¿Y cómo te gustaría que te recordaran? – Como alguien que quería dar alegría a los demás, aunque no le saliera siempre. (María Elena Walsh, noviembre de 2008).
Ese día yo no estaba en casa, y me pregunté: ¿cómo que murió? ¿Cómo va a morir quien ha estado allí, desde siempre, en el jardín de infantes, en la escuela primaria, en el hogar de todos los chicos del país? ¿Cómo va a morir la poeta celebrada por Juan Ramón Jiménez y Pablo Neruda desde la edición de su primer poemario, titulado bellamente Otoño imperdonable? ¿Cómo va a morir quien, con sutil ironía y ambigüedad, se animó a publicar aquello de “Desventuras en el País Jardín-de-Infantes” cuando la dictadura militar andaba acechándola? ¿Cómo va a morir una mujer que compuso y cantó como nadie, algunas de las canciones más bonitas del repertorio popular en lengua española? Es por eso que, como dijo Angélica Gorodischer, no me vengan con eso de que murió. Si cada dos por tres me encuentro a mí mismo canturreando, por ejemplo, cuando piso el mar: Las aguasvivas,/a la deriva,/medusas transparentes,/inofensivas,/gelatinosas,/tornasoladas,/las lleva la corriente,/ellas no nadan.
En el ramillete de composiciones que evocan la eternidad de María Elena Walsh, también destaca esa canción imperecedera que todos necesitamos tararear muy a menudo, porque en su tono desconsolado adivinamos tanta pero tanta esperanza y ganas de vivir que apenas basta un gesto para nombrarla: Tanta veces me mataron,/tantas veces me morí,/sin embargo estoy aquí,/resucitando. ¿Y qué decir de la “Canción del jardinero”? Una de mis preferidas cuando era niño, resulta una pócima del reverdecer que nos vuelve a la infancia más gozosa cada vez que escuchamos eso de: Mírenme, soy feliz,/entre las hojas que cantan. El tiempo debería detenerse en ese instante.
Diego Manso nos dice que las canciones de María Elena están escritas con los retales de una herencia y que precisamente por eso desafían al tiempo: las chanteuses propias de un cabaret parisino, las copleras del Norte (Entre valles y quebradas I y II, discos que testimonian esos sonidos tan característicos del noroeste argentino como el carnavalito, a dúo con su compañera Leda Vallares), las marchitas contestatarias y libertarias de quienes hacían flamear la bandera rojo con orgullo, el tango, las nursery rhymes heredaras de su padre irlandés… ¡y tantas más! En sus letras se condensa casi mágicamente lo antiguo con lo moderno, lo clásico con lo vanguardista, lo europeo con lo americano… y de allí que sus composiciones nos resulten tan familiares como audaces.Es cierto que abandonó este mundo, pero, reitero, no me vengan de nuevo con eso de que murió. Las grandes canciones no mueren mientras permanezcan en la memoria colectiva, y la dimensión del legado musical y literario de María Elena Walsh es, aún hoy, incalculable.