aporta un cuidadísimo trabajo de investigación, corrección y edición. Monumental, realmente, y en consecuencia, admirable en la pesquisa que reconstruye su oralidad, en la recuperación de fuentes de textos que menciona en anglosajón e inglés de ese curso inolvidable de literatura.

Queremos tanto a   Georgie

Nos encontramos con su faceta pública conocida a través de las conferencias, con la fuerza y sensibilidad del auténtico narrador que sin descuidar lo didáctico deslumbra con su erudición y entusiasmo. Esa traslación a la escritura nos devuelve el mejor Borges.

Lo que deja a ese grupo privilegiado de alumnos es un conocimiento más poderoso y vasto que el que recoge en Introducción a la literatura inglesa (1965). La clase ofrece un procedimiento similar al de sus elogiados policiales, generando suspenso en las anticipaciones de temas y autores. Desliza argumentos, apuntes biográficos y digresiones luminosas como el del fragmento que refiere a la escuela filosófica hindú donde se dice que no somos actores de nuestra vida, sino espectadores:

Yo, por ejemplo, he nacido el mismo día que nació Jorge Luis Borges, exactamente. Yo lo he visto a él en algunas situaciones a veces ridículas, a veces patéticas. Y, como lo he tenido siempre ante los ojos, me he identificado con él. Es decir, según esta teoría, el yo sería doble: hay un yo profundo, y este yo está identificado -pero separado- con el otro. Ahora, no sé cuál es la experiencia que tendrán ustedes, pero a mí me ha pasado a veces, sobre todo en dos momentos distintos: en momentos en que me ha ocurrido algo muy bueno, y en momentos, sobre todo, en que me ha ocurrido algo muy malo. Y durante unos segundos he sentido: "¿Pero qué me importa a mí todo esto? Todo esto es como si le sucediese a otro". Es decir, he sentido que hay algo profundo en mí que estaba ajeno a esto.

Y concluye pensando que a Shakespeare debe de haberle pasado lo mismo cuando en una de sus comedias le hace decir a un soldado "La cosa que soy me hará vivir", para luego explicar:

"Es decir, él siente que más allá de las circunstancias, más allá de la cobardía, de la humillación, él es otra cosa, esa especie de fuerza que está en nosotros, lo que Spinoza llamaría "Dios", lo que Schopenhauer llamaría "la voluntad", lo que Bernard Shaw llamaría "la fuerza vital" y Bergson el " élan vital[2] ".

Como bien mostraba Borges que en toda lectura está implicado el presente no nos serán tan ajenas las clases sobre Beowulf, los vikings o de aquellos "adoradores de Odín y Thor...", y sus analogías con los compadritos o el discernimiento oral del guaraní, de los correntinos cultos, para comparar el tipo de conocimiento de un poeta romántico escocés respecto del idioma gaélico nos llegan intactos, como sus recitados.

No es menos sorprendente señalar que Borges estaba casi ciego cuando impartió estas clases, recuperadas de grabaciones durante el último semestre del año sesenta y seis. Lo que resalta más aún su portentosa memoria, su cualidad mayúscula de lectura, que sabemos de sobra, su elocuencia devastadora.

Como tantas otras veces al igual que en sus relatos Borges es quien "refiere historias contadas por otros", y de aquí la delicia de estas páginas.

Leerlo es entrar en la maravilla y habitarla pendiendo aún después de concluida la lectura de esos crepúsculos y ruinas, de bardos y cadencias antiguas prometidas por su voz singular.

Lecciones como viajes en cada evocación de guerreros y poetas de otras lenguas que como él entregan al presente su propia eternidad en cada página, en cada libro, en cada biblioteca.

Desde el sur del Sur escribe Adriana Greco

[1] Borges dictaba las clases de literatura inglesa y su adjunto Jaime Rest se encargaba de las clases de literatura norteamericana

[2] Expresión del filósofo francés H. Bergson que viene a significar "impulso vital", "fuerza vital", "aliento vital" y que Bergson introdujo para explicar el evolucionismo desde posiciones no mecanicistas como hacía Darwin, sino vitalistas. La vida parte de un "élan originel", un "impulso original" que va pasando de generación en generación.

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